Hay una falta de interlocución entre el gobierno y sus gobernados, porque los partidos ya no sirven de intermediarios pues representan cada vez menos los intereses de los colombianos.
Este paro agrario ha demostrado que en Colombia
se está cocinando un país político muy distinto al que creen tener bajo su
égida los políticos tradicionales. La primera evidencia de ese nuevo país, es que
la política ya no está pasando por el Congreso, sino que se está haciendo
en las calles.
Eso lo demuestran las marchas de estas
últimas semanas, las cuales movilizaron a miles de colombianos que están
inconformes con el sistema educativo y con las políticas agrarias. Aunque los
políticos se niegan a aceptarlo, cada día aumenta el número de ciudadanos que
sienten que los caciques regionales no defienden sus intereses y que ha llegado
la hora de salir de esos intermediarios. Eso fue lo que sucedió el domingo
pasado cuando 50.000 boyacenses salieron con su cacerola a protestar en la
Plaza de Bolívar sin que ninguna organización los convocara.
Prueba de cómo ese inconformismo se
está cocinando por fuera de los partidos tradicionales y de los escenarios
conocidos, es lo que sucedió con la ley de educación de este gobierno, la cual
fue retirada por el presidente Santos no por presión de los partidos de
oposición sino por las marchas que hizo la Mane. El Partido Liberal, el Conservador
y el uribismo fueron unos simples convidados de piedra en un tema crucial de la
política.
Algo similar está pasando en este paro
agrario: ni el Partido Conservador, ni el Liberal –con excepción de la
mediación del expresidente Samper en el Catatumbo– han tenido que ver en la
negociación con los campesinos. Y curiosamente el papel de mediador lo ha
desempeñado la Iglesia, a través de monseñor Castro, un prelado que sí tiene la
sensibilidad de mirar más allá de lo que los medios informan.
Pero no solo el inconformismo se está
tramitando por fuera de los partidos tradicionales. También de las
agremiaciones y de las asociaciones que se olvidaron de defender los intereses
de sus asociados. Los campesinos no se ven representados ni en Fedepapa ni en
asociaciones campesinas como la Anuc, que tampoco ha aparecido en el escenario.
Algo similar pasa con los estudiantes y Fecode.
Este país que se está levantando
tampoco es uribista como lo cree el expresidente Uribe y, para su sorpresa,
considera casi un insulto que haya decidido presentarse ahora como el salvador
después de que fue él quien negoció el TLC sin pensar en el futuro del
campesinado. No es sino preguntarle a cualquier labriego si no consideran un
acto de cinismo que ahora venga a apoyarlos, cuando los dejó clavados en su
gobierno.
Y por último: este país que se ha
tomado las calles para protestar tampoco es títere de las Farc, como muchos
creen. Los campesinos colombianos han padecido la violencia de la guerrilla en
carne propia y son los que más han sentido la guerra. Satanizar su protesta
porque una minoría cada vez más exigua tiene vínculos con las Farc no solo es
miope, sino que se le otorga a esa guerrilla una influencia que en realidad no
tiene.
Si de verdad la tuviera, las Farc no
estarían sentadas en La Habana sino en la Casa de Nariño, porque ya se habría
tomado el poder por la vía armada. Y la sola insinuación de que los campesinos
y los estudiantes que están saliendo a protestar lo hacen porque están
impulsados por las Farc, como lo hizo Lucho Garzón, es una lectura equivocada
de lo que está ocurriendo en el país.
En Colombia hay un descontento por la
incapacidad del Estado de ejecutar políticas sociales y públicas, que es
innegable. Pero también hay una falta de interlocución entre el gobierno y sus
gobernados, porque los partidos ya no sirven de intermediarios pues representan
cada vez menos los intereses de los colombianos.
Si Santos no entiende este momento y
sigue pensando que a nadie le importa lo que pasó con la reforma judicial en el
Congreso, lo que está pasando en la de la salud, ni que en las listas de la
Unidad Nacional se esté reencauchando a los del 8.000, poniendo a las hijas o a
las hermanas o a las esposas de los políticos que están en prisión por
parapolítica, se equivoca.
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