La muerte de los tres hinchas del fútbol en Bogotá encendió las alarmas en todo el país. Sectores del gobierno y de las administraciones locales sugieren incluso suspender el campeonato en curso. La cancelación del partido Nacional – Millonarios fue la primera medida para erradicar la violencia en el país.
En el centro de Bogotá, con la camiseta puesta pero alejados de la violencia, un grupo de barras buscan darle sentido social a lo que para ellos es un carnaval, difundiendo el mensaje de “la vida está primero”. Conocen las barras bravas por dentro y cuentan a KienyKe.com cómo funcionan, quién las financia y por qué el color prima sobre el sentido común.
Al interior de una barra brava
Jefferson Figueroa, director de la fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que trabaja con alrededor de 21 grupos de barras en todo el país en busca de espantar la violencia que está absorbiendo el fútbol, explica que las barras funcionan como cualquier empresa comercial.
Las barras bravas funcionan como cualquier empresa comercial, con jerarquías y cambio de mandatos
“Las barras son la organización juvenil con mayor cantidad de convocatoria semanal, por encima de las iglesias cristianas. La mayoría comenzaron con organizaciones verticales, con un líder que toma decisiones y una base que trabaja para hacer realidad las decisiones que toma el líder. Sin embargo, a diferencia de los 90’, las barras están democratizándose más”, revela Figueroa.
Añade que ahora tienen una barra de líderes que se reúnen y manejan los grupos de barras, pero en los barrios marginales es manejado por los “líderes de parche” que tienen minigrupos de entre diez y cincuenta muchachos que se unen a una barra como representación de su localidad.
¿Cómo se financian estas barras?
Alentar a un equipo demanda dinero para los barra brava. Trapos, bombos, viajes a otras ciudades cuando el equipo juega de visitante, boletas, necesitan ser financiados y ahí aparecen los mecenas de los fanáticos.
“Ahora que estamos en temporada electoral, es muy común ver aspirantes al Senado y a la Cámara de Representantes en las localidades llegando a los parches de barra diciendo ‘voten por mí, yo les regalo el trapo’”, denuncia el líder de la fundación que atiende a las barras bravas, vinculando al poder político del país con el ‘negocio’ de las barras en Bogotá.
Denuncian vínculos entre el poder político y las barras en época preelectoral.
La otra alternativa es la autogestión. Los líderes de las barras, dice Figueroa, alquilan transportes y le piden a los jóvenes que se financien los viajes a los diferentes estadios. Estos recurren a la estrategia del rebusque: pedir en las calles, trabajos ambulantes y cuando no hay más alternativa, a la delincuencia civil.
Quienes no se atreven a este modelo delictivo, buscan expresar su fidelidad yendo a peajes donde le piden a los conductores de tractomulas que los acerquen al destino deseado; a estos se les conoce en el grupo de barras como los ‘muleros’.
Por otro lado, los barras reciben boletas por parte de la dirigencia de los clubes. “La mayoría de las barras del país tienen buena relación con los clubes. Los gerentes conocen a los líderes de las barras, los jugadores también conocen a los ‘pelaos’ de las barras. El club termina apoyando al hincha para que siga alentando”, comenta el líder de la fundación que vincula en este sistema de operación a facciones de Millonarios, América de Cali, entre otros clubes.
Anteriormente en clubes de Bogotá, estas boletas eran repartidas por la dirigencia del fútbol en cooperativas que la distribuían a muy bajo precio entre las barras, con la condición que no cometieran desmanes dentro del estadio para seguir manteniendo esos valores. Cuando eso acabó, brotes de violencia volvieron a aparecer, cuentan en el seno de las barras.
La violencia
Jefferson Figueroa no exime de culpabilidad a los barras en los hechos violentos que se presentan en el fútbol colombiano. Cree que la raíz de esta conducta debe encontrarse en la realidad social de sus miembros.
“Los pelaos son históricamente excluidos. Crecen viendo como el papá le pega a la mamá, buscan refugio en el barrio y para que los amigos no les hagan matoneo tienen que aprender a gritar para que los escuchen, luego se dan cuenta que viven en un sector violento que los obliga a aprender a pelear para que no los roben, terminan buscando espacios de inclusión. Eso los lleva a asumir el fútbol como una opción de vida; no viven de él, sino por el fútbol”.
Para la mayoría de los barristas, la violencia empieza en casa. Se expresan en el fútbol
La situación no es exclusiva de Bogotá. La fundación hace trabajo de campo en otras latitudes y encuentran que en otras ciudades la ‘guerra de barras’ pasa de ser mera guerra de pandillas a guerra de mafias. “Aquí (en Bogotá) se aterran por muertos con heridos por arma blanca, en otras ciudades es más grave, las barras están resolviendo sus conflictos a bala”.
Una alternativa para analizar
En 2002, un enfrentamiento entre parcialidades de América de Cali y Atlético Nacional, acabó con la vida de los dos máximos líderes de la barra brava Disturbio Rojo del equipo escarlata en Bogotá. Juan Manuel Bermúdez Nieto y Alex Julián Gómez Ramírez murieron en la vía a Cisneros en Antioquia, a manos de fuerzas de autodefensas de la zona.
El barrismo social intenta erradicar la violencia en el fútbol pero conservando la pasión y promoviendo la cultura
Lejos de buscar venganza, familiares de Bermúdez Nieto crearon una fundación a su nombre en busca de entregar un mensaje positivo a los jóvenes que hacen parte de la barra. “Nada es más importante que la vida, ni un equipo de fútbol. Cuando los jóvenes adquieren este concepto, aprenden a respetar la vida de los fanáticos de equipos rivales”, concluye Figueroa
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