ELTIEMPO.COM, Por: ABDóN ESPINOSA VALDERRAMA, 11 de Septiembre del 2013
Abdón Espinosa Valderrama
La avalancha de la competencia provenía de dos países vecinos, Ecuador y Perú, dentro del marco institucional de la Comunidad Andina de Naciones, y no propiamente de contrabando.
Los paros campesinos dejan lecciones valiosas sobre sus orígenes, sobre su gradual encadenamiento y el destape de llagas cubiertas por la inadvertencia o la indiferencia de los poderes públicos. De pronto, el campesinado ignorado emerge como fuerza sólida y pujante, consciente de su significación y de su capacidad de cohesión, pocas veces vista en Colombia.
Disperso en la geografía nacional, parecen casi milagrosos su despertar y la identidad compartida de sus reclamos. No poco merced a la transformación de las comunicaciones, prácticamente instantáneas. El problema se enunciaba en términos de rústica sencillez: exceso de costos de producción y precios inferiores de venta que arrojaban pérdidas a las laboriosas y arduas operaciones de cultivo. Mucha queja hubo sobre el contrabando y las eventuales importaciones al amparo del libre comercio. Se partía del supuesto de que los titanes económicos llevaban trazas de aplastarnos.
Cuál no sería la sorpresa al descubrir que la avalancha de la competencia provenía de dos países vecinos, Ecuador y Perú, dentro del marco institucional de la Comunidad Andina de Naciones, y no propiamente de contrabando. Más aún, al comprobar que su mayor competitividad obedecía a costos de producción harto menores en el renglón de los fertilizantes, los transportes y otros de su género.
¿A qué horas Colombia, en esta materia específica, se quedó atrás de al menos dos de sus vecinos? Objetiva y presumiblemente, desde cuando se impuso a la brava, con el arma de los empréstitos internacionales, el desmantelamiento de los organismos de investigación y renovación tecnológica y de apoyo en diversos aspectos al sector agropecuario. De lo contrario, no se explicaría que los insumos costaran infinitamente más en Colombia que en los países vecinos y hermanos. El Consenso de Washington cesó de existir, pero subsistieron sus pautas y orientaciones. Otra cosa será prepararse para enfrentar las consecuencias de los TLC.
Claro que la satisfacción de los reclamos de los campesinos tiene un costo que el ministro de Hacienda, Cárdenas Santamaría, se ha apresurado a absorber difiriendo el desmonte del impuesto del 4 por mil. Pero el “hueco fiscal” venía de atrás.
En sesudo documento de fecha 22 de agosto de 2013, el eminente economista Amylkar Acosta Medina, en buena hora nombrado ministro de Minas y Energía, glosando la proyectada venta de Isagén, anotó que el propio Ministro de Hacienda había declarado que la meta del Gobierno era cerrar en rojo este año y que “el financiamiento de ese déficit tiene unas emisiones de deuda interna y un componente que son privatizaciones por 3 billones de pesos para financiar 2,4 por ciento del PIB; no depende de si el recaudo está bien o mal, es una meta que tenemos de ingresos de privatizaciones”. Aun así, el faltante fiscal del año venidero se ha calculado entre 1,2 y 1,4 billones.
Por su bagaje académico y su claridad de juicio, cabe celebrar la designación de tan destacado economista para hacer parte del gabinete ministerial, junto con el gran jurista Alfonso Gómez Méndez, con quienes se rompe la estricta primacía o hegemonía neoliberal en su seno.
El nuevo ministro de Gobierno, Aurelio Iragorri Valencia, ha demostrado sus dotes y eficacia en el manejo de intrincadas situaciones. En la cartera agrícola, un distinguido abogado, familiarizado con el campo, Rubén Darío Lizarralde, poco conocido de sus compatriotas. En la cartera de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Luz Helena Sarmiento, geóloga de la UIS, oriunda de Santander. Departamento que en tres años no había tenido representación en el equipo ministerial. Ideológicamente se le ha matizado y geográficamente también.
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Alborozadas felicitaciones a la Niña Ceci en sus 100 maravillosos años.
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