POR: Gustavo Páez Escobar
Uno
de los impuestos más aborrecidos por los colombianos es el del 4 x 1.000 sobre
los movimientos financieros. ¿Qué economista o político fue el autor de esta
singular iniciativa? Ojalá alguien nos lo cuente. Se creó en el gobierno de
Andrés Pastrana mediante el decreto 2331 del 16 de noviembre de 1998, en una
cuantía del 2 x 1.000 y con carácter transitorio de un año. Y va a cumplir
quince años.
Su
finalidad era resolver la aguda crisis financiera que se vivía en aquellos días.
Luego vinieron la recesión económica y el terremoto del Quindío, y para
remediar sus efectos se echó mano a este tributo que ya había mostrado su
eficacia y no causaba mayor resistencia en la opinión pública. La ley 633 del
año 2000 mantuvo el impuesto para la reconstrucción del Eje Cafetero, lo elevó
al 3 x 1.000, y lo volvió permanente.
La
sabiduría popular dice que la mejor manera de hacer permanente una norma es
crearla con carácter temporal. A veces solo se necesita agregarle el
“articulito” a que se refirió hace pocos años un célebre personaje del país. De
ese facilismo nacen la improvisación, el atropello, la sinrazón y la injusticia
con que muchos legisladores y altos funcionarios manejan la suerte de los
ciudadanos.
Veamos
qué más ha ocurrido con el mentado impuesto que hoy produce el rechazo y la ira
del país entero. Como se trata de un gravamen silencioso y continuo que afecta
las operaciones bancarias, se volvió cómodo para los gobernantes. En el año
2003 vino un nuevo incremento, al 4 x 1.000, esta vez para conjurar la crisis
de las finanzas públicas. Siempre habrá un motivo. En el 2010 se aprueba
desmontarlo, con lo cual se cumpliría la oferta del presidente Santos en su
campaña presidencial. Pero surge la emergencia por la ola invernal, y no se
toca. ¿De dónde se sacaría la plata para semejante catástrofe? El motivo de
siempre. La burla de siempre.
Llegamos
al 2013. El Presidente tenía previsto bajar dos puntos en el presupuesto del
2014, y los otros dos puntos (hasta eliminar el odioso tributo) en los años
2015 y 2016. Pero llegó el paro obrero, y los beneficios ofrecidos al gremio
ascendían a 3,1 billones de pesos. ¿De dónde sacarlos? ¡Del 4 x 1.000, obvio! Oigamos
esta victoriosa –a la par que ligera e insensible– declaración del ministro de
Hacienda: “Si el impuesto sirvió para rescatar a los bancos cuando se creó,
ahora debe servir para rescatar el agro”.
Lo
de siempre: el facilismo. ¿Por qué no se piensa en un impuesto a los dividendos,
del 4 o el 5 por ciento, como lo propone el representante a la Cámara David
Burguil? ¿Por qué no se reduce el gasto público? ¿Por qué no se idea una medida
sensata, en lugar de acudir a la cuerda de menor resistencia? Dice el senador
Juan Mario Laserna que “el 4 por 1.000 no es la fuente de financiación ideal,
porque es un impuesto distorsionante”. Impuesto que, por otra parte, atenta
contra el ahorro del país, ya que mucha gente prefiere guardar la plata “bajo
el colchón”, en lugar de pagar contribuciones absurdas.
Así
de fácil se maneja la paciencia de los colombianos. Se administra en función de
la conveniencia personal, del afán del momento, del menor esfuerzo, no del bien
público. Lo que ha sucedido con el 4 x 1.000 (que se decretó para un año y hoy
llega a quince) pertenece al estilo irresponsable con que se dictan muchas
normas. Esto no corresponde a un ejercicio serio, planeado y eficiente, sino,
por el contrario, a falta de estudio, de reflexión y de tino para saber
encontrar las fórmulas maestras.
escritor@gustavopaezescobar.com
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