ELTIEMPO.COM, Por: ABEL VEIGA COPO, 10 de Septiembre del 2013
Abel Veiga Copo
Trató Allende de abrir una primavera socialista en América hace 40 años y lo pagó con su vida. Su muerte, su suicidio, aún hoy conmueve y hace reflexionar.
Tiempos convulsos, tiempos difíciles. Años setenta. No fueron mejores en América los sesenta. Chile, pero también cualquier otro lugar de América Latina. Dictaduras y guerrillas, revoluciones e involuciones. Sociedades polarizadas, discursos antagónicos. Rehenes de sí mismos. Cuatro décadas después la historia pronunció su veredicto. Pero todavía la fecha, 11 de septiembre de 1973 divide, tensiona, segrega y discrepa. Lo hace en un Chile muy diferente a aquel, un país que ha sabido curar las heridas, pero quizás no cicatrizarlas definitivamente. En la retina muchas imágenes. Soldados disparando. Cañonazos de los tanques. Aviones bombardeando su vómito guerrero y golpista sobre el Palacio de la Moneda. El resto ya lo sabemos. La muerte de Allende que se quita la vida. El comienzo de una dictadura y luego una ejemplar transición hacia la democracia protagonizada, de nuevo, por el pueblo. En este caso, el pueblo chileno. La vía democrática del socialismo de Allende pereció entre la bipolaridad reinante de un mundo que apostó por la ceguera de la Guerra Fría, la confrontación seguida de una falsa distensión, pero que desembocó al final en la caída de la Unión Soviética y prácticamente la erradicación del marxismo.
Años convulsos. Años intensos y de lucha fratricida en América Latina. De norte a sur. De este a oeste y donde el ser humano y la dignidad del hombre dejaron de valer algo. La libertad y la vida sucumbieron frente a las ideologías anestesiadas de valores y narcotizadas por la irreflexión y el silencio del otro. Tiempos de exasperación y donde no se dejó resquicio alguno para la reflexión, para la democracia. ¿Era posible la vía democrática del socialismo?, ¿lo permitirían otros socialismos?, ¿lo permitieron ejércitos de cariz conservador apoyados en las viejas oligarquías del poder? Hemos visto el resultado. Los años de plomo, de violencia, de ruptura en sociedades fragmentadas, polarizadas, donde se robó la dignidad y los derechos humanos fueron pisoteados, escamoteados. En todos lados. De uno al otro. Prácticamente hasta finales de los ochenta. La herencia gris y sombría. Ideologías sin alma.
Atmósferas amordazadas, oxígenos confusos. Democracia y libertad, igualdad y justicia, también social, desde la paz, desde la palabra, desde la reflexión. Cuatro décadas después, aquellos hechos conmocionan. Aquellas imágenes atraviesan al ser humano. Aquél casco sobre la cabeza del presidente chileno y el subfusil cruzado. Es difícil comprender aquellos hechos y aquella convulsión y polarización de esa sociedad con los ojos de hoy en día. La América Latina de hoy, salvo excepción, es otra América. Sin complejos, más libre, más democrática, más protagonista de sí misma y de su propio destino, único y propio. Más consciente de los retos y las dificultades, más pendiente del ciudadano, de la persona. Más consciente de los derechos y las obligaciones y sobre todo del interés general, el de todos.
Allende quedó atrapado por las viejas inercias y las amenazas revolucionarias de un socialismo poco democrático en aquel entonces en América. Su experimento fue ahogado por unos y por otros. No tuvo tiempo. No se lo dejaron. Preso de inercias, de errores y de coyunturas. Pero sin esa experiencia el Chile de hoy no sería posible, o sería distinto. Un Chile donde el imperio de la ley se apoya en la igualdad y la libertad. La de todos. Con independencia de su pensamiento, ideología. No por ello los retos son menores. El desarrollo, la justicia social, la igualdad de oportunidades, el crecimiento, la educación, la sanidad y un largo etcétera. Trató Allende de abrir una primavera socialista en América y lo pagó con su vida. Con el silencio y con la deslealtad de muchos. Su muerte, su suicidio, aún hoy conmueve y hace reflexionar. Pero también marca y traza una historia en la política de Chile y de América. Lástima si cuarenta años después con aciertos y errores, esta fecha divide. Para unos la de la muerte o sacrificio de un presidente, para otros, la de poner punto final a lo que creían una amenaza y una deriva. Democracia frente a dictadura, ¿acaso hay que elegir hoy en día?
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