ELTIEMPO.COM, Por: JUAN GOSSAÍN, 15 de Agosto del 2013
En Corea del Sur, la gasolina es más barata, aunque ese país importa el combustible desde Colombia.
‘Colombia establece nuevo récord en producción petrolera’ (EL TIEMPO, primera página, miércoles 7 de agosto).
No me había repuesto todavía del fervor patriótico que se siente al romper nuestra propia marca petrolera, cuando el Ministerio de Minas anunció con redoble de tambores, echando voladores al aire y haciendo repicar las campanas, que en agosto no va a subir el precio de la gasolina. Habrá que darles las gracias, besarles la mano y quedarles debiendo el favor.
Sigo ojeando la edición electrónica de este periódico y, como nunca falta quien le agüe la fiesta a uno, tropiezo en el correo de los lectores con la carta que envía el ciudadano Alberto Niño Peña: “En Bogotá, llenar el tanque de un vehículo puede costar facilito un salario mínimo”. Las palabras del señor Niño me dejan pensativo. Sugieren un paralelo entre lo que cuesta la gasolina y lo que ganan los colombianos. Siento que es casi un desafío periodístico. Una verdadera provocación.
A partir de ese momento me pongo a investigar. Encuentro, por ejemplo, que el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, le dijo a la prensa en abril del año pasado, cuando todavía era ministro de Minas, que a Ecopetrol hay que pagarle por la gasolina que vende en Colombia lo que cobraría si la vendiera en el exterior.
Si nos acogemos a esos argumentos de quienes nos gobiernan, en la plaza de Manizales podrían arrancarnos por una taza de café lo mismo que vale en un hotel de Tokio. O cobrarnos la papa boyacense como si la hubiéramos importado de Siberia. Yo no sabía que da lo mismo ser productor que importador.
Pero es que las cifras demuestran que ni siquiera esa extravagante teoría les ha merecido respeto: en junio del 2008, cuando el precio internacional del barril era de 133,88 dólares, el galón de corriente costaba en Colombia 7.150 pesos. Sin embargo, cinco años después, en junio último, el barril internacional había bajado a 95,77 dólares, pero el galón nacional había subido a 8.650 pesos.
¿Se dan cuenta? El barril bajó allá 38 dólares, pero el galón subió aquí 1.500 pesos. Aún así, y aunque eso tampoco sería razonable, nos siguen diciendo que en Colombia se fija el precio de acuerdo con lo que cueste un barril en el exterior.
Entre galones y salarios
El sentido común y la equidad económica consisten en reconocer que a precios mayores se paguen salarios mayores. O, en su defecto, que haya una relación sensata entre una cosa y la otra; es decir, que los costos sean menores cuando el salario es menor. Esa es la referencia que se conoce universalmente como sistema de precios y salarios. Parece elemental que así ocurra, pero lo que están haciendo en Colombia, por el contrario, es cobrar la gasolina a precio de ricos con un salario de pobres.
Para empezar, digamos que un galón de gasolina corriente les cuesta hoy a los colombianos 8.700 pesos, término medio, ya que el precio varía de una región a la otra. Al cambio actual, esa suma equivale a 4 dólares con 60 centavos.
En Estados Unidos, que es el mayor comprador de petróleo colombiano, el mismo galón vale en promedio 3 dólares con 66 centavos, que corresponden a 6.917 pesos. Eso significa, ni más ni menos, que ellos cobran por la gasolina colombiana 1.800 pesos menos de lo que pagamos en la propia Colombia.
Aquí es donde empieza Cristo a padecer. El salario mínimo en Colombia es de 589.500 pesos, que equivalen a 312 dólares. En cambio, un obrero en Estados Unidos, que trabaja por horas, redondea mensualmente 1.740 dólares, que son 3 millones 289.000 pesos. Traducción: el salario suyo es 5,6 veces más alto que el nuestro, pero el galón de nuestra propia gasolina es 21 por ciento más costoso para nosotros. Y eso que ellos importan la mitad del combustible que consumen, mientras nosotros producimos tres veces más de lo que gastamos.
Eso no es justo ni equitativo, pero la culpa es únicamente nuestra. Se trata de una proporción inversa y maligna. Es decir, de una desproporción.
Desde Bolivia hasta el Asia
Como no faltará quien diga que el ejemplo que acabo de poner con los Estados Unidos es excepcional, menciono un segundo caso, que queda en la otra costura del mundo: Corea del Sur. También le compra petróleo a Colombia. Me imagino lo que les cuesta transportarlo desde el Casanare hasta esas lejanías. Aún así, los consumidores coreanos pagan 4,15 dólares por el galón de corriente. Eso traduce 7.859 pesos colombianos. Es decir, 841 pesos menos que en Colombia.
El salario mínimo coreano es de 1 millón 417.000 pesos, como quien dice, 2,4 veces mayor que el colombiano. Corea del Sur es una nación desarrollada, y usted podría pensar que no es conveniente comparar sus salarios y precios con los de Colombia. Entonces, le propongo que volvamos la mirada hacia países más cercanos y similares al nuestro.
En Bolivia, que ni siquiera produce la gasolina que consume, y tiene que comprarla en el exterior, el galón de corriente cuesta 5.000 pesos colombianos, 43 por ciento más barato que en Colombia, que es un país productor. Mire esto: ese precio obedece a que el salario mínimo boliviano es de apenas 97 dólares, unos 183.000 pesos, menos de una tercera parte del colombiano. Entonces, los bolivianos entienden que, si tienen un salario muy bajo, no pueden imponerle a la gente precios muy altos. Guardan equidad entre una cosa y la otra. Exactamente al contrario de lo que ocurre en Colombia.
Al otro lado de la frontera
Y si nos acercamos todavía más, al otro lado de la frontera, tanto por el Caribe como por el Pacífico, nos encontramos con dos ejemplos muy elocuentes. El primero es Panamá, donde el galón de gasolina corriente cuesta hoy 7.503 pesos colombianos. Casi 1.200 pesos por debajo del costo colombiano. Pero su salario mínimo es de 450 dólares (850.500 pesos), lo que significa 260.000 pesos más alto que el nuestro. Panamá confirma nuevamente la equidad entre precios y salarios, como hacen todos los países del mundo, salvo el que sabemos.
El caso de Ecuador es todavía más elocuente. Su salario mínimo es semejante al colombiano, pues llega hoy a 582.000 pesos, lo que quiere decir que solo está 7.500 mensuales por debajo del nuestro. Pero su galón de gasolina corriente cuesta 2,20 dólares, que corresponden a 4.143 pesos, un 53 por ciento más barato que en Colombia. ¿Cómo explican los administradores del Estado esas discrepancias en el sistema de ingresos y gastos de un país al otro?
Conclusiones
Después de comparar países, costos e ingresos, las conclusiones a que uno llega son lúgubres:
1.- Los precios que se cobran por la gasolina en Colombia, país productor, son más altos que los de muchos países que se ven obligados a importarla.
2.- Los precios de la gasolina en Colombia son considerablemente más altos que los de países vecinos con salarios similares al nuestro.
3.- Los precios de la gasolina en Colombia son más altos, incluso, que los de algunos países que tienen salario mínimo mayor que el nuestro, y cuyos ciudadanos, en consecuencia, podrían pagarla más cara. ¿O será, más bien, que los nuestros deberían pagarla más barata?
4.- Y la peor de todas las injusticias que encontré en este trabajo: el precio de la gasolina colombiana es más alto en Colombia que en algunos países que importan gasolina colombiana. Parece un juego de palabras, un galimatías, pero es una realidad muy cruda, tan cruda como el mismo petróleo.
Demagogia y buses
La pregunta que hay que hacerse es a qué se debe semejante desequilibrio. “A que, si bajamos el precio de la gasolina, se quiebra Ecopetrol”, es la respuesta que dan siempre los gobernantes. Yo no veo por qué ha de quebrarse alguien que cobre precios justos. ¿O es que en otros países se han arruinado las empresas petroleras?
Otra disculpa tramposa consiste en afirmar que la gasolina barata se vuelve un subsidio para los ricos. Eso es demagogia infantil y ramplona. ¿Los que viajan en bus son ricos? ¿O son magnates los que se ganan la vida con un carrito? Es al revés: el abuso en los precios de la gasolina golpea, primero que todo, a la canasta familiar de los más pobres.
Epílogo
La verdad desnuda es que Ecopetrol, cuyo máximo accionista es el Estado, se gana 51 por ciento en cada galón que vende. Como si fuera poco, el propio Estado, a través de los impuestos, se queda con otro 27 por ciento. Aunque insista en negarlo, el Gobierno, como ciertas especies de plantas parásitas, se ha acostumbrado a vivir a costillas de Ecopetrol. La corrupción también. ¿O de dónde cree usted que sale la plata que se roban? Ecopetrol, a su vez, vive a costillas de los colombianos.
Es por eso que, con el permiso de los insignes estadistas del país, yo quiero terminar dejándoles a los lectores una inquietud muy chiquita, probablemente boba y que a lo mejor no tiene sentido: ¿no será que, si algún día controlaran las venas rotas de la corrupción, se le podría bajar el precio a la gasolina sin que se quiebre Ecopetrol? ¿Y sin que se quiebre el bolsillo de los colombianos?
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
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