miércoles, 28 de agosto de 2013

No subestimen a los campesinos

ELTIEMPO.COM, Por: 27 de Agosto del 2013


Cecilia López Montaño

Mientras se elabora una verdadera política para el campo, es fundamental darle una luz de esperanza a una población a la que se le acabó la paciencia.
Es cierto que no se le puede atribuir solo a este Gobierno todo lo que les ha venido sucediendo a los campesinos colombianos durante los últimos 20 años. También es verdad que no solo los gobiernos son responsables de su creciente crisis, porque los líderes de esta sociedad y los ciudadanos urbanos también le han venido dando la espalda a ese campo pobre y rezagado.
Cuando se trató de hacer el Contrato Social Rural, que obligaba a todo el Gobierno a enfocar acciones específicas para mejorar la situación de la población campesina, los gremios de la producción agropecuaria le dieron la espalda a esta iniciativa, que murió por eso y por falta de apoyo político antes de empezar. Aquí todos somos culpables.
Pero, precisamente porque al inicio de la administración Santos se tuvo la percepción de que le había llegado la hora al campo colombiano, este Gobierno sí tiene su cuota de responsabilidad. Cuando se empezó a preparar la ley de desarrollo rural, en todos los tonos, en cuanto foro se dio, se le dijo al Ministro de Agricultura que en ese proyecto de ley, más que una política, había era un compendio de normas, algunas excelentes, otras contradictorias, pero que no era de ninguna manera una clara política para el campo. La claridad absolutamente imprescindible de cómo se manejaría la gran agricultura, la mediana y la realidad de 11 millones de campesinos pobres no aparecía por ninguna parte. Y, ante la confusión, iba a resurgir el fantasma de Carimagua.
Esta alusión enfurecía al señor ministro de entonces, Juan Camilo Restrepo, pero, ante la imposibilidad de que saliera una verdadera política rural, para algunos, y así lo expresamos, surgió la idea de que el Gobierno tenía una política rural implícita, muy parecida a la de la anterior administración. Es decir, que el campo es tan difícil, tan costoso, que solo los grandes empresarios podían desarrollar ese capitalismo que haría rico a Colombia. Nadie lo niega, ¿pero se puede hacer este tipo de política dejando en la pobreza a los campesinos, que nos aportan cerca del 60 por ciento de nuestros alimentos? ¿O es que, como en el modelo Carimagua, la población que sí vive en el campo y en los pequeños municipios debería limitarse a ofrecer una mano de obra barata, como hasta ahora ha sucedido?
Cuando salió la bienvenida ley de víctimas, un éxito que hay que reconocerles al Gobierno y a los parlamentarios que la impulsaron, se repitió con mayor razón el argumento. Ahora que por fin las víctimas, que son en su mayoría campesinos, muchos desplazados, van a ser reparadas, se necesita más que nunca una clara política de desarrollo rural para que realmente vean la posibilidad de volver a ser productivos. Claro que la seguridad es fundamental, pero aun, si se lograra su retorno seguro, lo que no ha pasado, sin unas decisiones específicas sobre bienes públicos rurales, sobre servicios agropecuarios, tecnología, crédito barato y, sobre todo, asociaciones justas con la gran agricultura, esa ley no iba a funcionar adecuadamente.
Excelente que les recompensen las pérdidas a las víctimas, pero sin un apoyo estatal terminarán vendiendo sus tierras y otra contrarreforma agraria vendría. ¿Será que eso es lo que quiere el establecimiento? Esta es la dosis de culpa que le corresponde al gobierno Santos: no haber sido ni claro ni eficiente en su estrategia hacia la población campesina.
Mientras se elabora una verdadera política para el campo, es fundamental darle una luz de esperanza a una población a la que se le acabó la paciencia. Lo de Boyacá, llena de campesinos que dicen públicamente que no aceptan a políticos oportunistas, debe poner a pensar al Gobierno. Puede haber infiltrados, pero a la gente hay que creerle. Se necesita ya una política que parta de no subestimar la importancia de lo que hacen, de lo que dicen nuestros campesinos.

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