elespectador.com, 25 Ago 2013
Por: Rodrigo Lara
Estamos presenciando el comienzo de un período electoral áspero,
atizado por el deseo de venganza del líder del Centro Democrático,
el cual no disimula sus ansias de castigar a Santos por haber
cometido lo que él y sus congéneres consideran un pecado capital:
la traición.
A su vez, la izquierda, afanada por no dejar que Uribe ocupe todo el espectro de la oposición, redoblará la contundencia de sus críticas para no desaparecer de los radares. Esta campaña anuncia muchos insultos, sonoras campañas de desprestigio y pocos planteamientos que inviten a los colombianos a soñar con un país mejor. Estamos en el preludio de una campaña política signada por el odio y las pasiones.
En el trascurso de este semestre Uribe se consolidará como el jefe de las bases conservadoras del país. La más recalcitrante derecha cerrará filas alrededor de un candidato reaccionario que promete echar para atrás cualquier redistribución democrática de la tierra mal habida. Con el parapeto de la seguridad en el campo y de la propiedad de buena fe, Uribe pretende mantener un statu quo construido por el narcotráfico y sus diferentes expresiones armadas.
Generalizando los casos particulares y acudiendo a efectistas analogías, afirmando y repitiendo para producir un contagio, ese movimiento manipula los miedos de una población que tiene aún frescos lo recuerdos de los desatinos del Caguán. El uribismo no pretende despertar ningún ideal del cual la ciudadanía pueda prendarse y menos aún incitar una ilusión de cambio: su leitmotiv es explotar los miedos para ponerlos al servicio de sus ambiciones.
El uribismo diseñó un movimiento en el cual democracia significa la anulación de la voluntad y de la iniciativa individual de sus miembros y en donde el deseo del caudillo es el núcleo alrededor del cual se forman las opiniones de sus precandidatos presidenciales. Una estructura en la cual el caudillo se encarga de dirigirlo todo, de centralizar, de monopolizar y de fabricar el discurso.
Idearon una consulta interna con nombre propio, en la que sólo puede ganar el Partido Conservador y su candidato in péctore Luis Alfredo Ramos. Entre tanto, algunos de los agitadores más connotados de la guardia pretoriana uribista se encargan de mantener la ilusión de los demás precandidatos los cuales aún esperan sumisos un gesto del caudillo que les abra con varita mágica las puertas de la Casa de Nariño.
En Senado el juego es claro: Uribe presentará una lista en la que disimulará las maquinarias electorales de siempre detrás de un puñado de figuras frescas hipnotizadas por su apóstol; “las víboras se esconden detrás de las flores”, dijo Dostoievski en El idiota.
El panorama que se avecina es triste y preocupante. Se avizora un firmamento de odios y egoístas pugnas de poder. Sin embargo, estos momentos sombríos también son fértiles para el surgimiento de fuerzas nuevas, ajenas a la enfermiza polarización que propone el uribismo y que constituyan alternativas realmente democráticas. Estamos en mora de hacerlo.
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