ELTIEMPO.COM, Por Jorge Yarce, 7 de Agosto 2013
También pasa que hay heridas del corazón que se curan mientras las de la mente permanecen. Por ejemplo, creemos que hemos perdonado a alguien, o al menos esa es la intención, pero persiste en la mente algo ahí enraizado, que a la hora de la verdad hace que perdonemos pero no olvidemos y, por tanto, en el fondo no hemos perdonado de verdad. Son heridas "mortales", en el sentido de que, además de tender a acabar con la presencia de los demás en nuestra vida, se vuelven contra nosotros, nos menoscaban interiormente. Son como una especie de carcinoma que nos va consumiendo, y hacen metástasis en la mente y desde ahí se meten en la visión de la vida, en los sentimientos o en la manera de juzgar las cosas.
O encontramos alguna salida, o nos volvemos locos, como le ocurrió a Macbeth en la tragedia shakesperiana. Mientras su esposa cree que "un poco de agua nos lavará de esta acción" (el haber matado al rey), Macbeth sabe perfectamente que no es así, que no puede ser así: "¡Conocer mi acción! ¡Mejor quisiera no conocerme a mí mismo!". La curación puede llegar de fuera cuando aireamos el corazón y la mente con pensamientos y sentimientos positivos, cuando acudimos a alguien a quien confiamos nuestra vulnerabilidad (capacidad de ser heridos) o a Dios mismo. Hay una vía de curación, de sanación interior, por el camino de un querer que se convierte en poder que ejercemos por nuestro propio bien. No se logra de un día para otro, ni hay fórmulas de ningún tipo para encontrar la salida del laberinto. Lo que sabemos ciertamente es que la sanación llega por una vía distinta a la de la mente, aunque esta sea necesaria para lograrlo.
"La sombría noche apaga la lámpara viajera" dice uno de los personajes de Macbeth: "Vertí el odio en el vaso de mi paz" confiesa, explicando el porqué de esa oscuridad. Ahí esta el encadenamiento de la herida del corazón que genera el odio, con la herida mental que es como vivir en la celda de una cárcel dentro del cerebro: "Ahora los muertos resucitan con veinte heridas mortales en la cabeza...y esto es más extraño que el crimen mismo". Son esas "maldiciones profundas, murmullos que el corazón quisiera reprimir y no se atreve a rehusar", dice Macbeth. Todo eso va acelerando lo inevitable: "todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte" que llega para Macbeth y su esposa al acabar la tragedia.
Las heridas del corazón pueden ser trágicas cuando conducen al derrumbe de nuestro ser. O simplemente dramáticas, es decir que no necesariamente nos llevan a acabar mal, porque estamos en busca de una sanación que sólo puede hacerse en el alma y así tratar de contrarrestar el peso del mal que esas heridas nos causan. Siempre el restaurador es el corazón mismo que busca en el corazón de los otros el puente salvador, hablando, escuchando, comprendiendo, olvidando, perdonando, creyendo y esperando.
Hay que empeñarse en descubrir que en nosotros mismo está la principal fuente para hacer que las heridas, bien sean del corazón o de la mente, no sean un tormento indefinido, no nos impidan seguir viviendo y, por el contrario, se conviertan en protectoras de nuestros tesoros interiores y en una dolorosa memoria que nos lleva a reaccionar con optimismo frente a la vida, sabiendo que puede más el amor que el dolor, la alegría que la tristeza, el don de sí que el egoísmo.
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