ELTIEMPO.COM, EDITORIAL, 10 de Agosto del 2013
Lo que se ve por estos días no es la confrontación de ideas o de propuestas sobre la mejor manera de solucionar los numerosos problemas que tiene la nación, sino la descalificación del adversario, usando tácticas y expresiones que denotan una virulencia a todas luces desaconsejable.
No se necesita ser un experto en asuntos políticos para darse cuenta de que desde hace algún tiempo el viento propio de la temporada electoral ha comenzado a soplar en Colombia. Si bien los comicios legislativos de marzo del 2014 o los presidenciales de mayo siguiente todavía se encuentran a varias hojas del calendario de distancia, el clima ha empezado a agitarse en forma temprana. Así lo demuestran las escaramuzas en las que se trenzan un buen número de dirigentes, tanto a través de los medios de comunicación como de las redes sociales.
Ante esa ebullición, alguien podría decir que lo que ocurre es una prueba más de la vitalidad de la democracia colombiana, en la que abundan voces variadas. Lamentablemente, lo que se ve por estos días no es la confrontación de ideas o de propuestas sobre la mejor manera de solucionar los numerosos problemas que tiene la nación, sino la descalificación del adversario, usando tácticas y expresiones que denotan una virulencia a todas luces desaconsejable.
El peligro de seguir por esa senda es evidente. En la historia del país son numerosos los casos en los que las palabras incendiarias originaron conflagraciones que todavía hoy lamentamos. Por tal motivo, sea esta la ocasión de hacerles un llamado a los líderes de todas las vertientes para que dejen de atizar el fuego y antepongan los intereses de la ciudadanía a las rencillas personales.
La primera admonición está dirigida a Álvaro Uribe Vélez. Apoyado en el prestigio que le dejaron sus ocho años de gobierno, el exmandatario lleva a cabo una cruzada personal contra su sucesor, a quien acusa de haber traicionado los principios de la seguridad democrática. Debido a esa obsesión, no hay episodio grande o pequeño que deje de ser utilizado para lanzar dardos en contra de la actual administración.
Y aunque el expresidente está en todo su derecho de apartarse de quien lo remplazó en la Casa de Nariño, debería ceñirse más a los hechos y recordar que el cargo que ocupó le concede varias prerrogativas, pero, al mismo tiempo, le exige comportarse con dignidad y decoro. En particular, y con creciente frecuencia, Uribe ha decidido torcerle el pescuezo a la verdad, como queda claro en algunas de las 89 observaciones que la semana pasada le hizo a Juan Manuel Santos, al cumplirse tres años de la actual administración.
En el fragor de las hostilidades verbales, resulta lamentable ver la actitud de los precandidatos del uribismo, quienes en ocasiones adoptan un silencio cómplice y en otras compiten por ser más agresivos que su propio líder. Tal realidad es deplorable, por tratarse de personas que han ocupado cargos de responsabilidad y aspiran a ocupar el solio de Bolívar. Flaco favor les hacen a sus aspiraciones al proyectarse como gente sin ideas propias, incapaces de disentir o de tomar distancia ante posturas reprensibles.
En el otro extremo del espectro ideológico, el Polo Democrático también ha afilado sus aguijones. Para comenzar, los adjetivos que ha usado para referirse al Ejecutivo incluyen todo tipo de descalificaciones, entre las cuales la de “mentiroso” suena como una de las más suaves. Adicionalmente, no hay protesta, bloqueo o huelga con la cual dicho partido no se solidarice.
Pero lo que más llama la atención de la colectividad de la bandera amarilla es su incapacidad de hacer propuestas constructivas, debido a la obsesión de oponerse a tantas cosas. Es sabido, entonces, que el Polo está en contra de la ley de tierras, de la lucha contra la minería ilegal o de los tratados comerciales, para solo mencionar unos casos. Por ello, sería bueno conocer propuestas que se concentren no en decir lo que está mal, sino en plantear lo que harían sus dirigentes si triunfan en las urnas.
En medio de esa realidad, y sintiendo la presión de una tenaza opositora con una pinza que viene de la izquierda y otra de la derecha, el Presidente de la República ha empezado a caer en las provocaciones, como lo dejó claro el tono de los discursos pronunciados a partir de este 7 de agosto. Aparentemente, Santos decidió escuchar el consejo de quienes quieren llevar a la arena política aquella máxima del fútbol según la cual “la mejor defensa es el ataque”.
El problema es que cualquier competencia, y especialmente la confrontación democrática, requiere atenerse a ciertas reglas para que el juego sea limpio. Y ante la ausencia de árbitros efectivos que muestren cartones amarillos o rojos, les corresponde a los dirigentes comportarse a la altura para eludir la patada artera o el codazo traicionero. Dicha responsabilidad recae especialmente en hombros del Jefe del Estado, quien debe evitar las tentaciones a la hora de aplicar la ley del Talión en cualquier debate.
Por su parte, la ciudadanía también tiene un rol que desempeñar. Este es el de exigirles a sus líderes respetar los cánones de la sana confrontación de ideas, pues de lo que se trata es de discutir iniciativas, no de intercambiar insultos. De lo contrario, la propia legitimidad de las instituciones empezará a ser cuestionada y ese es un escenario que no les conviene a quienes aspiran a llegar al Congreso o a la Presidencia, ni mucho menos a los colombianos.
Dice el presidente Santos al periodista que lo entrevista:" Es que Ud. me pregunta preguntas....."y qué quería que le preguntara????
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