jueves, 15 de agosto de 2013

Venta de Isagén...

eltiempo.com,   14 de Agosto del 2013


Abdón Espinosa Valderrama

El Estado renuncia a ocuparse de la infraestructura eléctrica de la Nación, a pesar de que nada le cuesta, y sí le retribuye con generosas utilidades.
Todo parece indicar que la venta del 57 por ciento de Isagén por parte del Estado se ha precipitado sin consideración a las observaciones críticas. Se reconocen la idoneidad, rentabilidad y eficiencia de la empresa, pero ha pesado más la decisión de privatizarla, en línea con las políticas que en su tiempo pregonaron Mrs. Thatcher en Gran Bretaña y el presidente Reagan en Estados Unidos, reflejadas asimismo en el llamado Consenso de Washington. A esta tendencia conceptual se ha añadido el apremio aparente de arbitrar recursos fiscales.
Inicialmente se planteó su destinación exclusiva para construir las carreteras que el país con urgencia requiere. Se trataría de cambiar un activo en plena producción por la expectativa de otro, programado para su realización paulatina. Sobre este particular, conviene anotar que el problema de las obras públicas no ha sido de falta de apropiaciones y dinero, sino de ejecución y corrupción. El derroche criminal que vimos atónitos en la capital de la República fue expresión de un mal de proporciones abrumadoras.
No cabe duda de que se ha procurado extirparlo en sus raíces, pero subsisten algunas de las dificultades para imprimir ritmo adecuado a las inversiones. La acumulación de tres billones de pesos en caja indica que no todos los obstáculos han sido removidos.
La necesidad de incrementar los recursos fiscales la ha descrito, guarismos en mano, Mauricio Vargas en su columna del lunes pasado en este diario. La realidad –afirma– es que entre enero y junio la Dian recaudó mucho menos que lo esperado. Ni más ni menos que 11 billones de pesos, “equivalentes a más del 10 por ciento de lo presupuestado para el año”. A lo cual agrega que será menester pagar 6 billones de pesos más por pensiones y que la reducción del impuesto de 4 por mil a la mitad significará un descenso de los recaudos de casi tres billones, adicionalmente a lo que representó la inexplicable rebaja de aranceles a fines del 2010. Así se configuraría la brecha por cerrar.
La campaña por la electrificación e interconexión de Colombia coincidió con el empeño de industrializar al país no ya para adentro sino con proyección hacia afuera, agotado como estaba el modelo de la sustitución de importaciones y dada la insuficiencia del café para atender las necesidades de recursos de cambio exterior.
La impaciencia llegó a ser tanta que podría resumirse en el dilema perentorio planteado por el maestro Darío Echandía: “O veinte millones para la central del Prado o cien millones para pacificar al Tolima”.
Era tan solo un botón de muestra de la conciencia que por entonces prevalecía, coincidente con la urgencia de abrir nuevos horizontes a los talentos y a la mano de obra, ambos en rápido crecimiento. El impulso de aquel tiempo a la industrialización duró hasta cuando la apertura hacia adentro truncó muchas ilusiones y empresas, como la de don Florentino González hacia mediados del siglo XIX. Fue este el primer brote de la tendencia a limitar el horizonte económico del país a la exportación de materias primas.
No parece del todo extraño que a la actual desindustrialización le sobrevenga la venta de la empresa generadora de energía que se nutre, principalmente, de las aguas públicas y gratuitas de nuestros ríos. ¿Puede ser consecuencia lo uno de lo otro?
El Estado renuncia a ocuparse de la infraestructura eléctrica de la Nación a pesar de que nada le cuesta y sí le retribuye con generosas utilidades. Es un desgarramiento. Planteadas como están las cosas y en marcha la privatización de un activo valiosísimo, no resta sino deplorarla.
Abdón Espinosa Valderrama

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