ELTIEMPO,COM, ERIK SOLHEIM , 21 de Mayo del 2013
Erik Solheim
Nuestro progreso depende de la voluntad de todos de transformar las vidas de 1.500 millones de personas cuya existencia está aquejada por la violencia, el conflicto y la inseguridad.
PARÍS. Hoy, aproximadamente una cuarta parte de la población mundial vive en Estados frágiles y afectados por el conflicto. A pesar de las vastas sumas de dinero que se han invertido en ayudar a estos Estados en los últimos 50 años, el conflicto armado y la violencia siguen deteriorando las vidas de millones de personas en todo el mundo. Los socios internacionales y nacionales deben cambiar radicalmente la manera en que interactúan con estos Estados.
Yo experimenté de primera mano la necesidad de una nueva estrategia en el 2004 en Sri Lanka. En los dos primeros meses luego del ‘tsunami’ devastador que ocurrió ese mes de diciembre, cerca de 50 jefes de Estado y ministros de Relaciones Exteriores visitaron la isla. Cada uno llegaba con sus propios programas, sus propias organizaciones de la sociedad civil y sus propios equipos de televisión. Pocos llegaban con un profundo entendimiento de la dinámica del conflicto político entre los militantes tamiles y el Estado de Sri Lanka. Se cometieron grandes errores, que alimentaron aún más la violencia.
Nuestro mayor desafío hoy es apartarnos del modelo de sociedad según el cual las prioridades, políticas y necesidades de financiamiento se deciden en las capitales de los países donantes y en las sedes centrales de los socios para el desarrollo. Los Estados afectados por el conflicto tienen que poder decidir sobre sus propios destinos.
Deberíamos establecer modelos de transición postconflicto como el modelo defendido por el g7+, un grupo de dieciocho Estados frágiles. El modelo es simple: los países evalúan su propia situación, mediante las herramientas que ellos mismos desarrollan y que son apropiadas para el contexto, para formular una visión y un plan destinados a consolidar la paz y alcanzar la prosperidad.
Esto tal vez suene como a castillos en el aire, pero ya lo pusimos a prueba en África, donde la Agenda para la prosperidad 2013-2017 de Sierra Leona y la Visión para Liberia 2030 ejemplifican el potencial de este tipo de programas. El progreso, en cuanto a cumplir con las prioridades nacionales como la consolidación de la paz, un mayor acceso a la justicia o una mayor seguridad, se monitorea localmente. Quedó demostrado que la utilización de sistemas y capacidades locales puede fortalecerlos.
El ‘Nuevo acuerdo para el compromiso en estados frágiles’, que se basa en una serie de compromisos internacionales respecto de la ayuda y el desarrollo, y que fue respaldado en el Cuarto Foro de Alto Nivel sobre la Eficacia de la Ayuda, en Busán (Corea del Sur), en el 2011, propone exactamente un modelo de este tipo. Este acuerdo consagra lo que más importa a la hora de crear Estados y sociedades pacíficos: compromisos –los objetivos de construcción de paz y consolidación estatal– para mejorar la manera en que los socios nacionales e internacionales participan en contextos frágiles, afectados por el conflicto.
El ‘Nuevo acuerdo’ reconoce lo que la historia de la construcción de la paz nos enseña: el liderazgo nacional y el manejo de las agendas son esenciales para obtener resultados visibles y sustentables. Como dijo Kosti Manibe Ngai, ministro de Finanzas de Sudán del Sur: “Nada sobre nosotros sin nosotros”.
En muchas conversaciones con el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, analizamos la confección de una lista breve de prioridades claras para el nuevo Estado. Pero esos objetivos solo tienen sentido si los socios de un Estado frágil están dispuestos a aceptar que las cosas se decidan desde una capital como Juba, y no desde sus oficinas centrales.
Más de 40 países e instituciones han respaldado el estilo de trabajo del ‘Nuevo acuerdo’, y se comprometieron a forjar mejores relaciones –y a invertir los recursos y el capital político necesarios–. Por esta razón el modelo del ‘Nuevo acuerdo’ es innovador; genera respaldo político alrededor de cuestiones que es preciso abordar si los países han de consolidar la transición del conflicto y la fragilidad a la paz y la estabilidad.
Respaldar un diálogo político inclusivo y asegurar que el conflicto se resuelva a través de medios pacíficos son las principales prioridades, así como lo son la seguridad, el acceso a la justicia y un sector privado dinámico que genere suficientes oportunidades laborales. Es más, muchos Estados frágiles son ricos en recursos naturales, y deben establecer una gestión transparente de los recursos –destinada a frenar la corrupción y a controlar flujos ilícitos de dinero y bienes– a fin de aumentar los ingresos necesarios para ofrecer servicios.
Un foco en estos procesos aseguraría que los Estados frágiles tomen la delantera y asuman la responsabilidad. Como socios, debemos aceptar este liderazgo nacional. Después del catastrófico terremoto de Haití en el 2010, el país fue apodado la ‘República de las ONG’. Al no poder crear las condiciones para que los propios haitianos pudieran tomar la delantera en la reconstrucción de su propio país, los socios externos de Haití socavaron la creación de un sistema de gobernancia interna funcional.
¿Cómo podemos, entonces, traducir nuestros compromisos y prioridades en mejores vidas para la gente que está afectada por el conflicto y la fragilidad?
Los países de la Ocde necesitan liderar con el ejemplo y cumplir con los compromisos que hicieron. Nuestros socios, a través de agrupaciones como el g7+, deben seguir exigiendo los cambios en las políticas y las prácticas que se prometieron.
También debemos planificar los cambios para el largo plazo. A medida que se acerca la fecha límite del 2015 de los Objetivos de desarrollo del milenio, promover la paz, la seguridad y la resolución no violenta del conflicto sigue siendo de vital importancia, y es algo que debe estar plenamente integrado en cualquier agenda de desarrollo futuro.
Recientemente, los miembros del Diálogo internacional sobre construcción de la paz y consolidación estatal, el foro político de alto nivel de donde surgió el ‘Nuevo acuerdo’, se reunieron en Washington para evaluar nuestro progreso en cuanto a cambiar la manera en que trabajamos e implementamos los compromisos del ‘Nuevo acuerdo’. Concordaron en el Comunicado de Washington, que insta a los socios para el desarrollo, los países del g7+ y las organizaciones de la sociedad civil a intensificar sus esfuerzos para utilizar el ‘Nuevo acuerdo’ a fin de ofrecer resultados concretos en el terreno, y reclama una agenda de desarrollo post-2015 que reconozca la importancia universal de la construcción de la paz y la consolidación estatal.
En definitiva, nuestro progreso depende de la voluntad de todos de transformar las vidas de 1.500 millones de personas cuya existencia está aquejada por la violencia, el conflicto y la inseguridad.
Erik Solheim, exministro de Desarrollo y exministro de Medio Ambiente de Noruega, es presidente del Comité de Asistencia para el Desarrollo de la Ocde.
Copyright: Project Syndicate, 2013.
www.project-syndicate.org
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