ELTIEMPO.COM, ENRIQUE SANTOS MOLANO, 30 de Mayo del 2013
Enrique Santos Molano
Tan importante es la paz de Colombia que ha recibido el apoyo del mundo entero. Los colombianos han entendido que sin ella no tienen presente, ni tendrán futuro.
La firma del primer acuerdo Gobierno-Farc sobre la espinosa agenda agraria nos puso a los colombianos tan cerca de la paz como nunca antes lo habíamos estado. El acontecimiento, calificado de histórico por los medios y los analistas, celebrado con alborozo por los ciudadanos, fue noticia mundial. En Colombia se recorre con firmeza el áspero sendero que conduce hacia la paz. Las minas que a cada trecho le siembran sus vociferantes y tortuosos enemigos no han conseguido su meta abominable de quebrantar el ánimo de paz de los colombianos. Los que critican el proceso, los que se agarran de cualquier pretexto, de imaginarias impunidades del marco jurídico, los que perdonan y absuelven a sus amigos aunque sean culpables, y condenan a sus enemigos, aunque sean inocentes, no han podido entender, ni entenderán, que quienes hoy están sentados en La Habana para lograr el objetivo supremo de la paz no fueron allí por cuenta propia, sino porque esa es la voluntad de la nación colombiana.
Lo más valioso de este proceso pacifista es que tanto los compromisarios del Gobierno como de la guerrilla en los diálogos de paz de La Habana, al acatar la voluntad de la nación, la voluntad del pueblo, que es la esencia de la nación, están rompiendo una tradición antidemocrática que se remonta, en la república moderna, a los comienzos del siglo veinte. Esa tradición antidemocrática consiste en que la voluntad de la nación ha sido constantemente sustituida, doblegada, manipulada, engañada y tiranizada por la voluntad de los pequeños grupos de intereses creados que dominan el poder económico y político.
De ahí que en los diálogos de La Habana estén, unos y otros, abiertos a escuchar, y si es el caso, a incorporar las opiniones de los ciudadanos sobre los puntos que deben ser acogidos en los acuerdos, o tomados en cuenta en la redacción final. Desde distintas partes del mundo, los colombianos realizan mesas de paz con el propósito de enriquecer y nutrir los diálogos con sus conclusiones y propuestas.
La diferencia con los procesos anteriores reside en que en el presente, sin espectáculo farandulero, ni exhibicionismo (en los que tanto abundó, por ejemplo, el del Caguán) sí hay verdadera participación ciudadana y un interés colectivo en el desarrollo de las negociaciones y en su feliz culminación.
Lo que venga después, si los acuerdos de La Habana son aprobados en plebiscito por la voluntad popular, será para Colombia el siglo de la democracia. No de la falsa democracia con que se ha venido disfrazando la plutocracia, sino una democracia aséptica, incluyente, social, que permita limpiar al país de la espantosa corrupción que lo carcome, librarlo de las mafias del narcotráfico que lo llenan de podredumbre y de sucias fortunas, que no crean riqueza sino miseria, desempleo, desigualdad de oportunidades, y ejércitos de sicarios.
La paz que se está forjando entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc permitirá que Colombia comience a superar su atraso de más de un siglo en educación, en ciencia, en cultura y en otras tantas áreas de la inteligencia en las que nos hemos ido quedando miserablemente rezagados.
Tan importante es la paz de Colombia que en los últimos días ha recibido el apoyo clamoroso del papa, de la Unión Europea, de los Estados Unidos de Norte América, de Sudáfrica, del mundo entero. Los colombianos han entendido que sin la paz no tienen presente ni tendrán futuro. Los únicos que parecen no entender la importancia de la paz son el apostólico Procurador General de la Nación y el trinante doctor Uribe Vélez.
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