ELESPECTADOR.COM, 28 Mayo 2013
Por: Cecilia Orozco Tascón
La presidenta de la ultrajada Corte Suprema de Justicia es indigna de portar ese cargo y, más aún, de vestir la toga de magistrada.
No sólo por el tal crucero, en buena hora denunciado por RCN Televisión, sino también por sus ascensos profesionales, escasos, según se sabe en la Rama Judicial, de conocimientos jurídicos, pero abundantes en lisonjas, regalos y atenciones a sus superiores, los mismos que podían incluirla en las ligas mayores de la carrera, como en efecto lo hicieron. Ahora, los que vienen detrás de ella siguen su método: la halagan, la acompañan al paseo, le compran los tiquetes y quién sabe qué más, para que la señora les devuelva los favores en votaciones y campañas internas con el propósito de lograr que ellos, sus adulones, sean los nuevos integrantes de esa corporación. Así, con ese modelo despreciable, se han ido envileciendo las cortes hasta llegar a lo que tenemos hoy, un nido de negociantes y animales de larga cola en donde todavía, pese a todo, batallan unos juristas honrados cada vez más solitarios.
La señora presidenta dijo en RCN Radio que trabaja mucho y que apenas duerme cuatro horas. En una brillante frase que la refleja, explicó que “el ser humano, al no tener descanso diario, entra en cansancio”. ¡Bueno, si esa fuera una justificación válida para que en mitad del calendario laboral le den a uno una semana en alta mar a bordo de un lujoso yate, y mientras tanto continúen pagándole el salario, más de la mitad de los empleados colombianos estaríamos disfrutando las islas del Caribe! En fin, el permiso que le solicitó Díaz a su subalterno (el vicepresidente de la Suprema) y no a su jefe, como indica la norma a la que ella ha aludido, podía ser remunerado si existía “causa justificada”. Este es el día en que la secretaria general de la corporación no responde un derecho de petición que le envié el viernes pasado, en el que le solicité que me diera copia del escrito de Díaz y de la justificación que adujo para irse de rumba sin detrimento de su mesada mensual pero sí de nuestros impuestos. Esperemos que no haya maquillaje de última hora entre el documento radicado y el que le entreguen a esta columnista. Dígame usted si cree posible que el vicepresidente, un magistrado Miranda (cuya presencia en la Corte se la debemos al mañoso Francisco Ricaurte, que paralizó los nombramientos en otras vacantes durante más de un año hasta cuando le pusieran los votos suficientes a este, su candidato), iba a decirle que no le autorizaba el crucero a la patrona. Ni que fuera tonto.
A la doctora Ruth Marina, en cambio, no le pareció pertinente referirse a la coincidencia entre los nombres de quienes la acompañaron al crucero y los de las listas de aspirantes a ocupar sillas vacías en la Suprema. Por ejemplo, se olvidó de Jaime Araque, su excolega del Tribunal de Bogotá, paseador con ella y candidato a reemplazar al exmagistrado Jaime Arrubla, por el que Díaz —que harta fuerza ha hecho por él— y otros 12 miembros de la Sala Plena han votado en reuniones recientes. ¿Será que estoy loca o ese trueque se acerca a la tipificación de uno o dos delitos? Nada de lo descrito, sin embargo, es importante en los recintos del Palacio de Justicia. Allá hay un hervidero de pasiones, pero no en defensa de la moral, de la austeridad personal o de la conducta pulcra. Hay corrillos para descubrir la identidad del “sapo” que les contó a los medios sobre el cuarto, quinto o sexto viaje de su presidenta este año, la pobrecilla. Averiguaron, y muy rápido, que quien “la entregó a los lobos de la prensa” no lo hizo por ética, qué va, sino por pragmatismo: tenía que quitarla del camino porque estorbaba al postulado de otra facción del clientelismo cortesano que reina en la justicia. ¿La justicia?
Cecilia Orozco Tascón | Elespectador.com
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