eltiempo.com, Por: ALFONO GÓMEZ MÉNDEZ, 03 de Septiembre del 2013
Alfono Gómez Méndez
¿Estaremos asistiendo al eclipse definitivo de la democracia representativa? Gobierno, partidos, organizaciones sociales y ciudadanos deberíamos examinar en qué estamos fallando.
Más allá de paros, bloqueos, protestas, actos de heroísmo (de jóvenes policías) y de villanía (de atacantes), acciones vandálicas, promesas y largas conversaciones de voceros gubernamentales, lo ocurrido la semana pasada demuestra que el país se mueve, palpita, vive, grita, llora, lamentablemente ya no por los canales institucionales tradicionales.
Es inevitable relacionar estos hechos con el informe de Semana sobre la bajísima participación electoral en las últimas elecciones atípicas, como las del Valle, Huila, Caldas y Cartagena, donde la participación ciudadana no superó el 17 por ciento y aun menos.
Es inevitable relacionar estos hechos con el informe de Semana sobre la bajísima participación electoral en las últimas elecciones atípicas, como las del Valle, Huila, Caldas y Cartagena, donde la participación ciudadana no superó el 17 por ciento y aun menos.
Lo que el profesor y líder de la UP Diego Montaña Cuéllar llamó “la cuestión agraria” logró unir a estudiantes de los Andes con campesinos, y a señoras encopetadas de Bogotá con trabajadoras boyacenses.
Ahora se produjeron las movilizaciones más grandes de nuestra historia reciente.
Frente a la del 14 de septiembre de 1977 en el gobierno de López, pero con un saldo menor de víctimas y destrozos.
En reportaje de María Jimena Duzán a Carlos Amaya, parlamentario del Partido Verde, joven y dirigente estudiantil, se muestra bien la diferencia entre el tratamiento a las marchas ayer y hoy: mientras que en el 2008 a cuatro de sus compañeros los mataron, dos están en el exilio y solo vive él.
Santos ha reconocido la legitimidad de la protesta y la justicia de la causa campesina. El problema es que no hay quién las encauce por las vías institucionales, lo que las hace a la postre improductivas en términos políticos y de cambio social.
Lástima que las juntas de acción comunal, la Asociación de Usuarios Campesinos, los sindicatos, las organizaciones populares hayan perdido peso y que los trabajadores del campo y la ciudad cada vez se sientan menos representados en ellos.
El Gobierno tiene la oportunidad de convertirse en abanderado de las causas sociales y no permitir que otros lo hagan.
Siendo justas las peticiones, ¿por qué no acogerlas como política gubernamental?
No es iluso volver a pensar en los trabajadores que desfilaron el primero de mayo de 1936 en apoyo de la Revolución en Marcha de López Pumarejo; o en los mismos obreros que respaldaron en las calles al Gobierno cuando el 10 de julio de 1944 un sector del conservatismo dividió a las Fuerzas Armadas, facilitando una tentativa de golpe militar desde el sur del país con el tristemente célebre coronel Diógenes Gil.
Así, pues, lo menos aconsejable (asumiendo que no se puede permitir agravio a los derechos ciudadanos) es la solución militar a las protestas sociales. No puedo siquiera imaginar qué ocurriría cuando los mismos agitadores interesados provoquen a los soldados sin preparación sicológica para esta clase de eventos (como sí lo está la Policía). ¡Dios nos libre de una masacre!
El caso de los partidos políticos es aún más dramático. Urge que vuelvan a ser vehículos de comunicación entre la sociedad y el Estado.
No es sano en términos democráticos que la gente los ignore. Que gobernadores sean elegidos con votaciones exiguas muestra la fragilidad de nuestra democracia liberal representativa.
No es exclusividad colombiana, pero sí muy diciente la deslegitimación que se presenta de un tiempo a esta parte. Quizás el hecho más diciente es que la Constituyente que generó mayoritariamente resultados positivos, y mostrada como símbolo del consenso y la unidad nacional, fue votada por algo más de tres millones de ciudadanos en una población superior a treinta millones.
¿Estaremos asistiendo al eclipse definitivo de la democracia representativa? No deberíamos permanecer pasivos. Antes bien, Gobierno, partidos, organizaciones sociales y ciudadanos deberíamos examinar en qué estamos fallando y cómo vigorizar la democracia.
Los movimientos amorfos no llevan a ninguna parte
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