viernes, 28 de marzo de 2014

¿Otra vez el voto obligatorio?

ELESPECTADOR.COM,  Por: Juan Carlos Botero


Juan Carlos Botero
A raíz de los últimos resultados electorales en Colombia, con grandes porcentajes de votos en blanco, nulos, denuncias de fraude y abstencionismo, vuelve a sonar la tentación del voto obligatorio.
Unos sectores lo defienden y varios medios lo han comentado, incluyendo un excelente editorial escrito en estos días en este periódico. Pero la idea no es buena, y aunque ya se ha dicho por qué en el pasado, no sobra recordar las razones de nuevo.
La propuesta del voto obligatorio se basa en una tesis lógica: una franja inmensa de la población no vota en las elecciones, y esa apatía fomenta el clientelismo, permite la infiltración de grupos criminales en el proceso electoral y debilita la democracia. Unos pocos deciden por todos, la voluntad popular no se traduce con exactitud en sus representantes, y a menudo los resultados políticos carecen de legitimidad.
La solución a esta crisis, dicen unos, es el voto obligatorio. Si la gente tiene que votar, la indiferencia política se reducirá, el clientelismo perderá sentido y la democracia saldrá fortalecida, ya que los elegidos representarán a todo el pueblo. Pero hay otra solución, sin duda más compleja, aunque más fecunda y duradera: erradicar las causas de la apatía.
Esas causas se pueden resumir en una sola: una larga historia de desengaños populares. El Frente Nacional, diseñado por un período de doce años para terminar una guerra civil, se estiró durante décadas y erosionó el sentido de las elecciones: los electores votaban pero no escogían, pues ganaran o perdieran en las urnas, los dos partidos volvían al gobierno. Y la clase política, más interesada en conservar el poder que en servirle al pueblo, aumentó la desconfianza. Por último, la falta de educación, la pobreza y la violencia multiplicaron la apatía electoral.
Sin embargo, por principio democrático el voto obligatorio constituye un atropello a la opción libre, y forzar a la gente a votar podrá erradicar la apariencia de la apatía política, pero no su realidad. Además, para fortalecer la democracia se necesita una imagen exacta de la misma, pues sólo así se podrán corregir sus deficiencias.
Entonces dicen otros: si la gente está descontenta, que vote en blanco. Pero ese es otro error. Quien vota en blanco es un inconforme, no un apático, y no es lo mismo. El voto en blanco indica insatisfacción con los candidatos disponibles, pero a su vez refleja confianza en las elecciones (tienen sentido, así sólo sea para expresar, por medios pacíficos, el descontento). La abstención también refleja insatisfacción, pero no sólo con los candidatos sino con el proceso electoral. De modo que el voto obligatorio falsea el rostro político del país, y mientras persistan las causas de la apatía, se requieren mecanismos para detectarla. De lo contrario, el problema de fondo será maquillado pero no corregido.
En suma, hay dos maneras de combatir la apatía política: una es llevar a la gente a las urnas a la fuerza. Y otra es rescatar el sentido del voto. ¿Cómo? Creando espacios de participación efectiva, atacando la corrupción parlamentaria, reintegrando zonas marginadas a los centros de producción, e integrando la comunidad en el proceso decisorio. Esta solución es más difícil pero creará una participación política más genuina. Y de eso se trata.

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