Tiene razón Claudia López cuando señala que derrotar la
corrupción es más difícil que acabar a las Farc. El escándalo de
Odebrecht es el último de una larga serie de ejemplos.
Es el papel de la Fiscalía identificar responsabilidades
individuales por los sobornos que permitieron a la empresa brasileña
ganar el contrato para construir la Ruta del Sol II. Pero el escándalo
de Odebrecht confirma que en Colombia hay un nivel de corrupción que se
convirtió en un sistema. Ya no hablamos simplemente de unas manzanas
podridas.
Cuando la corrupción se vuelve un sistema, ya no hay
diferencia entre el comprador y el vendedor, entre los que deberían
controlar y los controlados. La diferencia entre el Estado y el mercado
desaparece por completo. De esta manera pierde la democracia y pierde el
mercado libre.
Se trata de un círculo vicioso donde el voto ya no
es libre, sino más bien el producto de un intercambio de votos: tú
votas por mí y yo te doy el contrato o un trabajo. Esa práctica
generalizada revela que hoy en la cultura política del país hay un
problema ético profundo en el cual los partidos se han convertido en
unas máquinas de poder y de clientela con escasa conciencia de la vida y
de los problemas de la sociedad y de la gente. Faltan las ideas y los
ideales. Los partidos ya no tienen pasión por la política, sino por el
dinero. Los partidos ya no hacen política, sino puros negocios. No
tienen en la mira el bien común, sino los intereses privados de unos
pocos. El Estado mismo se ha convertido en un comercio ilícito.
El
caso de Odebrecht es un ejemplo del nivel de degeneración al cual ha
llegado la política. Pero para combatir este mal, la sola labor de la
Fiscalía no es suficiente. A la falta de verdadera política hay que
responder con más política honesta. Por eso hoy en Colombia se necesita
un movimiento político independiente, promovido por ciudadanos
indignados y honestos, que haga de la lucha a la corrupción y de la
cultura de la legalidad el eje central de su mensaje y de su compromiso
de gobierno.
Se necesita un movimiento político que promueva una
política de ruptura; ruptura con un sistema de poder que favorece a la
corrupción, al poder mafioso, al mal uso de los recursos, al
clientelismo, la evasión de impuestos y al aprovechamiento abusivo de
los bienes públicos.
Es decir, se necesita un proyecto político
que devuelva a la democracia su significado original y que pueda crear
nuevas reglas para el actuar político: como la integridad ética, la
opción preferencial para los más débiles, la voluntad de construir el
bien común; la capacidad de garantizar una información verdaderamente
libre.
De esta manera será posible tener una política que logre
también sanar las llagas de la desigualdad y de la injusticia, que son
hijas del sistema de corrupción. Para el cambio político que el país
necesita, Colombia tiene hoy en voces como la de Claudia López, Sergio
Fajardo y otros, una posibilidad real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario