En términos abstractos toda paz, cualquiera sea su significado, es buena. Lo mismo se podría predicar de los gobiernos no tiránicos, plutocráticos u oligárquicos. Pero la suerte de las naciones corre por donde hierve su sangre, por el significado concreto y práctico de sus gobiernos o de sus propósitos, nunca de sus abstracciones.
Ahora se nos felicita por haber alcanzado la paz pero nadie, ni sus mismos promotores nos supieron ofrecer nunca una noción de ella. Una siquiera que nos permitiese encontrarnos sobre bases comunes y discutir sobre el precio justo de la misma. Una que fungiera como mito fundacional, como verdadera política de Estado. Una realmente estable y duradera.
Ahora sabemos que la infinidad de sus promotores se encuentran y debaten entre sí. Una vez celebrado el acuerdo, -desaprobado por el pueblo y ratificado por el congreso-, sus auspiciadores difieren en términos, alcances, ideología y objetivos. No saben qué paz nos impusieron. De suerte que ¿Podemos felicitarnos por una paz que no conocemos?
Empero, avizoramos empíricas situaciones de innegable calado: la acumulación excesiva del poder en cabeza del señor Presidente; el rompimiento del equilibrio de poderes; el arrodillamiento de las altas Cortes que so pretexto de aplicar un derecho absoluto, supra constitucional y contra mayoritario rompieron su pírrica jurisprudencia y toda seguridad jurídica, y tendremos más y más impuestos, de esos que empobrecen y nos hacen poco competitivos y presa fácil de la corrupción y el contrabando.
Lo cierto es eso, lo otro son palabras, discursos y extensos folios constitucionales que darán mucho de qué hablar pero que ayudarán poco a la hora de construir riqueza, de esa tan necesaria para pagar algo de lo tanto que se prometió.
La nación quedó irremediablemente dividida y lo seguirá así por décadas, hasta que desaparezca el fantasma del acuerdo y tengamos certeza de que lo adquirido en 200 años de vida republicana, por precaria que ella haya sido, vale más que un apócrifo e ininteligible acuerdo tan vago y abstracto, que quien quiera que detente su interpretación se alzará con el más asombroso poder nunca antes visto.
Total, conviene recordar las palabras de Sir Edmund Burke cuando manifestaba que la adulación corrompe tanto al que la hace como al que la recibe. No seremos cómplices de adulación ninguna, menos aun cuando de lo que se trata es de unir a la nación colombiana en torno a fines comunes para poder producir la riqueza necesaria que la gente señores, y no la “Paz”, demanda.
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.
Reflexiones al tema pensional
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