Abro los periódicos: cada día parecen reportar más feminicidios, más casos de corrupción, más abusos de las instituciones, las robustas, centenarias, sólidas instituciones sobre las que por tanto tiempo hemos asentado las bases de nuestra convivencia en sociedad: el Estado, la Iglesia, la empresa privada, los medios de comunicación, la academia, en fin, todo eso que parecía antes inamovible y confiable ahora se tambalea, etéreo y frágil como un castillo de naipes.
Ya lo dijo Moisés Naím en su libro ‘El fin del poder’, el poder, tal como lo conocemos, está desapareciendo. Esto sin mencionar que hay twitteros con cientos de miles de seguidores, sobre todos los temas posibles, o youtubers con más seguidores que periodistas de televisión o de radio, sin mencionar a los medios impresos que cada vez parecen más anacrónicos, fuera de contexto. La información ya no pertenece a los monopolios. De hecho, los medios impresos en Colombia ya han comenzado a sentir la crisis. El día en que, como ha ocurrido en Estados Unidos y en países europeos, tengan que reducirse al formato digital, para luego cerrar del todo, quizá está menos lejos de lo que pensamos.
Entre todo ese ruido de las redes sociales, de los medios decimonónicos, de los nuevos periodistas digitales, y la radio y la televisión, y los podcasts, y los independientes, los que caen, los que se aferran, los youtubers, los que acomodan la verdad para mantener la pauta, los que reciben fondos de la oposición, en fin, los que ganan clamándose independientes mientras otros ganan intentando sostenerse en el status quo, todos parecemos igualmente sospechosos, payasos de circos distintos pero con la misma finalidad de hacer ruido y amplificar el sonido entre una masa más extensa, confundida también, sobre informada y al mismo tiempo más desinformada que nunca, pero masa a fin de cuentas. ¿Quién está libre de pecado? ¿Quién nos dice la verdad cuando la verdad es cada vez más fragmentaria, pluralista, está en todas partes y en ninguna? Mentir se ha ido normalizando en los medios, la política, los negocios, la publicidad, la academia, en fin, la vida. El viejo paradigma de “el fin justifica los medios” parece habernos hecho cautivos en los tiempos que corren.
Más y más vemos a la política como corrupta, a los políticos como parásitos. Trump sólo puede estar donde está como una desesperada señal de aversión por el sistema de representación. Tampoco Hillary parecen generar un entusiasmo entre los votantes. Así mismo, en Colombia, ganó el No y quienes votamos por el Sí culpamos a Santos por haber propiciado el plebiscito. Ni el gobierno ni la oposición cuentan con un favoritismo predominante. La mayoría de la minoría que votó en las elecciones, ganó con mediocridad. En Venezuela se plantean elecciones para revocar el mandato de Maduro, ante lo que se alerta el peligro que representa ahora Diosdado Cabello. En Brasil han encarcelado a Eduardo Cunha, quien promovió la caída de Dilma Roussef. Como dice un artículo de El País de España ‘Que se vayan todos’, ya no hay fe en el gobierno, pero tampoco en la oposición. Crece la indiferencia, como si nos diera lo mismo tener que salir a elegir entre una mala opción y otra peor.
En algún momento algo tendrá que pasar. Por lo pronto sólo vemos caer el castillo de naipes en cámara lenta, con la gran pregunta, de momento sin respuesta, de cómo haremos para devolverle un orden al desorden creciente a nuestro alrededor.
Reflexiones al tema pensional
(*) Melba Escobar, Periodista y escritora. En 2010 publicó su novela "Duermevela" y en 2007 el libro de testimonios periodísticos "Bogotá Sueña, la ciudad por los niños" proyecto ganador de una Beca de Creación del Ministerio de Cultura en 2004. Su novela más reciente es 'La Casa de la Belleza
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