La corrupción se erige como un mal endémico en nuestro país. Cada semana una nueva noticia nos recuerda que nuestros líderes, en lugar de dar ejemplo, personifican la cultura de “el vivo vive del bobo” y el “Usted no sabe quién soy yo”. El instinto predador pasa por encima de cualquier impulso solidario o del menor respeto a las normas necesario para una convivencia pacífica. Y es por eso que el nuevo Fiscal, el nuevo Procurador y el nuevo Contralor se posesionan con la promesa de derrotar la corrupción, mientras empiezan a surgir las candidaturas presidenciales repitiendo el estribillo “anticorrupción” como quien repite una fórmula mágica para llegar a la Casa de Nariño.
Para conseguir un verdadero cambio en las instituciones que lleve a enfrentar la corrupción se necesita un plan coordinado entre entidades, con metas a largo plazo y una continuidad en el seguimiento de los objetivos. Pero resulta difícil creer que esto pueda tener lugar en el país donde vivimos. La política no parece tener juego más allá de un discurso para ganar votos, conseguir aliados o curules. La sola noción de largo plazo da risa. El largo plazo no da votos, los ciudadanos olvidamos en cuestión de días o de horas y los payasos del circo cambian cada vez a una mayor velocidad. La política cortoplacista se centra en la popularidad del individuo y en su imagen pública, lo demás no existe.
Me impresionó saber que el ex senador Otto Nicolás Bula Bula, no solo recibió 4,6 millones de dólares de Odebrecht para el tramo Ocaña Gamarra sino que además ya era un hombre ostentosamente rico antes del soborno. Y esto no quiere decir que de no haber sido rico se habría justificado su actuación, pero significa que aun teniendo riqueza de familia, y habiendo acumulado millonadas en los últimos años, no dudó en seguir ampliando su emporio de tierras en el Caribe, plantaciones de palma y consorcios agro ganaderos donde no ha faltado la vinculación con los paramilitares. Es bien sabido que la violencia genera violencia. Pues bien, todo parece indicar que la codicia también genera codicia, y como si el instinto predador se contagiara de unos a otros, como si la fiebre caníbal nos fuera llevando de la actitud defensiva a la agresora, de presas a predadores en un sistema de contagio perverso, a ratos tengo la imagen horripilante de estar viviendo en una película de zombies donde el día menos pensado seré mordida por un humanoide o acabaré mordiendo a uno.
Junto a la noticia de Bula apareció la de Wilson Monroy, quien mató a Leonardo Licht (luz en alemán) por reclamarle pagar el tiquete de Transmilenio. A pesar de haber apuñalado a una persona solo una semana antes, Monroy estaba en libertad y mató a un joven de 22 años por cobrarle un pasaje.
El año pasado se impusieron 6.223 comparendos por colados en Transmilenio, 43 personas resultaron heridas y 4 perdieron la vida. Los funcionarios de TM fueron agredidos 1.092 veces. Estamos perdiendo el control. Entre los carteles de la salud, de la alimentación escolar, del azúcar y de las carreteras, ¿con qué autoridad moral se sindica a un delincuente por hurto? ¿Existe un político que nos haga creer en un país donde los dirigentes dan ejemplo, la ciudadanía se autogobierna y la justicia hace su parte? Amanecerá y veremos. Por lo pronto, sigue expandiéndose la impunidad, la codicia y la violencia, como si viviéramos entre caníbales.
Reflexiones al tema pensional
No hay comentarios:
Publicar un comentario