jueves, 7 de agosto de 2014

QUÉ ES LA PAZ...

Escrito por Leopoldo de Quevedo y Monroy
De la paz pueden hablar bellezas las Farc, Eln, bacrimes, narcos y Santos y su ministro de Defensa porque les conviene a sus bolsillos. Pero Uribe, Paloma y demás ovejas balarán que es un tercer llamado inútil de un pastorcito fabulador y tirador de flechas al aire.
La Paz no es el nombre de una mujer aunque a algunas así las bautizó el cura. Tampoco es eso que tanto se nombra hoy en todos los periódicos desde Bogotá hasta La Habana. Es una ficción filosófica-romántica-escolástica y platónica. Es un desiderátum inasible, etéreo, no medible, como dicen los físicos y matemáticos.

Imposible definir esa palabreja del idioma de Cervantes, traída por Nebrija hasta nuestros diccionarios. La paz es una entelequia, una alquitara patas arriba, un pez narigón y muy barbado como Juan Lozano, un elefante boca arriba, una pirámide boca abajo como los fosos que dejan las explotaciones de oro de los inversionistas extranjeros. Quevedo, mi ancestro, se hubiera burlado de ese vocablo tan peregrino y ultrajado.

De la paz pueden hablar bellezas las Farc, Eln, bracrimes, narcos y Santos y su ministro de Defensa porque les conviene a sus bolsillos. Pero Uribe, Paloma y demás ovejas balarán que es un tercer llamado inútil de un pastorcito fabulador y tirador de flechas al aire.

Esa invención feliz y despistadora surgió de aquel cerebro prodigioso del alcohólico Noé cuando al terminar el diluvio, puso de patitas a la paloma fuera de borda de su Arca y la mandó a avistar terrenos secos y vida orgánica. Todo suponía que no habría más vida humana y animal que la que llevaba consigo. De aquello que buscaba, por supuesto que no habría. Todo se había sumergido en la gran devastación acuosa.

Pensar que con un documento firmado por diez o por 20, por guerrilleros, congresistas, víctimas, oidores y plenipotenciarios van a acabarse los pobres, los enfermos, la injusticia de los tribunales, o que llueva a cántaros en las represas con esta sequía, sería darle la razón a la Utopía de Tomás Moro o a Erasmo de Rotterdam con su Elogio a la locura.

No, señoras y señores. A otro perro con ese hueso. La paz no va a aparecer por ese montón de firmas. La paz no está encerrada en una celda de una cárcel ni está pastando en un tabernáculo masticando hostias. Nadie la va a invitar a que salga y monte en una carroza como a la Selección y que luego vuele y baile en El Campín o en todos los estadios. Ese milagro no lo hace ni Pékerman.

Si hemos de llamar paz al respeto de los acuerdos con los campesinos, a que los parlamentarios no legislen a favor su propio bolsillo, a que se acaben las componendas entre tribunales, congreso, fiscalía, alcaldías por olvidarse de sus funciones, a que se acaben las tercerías en las empresas que esquilman a los trabajadores y si se acaban los salarios llamados mínimos y ultrajantes y si no se disparan pistolas taser contra los civiles y si hay medicinas y no hay que hacer colas ni esperar meses para una cita médica y si se hace justicia pronta, entonces aparecerá en el horizonte un gran holograma que podremos llamar paz.

La paz no se decreta, ni a ella se le hace antesala con derrame de tanques llenos de petróleo o con concesiones y permisos para talas, desviaciones de ríos y contaminación de fuentes hídricas. La paz se hace desde escritorios de Agencias nacionales y alcaldías y desde MinHacienda y desde el bolsillo de empresarios que paguen salarios justos y decentes. Solo así veremos un dibujo de la Paz que hasta los niños podrán pintar adecuadamente.

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