La del 18 de agosto de 1989, en la plaza de Soacha, en las goteras de Bogotá, fue una noche negra para Colombia. Como tantas que, en una fatal maldición, ha vivido este país, que ha padecido los magnicidios de varios de sus mejores seres.
En esa terrible noche caía vilmente acribillado, sobre una tarima, desde donde se iba a dirigir a una multitud ansiosa, el líder político liberal Luis Carlos Galán Sarmiento, a la sazón candidato presidencial. Su crimen de inmediato trajo a las mentes el recuerdo de otro mártir, Jorge Eliécer Gaitán, con quien se lo equiparaba.
Desde luego, el país entero se conmovió. Galán Sarmiento era un hombre en la mira del crimen organizado, más que todo de unas mentes despiadadas y perversas, como las de los capos Gonzalo Rodríguez Gacha, el ‘Mexicano’, y Pablo Escobar, el terrible jefe del cartel de Medellín, que tanto luto y dolor trajo a este país, al que quiso someter.
Galán pagaba con su vida la defensa de sus ideas, su valor, su honesta forma de hacer política y su compromiso con las instituciones democráticas. Él se sacrificó sobre todo por su entereza al advertir el peligro de que el narcotráfico, como un cáncer, estaba minando las entrañas de la nación. Cuando muchos tenían una actitud condescendiente, incluso cómplice, con el fenómeno, tuvo la claridad para prever el alcance de su poder corruptor y la valentía para darse cuenta de que bien podría muy pronto llegar a infiltrar al Estado.
En esa lucha lo acompañaban entonces, entre otros, el ministro Rodrigo Lara Bonilla, el director de El Espectador, Guillermo Cano –también asesinados por las mismas órdenes miserables–, y varios medios que, así mismo, soportaron el desquiciado embate de la mafia.
Las balas que le quitaron su valiosa vida venían, pues, empujadas por el detonante del oscuro contubernio entre el narcotráfico y lo que años más tarde se denominó la ‘parapolítica’, mezcla letal que continuó causando un terrible daño en el alma de Colombia hasta nuestros días.
Con Luis Carlos Galán moría un estadista, un líder, un periodista, un hombre preparado, como pocos, para asumir la jefatura del Estado. Un abogado y economista, quien, después de haber sido concejal de Bogotá, ministro de Estado, jefe de su movimiento político –el Nuevo Liberalismo–, periodista y diplomático, era una esperanza del pueblo en un cambio, en que no pasaran sobre la dignidad nacional los que querían imponer el poder del dinero sucio y de la intimidación sobre las conciencias y las instituciones, los mismos con los que ya se había visto cara a cara, como cuando expulsó de su movimiento a Pablo Escobar, para así dejar claro que su ética no era flexible ni sus valores, moneda de cambio.
Y moría también un padre de familia extraordinario, cuya memoria ha sido honrada por los suyos, que supieron afrontar con entereza, a lo largo del tiempo, semejante golpe. Mención y reconocimiento aparte merece la forma como han sabido seguir su senda, al tiempo que luchan tenazmente contra la impunidad en busca de la verdad. Y, por encima de todo, ante hechos ineludibles y evidencia contundente, han tenido la sensatez que hace falta para adoptar nuevas posturas sobre la forma en que el Estado debe asumir el asunto de las drogas, sin que esto signifique, ni mucho menos, marcar distancias del legado de su padre. Ahí está su hijo Juan Manuel, que, con audacia y firmeza, señala caminos distintos al del prohibicionismo a ultranza, para que esta guerra no sea más la bicicleta estática a la que varias veces se ha referido el presidente Juan Manuel Santos.
Así, pues, un cuarto de siglo después reconforta constatar que sus ideas, muchas de las cuales, por cierto, nutrieron la Constitución de 1991, siguen en el centro del debate político. Quienes hoy las asumen y defienden con auténtica convicción y coherencia ayudan a mantener a raya a aquellos que ven en el erario un botín y en el Estado un contendor para neutralizar y dominar, rasgos, estos dos, propios del crimen organizado.
Ese fue, justamente, y para entonces con la máscara del narcotráfico, el monstruo al que desafió Galán, monstruo que, más recientemente, se ha puesto también la de la corrupción a gran escala, el contrabando y la minería ilegal. Para la delincuencia organizada, y eso lo sabía el líder liberal, la política estaba destinada a ser una rueda más de un engranaje perverso, que tritura la equidad, los derechos fundamentales y la dignidad de los ciudadanos, carcome el bien común y no conoce otra ley que la del más fuerte.
Quitarles el oxígeno a estos flagelos es el mejor tributo que se le puede rendir al líder fallecido. Es una causa que no puede apreciarse en toda su dimensión si se la mira solo desde la óptica de la criminalidad. Debe abarcar muchos otros campos, como la educación y la cultura ciudadana. Y los terrenos en que se libra la lucha no son solo los de los estrados judiciales o los del bajo mundo. En la vida cotidiana también se le pueden cerrar espacios generando pequeñas transformaciones que, sumadas, tienen un enorme impacto. Es la única manera de construir un país en paz, de instituciones fuertes, un país educado, camino seguro hacia la igualdad, valor que es, en últimas, el corazón de este legado.
EDITORIAL
editorial@eltiempo.com.co
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TEMA:....EL GRAN LÍDER, IMAGEN Y PENSAMIENTO QUE HOY NO SE VE EN COLOMBIA....
ResponderEliminar.....CON SU MUERTE SE FUE ESA LUCHA POR LA RECUPERACIÓN DE VALORES...HASTA CUANDO PODEMOS AGUANTAR PARA CAMBIAR Y RENOVAR NUESTROS PENSAMIENTOS PARA CONSTRUIR UNA COLOMBIA VERDADERA SIN VIOLENCIA, CORRUPCIÓN Y DESIGUALDADES...? HOY VALE MÁS EL CARTEL DE LOS CONTRATOS QUE EL SERVICIO A LA COMUNIDAD Y NACIÓN.....
TEMA:...NUESTROS LIDERES ASESINADOS, GAITAN Y GALÁN, QUE POR EL INTERÉS E INCAPACIDAD MENTAL DE UNOS POCOS, HOY PRIVAN A COLOMBIA DE UN MEJOR BIENESTAR Y MÁS JUSTO....
ResponderEliminar..La mejor forma de honrar la memoria del caudillo liberal es no bajar nunca la guardia frente a los flagelos de los que se alimenta el crimen organizado. Para lograrlo, la mejor barrera es la construcción de una sociedad más igualitaria, con instituciones fuertes que no puedan ser desafiadas...