Uno de los grandes pensadores del siglo XX argumentó que vivir consiste en resolver problemas y que cada solución crea inevitablemente nuevos problemas. Esta dialéctica de la vida la comprobamos a diario en nuestros más elementales problemas personales, pero también a escala de la sociedad.
Tomemos, por ejemplo, un partido de fútbol. Los equipos se enfrentan al problema de ganar y, para ello, tienen que hacer goles. Cuando un equipo marca un gol da un paso para resolver el problema de ganar el partido, pero el gol que ha marcado crea el problema de defender la ventaja así obtenida o de consolidarla con otro gol.
Si gana el partido, enfrenta el problema de avanzar más en la tabla de clasificaciones o de ganar el campeonato y, si lo gana en el año siguiente, enfrenta el problema de defender el título. Y así, indefinidamente.
Como dije, los ejemplos son infinitos, pero ahora quiero enfatizar el problema —o los problemas— del crecimiento de la población, un tópico obligado del Plan Nacional de Desarrollo.
De acuerdo a los escenarios medios de las Naciones Unidas, la población de Colombia alcanzará un pico de unos 63 millones hacia mediados de siglo, cifra que descenderá a unos 60 a finales de siglo. Estas tendencias son resultado de haber resuelto varios problemas en el pasado.
El primero fue la altísima mortalidad, en particular la mortalidad infantil, que, en gran medida, se comenzó a resolver con la llegada de la penicilina y otros antibióticos en la década de los cuarenta del siglo XX. Dicha caída permitió que los colombianos podamos vivir mucho más, pero creó el problema de la explosión demográfica de los años sesenta y setenta, hasta que, con los programas de planificación familiar, la píldora anticonceptiva, la educación y la vinculación de las mujeres a la fuerza laboral, se disminuyó la tasa de natalidad.
De esta forma se redujeron las muertes tempranas y se controló la explosión demográfica, pero se crearon otros problemas muy complicados, entre los cuales sólo quiero mencionar hoy el del crecimiento de la tasa de dependencia de los adultos mayores.
Así, esa transición demográfica de las décadas pasadas nos dejó un legado que implicará que hacia mediados de siglo Colombia tenga tan sólo cuatro personas en edad de trabajar (población entre 15 y 64 años) por cada adulto mayor (persona mayor de 65 años) y de sólo dos a final de siglo. Es decir, desde ya tenemos que prever cómo vamos a financiar los problemas del retiro y la salud de una creciente masa de ancianos que van vivir cada vez más años.
Infortunadamente, el problema a resolver es aún más complicado, porque si tenemos en cuenta la población trabajadora que efectivamente cotiza a la seguridad social, en lugar de esperar al año 2090 para tener esa relación de dos a uno, entre trabajadores y ancianos, en realidad esa cifra la tenemos hoy en día. Y la culpa la tiene la informalidad laboral.
Como se ve, los problemas de un país no se resuelven sólo metiendo goles, sino previendo los efectos de dichos goles. Pero también jugando en varias canchas a la vez. Para enfrentar los gravísimos problemas de la seguridad social, tenemos que jugar tanto en la cancha de la demografía como en la del mercado laboral.
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