ELESPECTADOR.COM, 4 Ago 2013
Por: Álvaro Forero Tascón
Vallas escandalosas, tweets incendiarios, frases sensacionalistas, filtraciones irresponsables, se han vuelto las armas de la política en Colombia.
Se trata de planteamientos políticos menores, que no ameritarían mayor atención por su baja calidad argumentativa, pero que por su poder escandalizante logran ser recogidas por medios de comunicación ávidos de contenidos masivos y reproducidas miles de veces. En política siempre han existido formas altas y bajas, pero la demagogia mediatizada tiende a convertirse en la única manera efectiva de hacer política, porque no sólo es “rentable” sino que invisibiliza las tesis y acciones de los competidores serios que no recurren a la manipulación.
Las campañas y las decisiones políticas que desencadenan son buenas o malas de acuerdo al nivel de calidad de los argumentos que se enfrentan. Pero una vez empieza, el escándalo, como forma de hacer política, tiende a consolidarse rápidamente, porque a diferencia de los argumentos de fondo que son difíciles de entender por las mayorías, siembra narrativas fáciles y genera emociones, que son las más poderosas a la hora de formar una opinión electoral.
Mediante el ataque personal, la generación de dudas sobre el contrincante, la acusación temeraria, el político corto de propuestas pero rico en demagogia saca la contienda política del ámbito de los argumentos y la reduce a odios, prejuicios, simplificaciones. Antes la política escándalo era mal vista porque se asociaba con populistas, políticos de pueblo y agitadores de la lucha de clases. Pero con la masificación de los medios de comunicación y las redes sociales, ha ido infiltrándose en la vida contemporánea y ganado una aceptación silenciosa. Y ha cambiado de sector político. Ahora es más la derecha la que la utiliza, en parte porque a falta de banderas sociales que la sintonicen con las mayorías, ha recurrido a temas de alto impacto emocional como la seguridad, el patriotismo, la justicia, que se nutren fundamentalmente de los miedos, prejuicios, desconfianzas y rabias de los ciudadanos.
La escandalización de la política tiene dos objetivos principales: manipular la percepción de los acontecimientos para que las mayorías no capten su significado real sino el que favorece a quien genera el escándalo, y quitarle al contrincante el control sobre su imagen pública, secuestrándola mediante la caricatura y la deformación de la realidad. Pero el objetivo final del escándalo es sembrar la arena política de polarización, dogmatismo, fanatismo religioso, para que los sectores menos educados o más interesados de la sociedad pierdan la serenidad para tomar decisiones políticas racionales.
Algunos temas y momentos claves de la vida de los países facilitan escandalizar la política, especialmente cuando el desgaste de las instituciones y del sistema representativo ha generado cinismo político en los votantes. Pero el recurso del escándalo no es exclusivo de los políticos en campaña, sino también de funcionarios públicos con agendas extremistas en lo religioso o lo ideológico. En Colombia existe el peligro de que en este fenómeno confluya no sólo la nociva polarización populista del sistema norteamericano, sino el tropical populismo venezolano.
No creo en ninguno de estos politicos. Ellos solo estan por el poder, no por el pueblo. No solo son los de las vallas escandalosas y tweets incendiarios, son tambien los demagogos que estan en el poder lavandole el cerebro a la gente haciendoles creer lo que no hacen.
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