viernes, 7 de junio de 2013

Bailando con la corrupción

 ELTIEMPO.COM,   06 de Junio del 2013

Enrique Santos Molano

Mientras el poder continúe en manos de los corruptos, mientras la decencia no logre adueñarse del mando, seguiremos siendo víctimas de la corrupción.
El papa Francisco ha declarado, el pasado 3 de junio, que “los corruptos son ‘el anticristo’, hacen mucho daño a la Iglesia y son un peligro, ya que son adoradores de sí mismos, sólo piensan en ellos y consideran que no necesitan de Dios".http://www.excelsior.com.mx/global/2013/06/03/902232
Esta visión reduccionista del santo padre no ayuda mucho en la lucha contra la corrupción. Sin duda, los corruptos son ‘el anticristo’ y lo han sido muchísimo antes de que Jesucristo viniera al mundo. Como podemos verlo en los grandes textos de la literatura clásica (Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Terencio), o en los pensamientos de los filósofos ilustres de Grecia y de Roma antiguas, la corrupción era ya el más preocupante de los fenómenos sociales, y la lucha entre la gente honesta, que es la mayoría, y la minoría poderosa de corruptos se ha librado desde los comienzos de la historia.
Decir que los corruptos “le hacen mucho daño a la Iglesia” o que “sólo piensan en ellos y consideran que no necesitan de Dios” es mirar la corrupción desde un prisma religioso, que deforma los verdaderos efectos y peligros de lo que no es una simple lacra, sino, nada más ni nada menos, que la profesión más antigua del mundo. No la prostitución, como se pensaba, sino la corrupción, pues aquella es solo uno de los efectos de esta.
La corrupción le hace daño no únicamente a la Iglesia, sino a todos (menos a los corruptos, claro). Pero ¿quiénes son los corruptos? No se les puede personalizar. La corrupción es un sistema que utiliza a miles de personas. La caída de un corrupto no significa que se golpee la corrupción. Si un corrupto cae, otro lo sucederá.
La corrupción pelea por el dinero y por el poder, y no hay arma sucia que no emplee para ganar la batalla. Los corruptos son cínicos, inescrupulosos, hipócritas, criminales, farsantes, en fin, tienen todas las virtudes para imponerse sobre las personas decentes, incapaces de emplear ninguna de esas armas inmorales.
El asesinato del presidente John Kennedy (del que se cumplirán cincuenta años el 22 de noviembre próximo) le puso fin a la posibilidad de una nueva era de decencia en la historia humana. Los corruptos sabían lo que hacían cuando lo mataron. Y después culminaron la faena con los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy. En realidad no habían eliminado a tres hombres, sino el sentimiento de decencia que ellos representaban y que estaba encarnado en las personas decentes de este mundo. Los años sesenta fueron el principio y el fin de la esperanza. A partir de ahí, la corrupción comenzó a gobernar los destinos de la humanidad. El neoliberalismo sentó sus reales, alentó a las mafias del narcotráfico, a los tratantes de personas, a los sicarios, a los estafadores de los mercados, a todo lo que produjera dinero fácil en grandes cantidades y afianzara la corrupción en el poder.
El papa y los periodistas honestos están bailando con la corrupción, creyendo combatirla. Si el papa piensa que calificar a los corruptos como ‘anticristos’ o ‘descreídos’ puede llamarlos al arrepentimiento o infundirles el temor de Dios, la pasará por inocente. Si los periodistas creen que tumbando a un corrupto, o exponiéndolo al escándalo, pondrán en jaque la corrupción, no están en nada. La corrupción misma se encarga de promover esos escándalos. Es el truco del ladrón que les tira un trozo de carne, a veces envenenada, a los perros guardianes, para callarlos, mientras él se dedica tranquilo a saquear la casa.
Pongo por ejemplo el caso de la presidenta de la Corte Suprema, a quien se le ha hecho un escándalo mayúsculo por un crucero de descanso. La opinión está indignada con el crucero y pide la cabeza de la magistrada. Hasta donde sé, no se ha probado que fue financiado a costas del erario, sino que sus gastos corrieron por cuenta de familiares o amigos de la presidenta. No digo que eso esté bien. “La mujer del césar no solo debe ser honesta, sino parecerlo”, y con mayor razón una presidenta de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, el crucero en sí no es un delito, ni daba para tanta escandola.
Convertir las trivialidades en escándalos es bailar con la corrupción. Nadie se ha preguntado si la magistrada del crucero cumple o no cumple con las obligaciones de su cargo. Si tiene al día sus deberes o está colgada con los expedientes que le corresponda diligenciar, etc. Ahí sí habría motivo para escándalo. Un funcionario que no cumpla con sus obligaciones está corrompiendo la buena marcha de la administración.
Los escándalos veniales hacen que los corruptos se froten las manos. Con el vocerío del crucero, cubren delitos de verdad escandalosos. Un escandalito aquí, otro escandalito allá le permiten al sistema corrupto y corruptor pasar de agache. Hay que denunciar, sí, y golpear la corrupción en sus cimientos; pero, sobre todo, hay que crear en la ciudadanía la conciencia de que mientras el poder continúe en manos de los corruptos, mientras la decencia no logre adueñarse del mando, seguiremos siendo víctimas de la corrupción.

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