viernes, 14 de junio de 2013

¿Constituyente?...

elespectador.com, Opinión |13 Jun 2013 

Francisco Gutiérrez Sanín


Por: Francisco Gutiérrez Sanín

Hasta razón tendrán las Farc cuando dicen que su propuesta de constituyente merece ser discutida. Y, de hecho, también aciertan al suponer que los acuerdos emanados de este proceso de paz en algún momento deben pasar por las urnas.

Y sí. Como han venido sosteniendo varios comentaristas —entre los que destaca, por la claridad de sus argumentos jurídicos, Rodrigo Uprimny— esta paz necesita de alguna clase de refrendación democrática.
La idea de convocar a una nueva constituyente, empero, tiene en su contra tres argumentos muy contundentes. El primero es que todos —cuando digo todos es todos: sin excepción— los elementos de juicio que tenemos a la mano sugieren que en ese escenario ganaría ampliamente la extrema derecha revanchista, representada por Uribe y los suyos. Los sondeos de opinión, por ejemplo, sugieren que las mayorías de este país quieren la paz, aún aprecian a Uribe y rechazan a las Farc. No hay por qué exasperarse si esas preferencias parecen inconsistentes. Así están repartidas las cartas, y la pregunta es qué se puede hacer ante tales realidades. Si esto parece muy simple y muy pragmático, hay que recordar que la política en democracia tiene un componente ineludible de buen sentido y de cálculo puro y duro, que las culturas católicas tienden a condenar pero que constituye una herramienta indispensable para orientarse en el mundo. Revisen con cuidado la experiencia de Guatemala para saber qué pasa cuando un proceso de paz queda esterilizado por una derrota electoral aplastante. Con el giro adicional de que en otros escenarios las propuestas pro-paz sí podrían ganar en Colombia: los resultados que sistemáticamente publica la prensa muestran que los colombianos sí quieren que se llegue a un acuerdo y que se acabe esta pesadilla. 
El segundo es que la convocatoria a una constituyente parece ignorar la naturaleza de la de 1991. Esta fue un gran pacto modernizador, que le abrió las puertas a un país hastiado de su sistema político autorreferido, y en busca de nuevas voces, nuevas perspectivas y nuevos derechos. Estoy muy lejos de ser un fetichista de la Constitución de 1991 y he criticado desde hace mucho algunos de sus diseños. Pero el proceso que condujo a la nueva carta, y muchos contenidos de ésta, hacen parte de un acuerdo único en la historia del país, dotado de una enorme legitimidad. Si las Farc y el Gobierno borran esto de un plumazo, el resultado sería enfrentar a la paz con la Constitución, inevitablemente debilitando a ambas. Si la paz aparece como un acuerdo entre aparatos, orientada contra el gran logro democrático de las últimas décadas, empezará a tener enemigos apasionados en todos los lugares del espectro político. Si la C91 debe ser reemplazada por otra, esto tendrá que ser decidido por todas las fuerzas después del conflicto. Toda la experiencia latinoamericana muestra que una nueva experiencia constitucional en paz es posible (aunque no siempre deseable).
El tercero es negativo. Creo que todos los actores de la paz —incluyendo al Gobierno y a la guerrilla— tienen un interés estratégico en que este proceso no entre a la sociedad colombiana por la puerta de atrás. ¿Por qué no apostarle a lo máximo, que es una constituyente? La respuesta es sencilla. En la actualidad, los puntos de La Habana tienen un potencial transformador mucho mayor que un cambio de constitución, algo que es fácil de entender —a menos que uno esté preso de la ficción constitucionalista de los guerreros de nuestro siglo 19, para quienes el recetario fundamental de la vida pública era una guerra-una paz-una constitución.
No hay que tener inseguridad con respecto del potencial de este proceso. Pero que este potencial sea plenamente realizado depende de la lucidez, responsabilidad política y capacidad de los actores involucrados en él.
  • Francisco Gutiérrez Sanín | Elespectador.com

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