eltiempo.com, FERNANDO SÁNCHEZ TORRES, 14 de Junio del 2013
Fernando Sánchez Torres
La indiferencia frente a la inequidad social y la corrupción rampante es lastre, igual o más dañinos que la confrontación armada.
Desde hace tiempo quería escribir algo sobre la paz. Me inhibía al leer todos los días comentarios acerca de ella y pensaba que ya no había nada nuevo que decir. Lo hago ahora, convencido de que en cualquier momento será ese un tema de actualidad y de que nunca sobrará lo que a su favor se diga o se realice.
La paz, tenida como fundamento de la felicidad, da la impresión de que fuera una de las tantas utopías que el hombre siempre ha querido convertir en realidad. La paz, la no agresión, es un asunto de verdad extraño, pues se añora cuando hay guerra y se propicia esta cuando aquella tiene vigencia. De ahí que en ningún instante de la historia de la humanidad se haya logrado una paz cierta y generalizada en el planeta Tierra. Quizás por eso se la simbolice como una paloma blanca, que es un objeto frágil, volátil, de corta vida.
Desde cuando yo era mozalbete (de ello hace poco más de sesenta años), la paz entre nosotros se ha venido reclamando vanamente. Recuerdo bien –como que fui también caminante– la ‘Marcha del silencio’, organizada por un partido político perseguido, y la oración por la paz pronunciada por Jorge Eliécer Gaitán poco antes de su inmolación. Siempre he creído que esta paz esquiva se deba a que no la merecemos.
Nuestra Constitución reza que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Ante este mandato debemos preguntarnos: ¿qué hacer para que tenga actualidad? Como han venido recordando los medios, los seis o siete últimos gobiernos han realizado gestiones de distinta índole para lograrla, sin resultado alguno. Explicable: además de los narcoguerrilleros, de los narcoparamilitares y de otras bandas al servicio del crimen, hay una legión de subversivos embozados que desde distintas posiciones conspiran contra la consecución y pervivencia de la paz.
Sí, la indiferencia frente a la inequidad social y la corrupción rampante son lastres, igual o más dañinos que la confrontación armada. La paz no solo se pierde con el uso de bombas, cilindros de gas, minas antipersonales, fusiles… Se pierde también con la existencia de medios menos ruidosos, pero más deletéreos, como son la pobreza, el hambre, la connivencia con procederes despreciables, la deshonestidad en el manejo de los bienes del Estado…
Bien hace, por eso, el gobierno del presidente Santos al enfilar baterías para contrarrestar la injusticia social. Pero, ¿qué hacer con la corrupción? Ese es el gran desafío para nuestra desprestigiada justicia.
El filósofo Spinoza decía que por amor a la paz podían consentirse muchísimas cosas, menos la esclavitud y la barbarie. Yo diría que a condición también de que no se conviva con la corrupción ni con las injusticias sociales. Un grafiti que leí hace poco lo expresa admirablemente: ‘No solo de paz vive el hambre’.
Ante la perspectiva de que –ojalá más pronto que tarde– se logre un acuerdo de paz, a nombre de la Academia Nacional de Medicina hemos estado en conversaciones con la Organización Panamericana de la Salud para elaborar, junto con el Ministerio de Salud, un programa destinado a identificar las necesidades sanitarias de las zonas que se han visto afectadas por el conflicto, particularmente las fronterizas.
Consideramos que es un deber de los amantes de la paz prepararlo todo para cuando llegue el posconflicto, que no será fácil de enfrentar.
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