lunes, 24 de junio de 2013

¿Es mejor dejar que los hijos sufran?...

Por: CECILIA RODRÍGUEZ

No queremos que nuestros hijos fracasen o que estén en peligro o que sufran... pero, insertándonos intensamente en sus vidas y actividades, les estamos impidiendo desarrollar sus habilidades naturales para socializar y ser autónomos.

El curling es un deporte olímpico de invierno en el que un jugador hace deslizar una pesada piedra a lo largo de una pista de hielo y otros dos van frente a la piedra con escobas barriendo frenéticamente cualquier obstáculo que pueda afectar el recorrido.

Esta columna no es acerca de curling, sino acerca de la educación de los hijos. Es solo que “padres curling” es una de las muchas expresiones usadas en el mundo para ilustrar un problema de nuestros días: la “sobrecrianza”. También conocida como “padres helicóptero” (permanentemente sobrevolando en seguimiento), “padres consentidores”, “padres sobreprotectores” (todos incluyen a las madres, por supuesto).

Como nunca antes, los padres de familia, sobre todo en los países desarrollados, están más envueltos en la vida de los hijos. Son quienes les planean los juegos y los amigos, les ayudan o les hacen las tareas, les monitorean muy de cerca el comportamiento y rendimiento escolar, inclusive hasta cuando van a la universidad.

Son los padres que se trasnochan haciendo el proyecto para la clase de ciencia o la investigación para el trabajo de historia o literatura, y hasta leen libros por los hijos y les hacen el resumen. Si los hijos tienen problemas en una clase, van a reclamar al colegio y pelean con profesores y entrenadores por “no ser justos”. El auge de los teléfonos celulares contribuye a la explosión de padres helicóptero porque, de acuerdo con uno de los expertos, se han vuelto “el cordón umbilical más largo del mundo”.

Tanta sobreprotección tiene altos costos en la cuenta bancaria (los mejores colegios posibles, los tutores, las clases y deportes extracurriculares) y en los límites que impone a la vida social y personal de los padres, pero se soportan con satisfacción, con la creencia de que se está haciendo “lo mejor para nuestros hijos”.

Ahora que estas nuevas generaciones de hijos “sobrecriados” se gradúan y salen al mundo a defenderse, aparecen más estudios que demuestran que cuando los padres han intervenido demasiado ofreciendo consejo, removiendo obstáculos, evitándoles dificultades que deberían enfrentar por sí mismos, los hijos son jóvenes adultos ansiosos y narcisistas, con serias dificultades para resolver problemas, enfrentar fracasos, luchar por lo que desean, aprender de la experiencia y adaptarse.

“Usted puede pensar que está ayudando a sus hijos llamando a los profesores para regatear sobre una A o una B en un trabajo, pero esa interferencia socava la capacidad de los jóvenes para valerse por sí mismos –escribe la revista Time en un artículo acerca de una de las recientes investigaciones–. Exigiéndoles que se estén comunicando permanentemente, forzándolos a incluir a los padres como ‘amigos’ en Facebook, no es la manera de criar una generación de adultos seguros y autosuficientes.”

Otros estudios van aún más lejos y asocian “sobrecrianza” con depresión. Para Madeleine Levine, autora de varios libros sobre educación, la “paternidad helicóptero” es el producto de buenas intenciones llevadas al extremo, el efecto de la cultura competitiva de nuestros días sobre los miedos normales de los padres de familia de todo el mundo.

No queremos que nuestros hijos fracasen o que estén en peligro o que sufran… pero, insertándonos intensamente en sus vidas y actividades, les estamos impidiendo desarrollar sus habilidades naturales para socializar y ser autónomos y creando inhibiciones y complejos que pueden llevarlos a sentirse insatisfechos con sus vidas y a deprimirse.

¿La moraleja? “Ni adentro que se quemen, ni afuera que se hielen”, como diría mi mamá

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