portafolio.com,
Mayo 30 de 2013
Para tomar buenas
decisiones, es necesario entender cómo funciona el cerebro.
Si queremos ver los
resultados, debemos mejorar nuestras decisiones y, consecuentemente, las
rutinas de pensamiento, siendo imperante un entendimiento profundo de cómo
funciona el cerebro y, en especial, los síndromes que nos afectan, no para
eliminarlos, sino para administrarlos.
No me cabe la menor
duda de que una sociedad exitosa no tendría una concentración de riqueza como
la que impera, las personas no morirían de hambre, los conflictos no se
resolverían con sangre, la tierra sería un lugar ecológicamente sostenible y,
en general, la gente sería feliz.
La causa de todos
los problemas es un ‘pensamiento de baja calidad’; los que ‘creemos’ que usamos
el pensamiento como herramienta de trabajo estamos afectados por unos síndromes
que nos nublan el panorama en ambiente de incertidumbre y falta de pericia para
reconocer esos defectos y, mucho menos, administrarlos.
Tampoco tengo duda
del efecto nefasto de la educación tradicional en esta situación; básicamente,
usamos un pensamiento orientado a resolver problemas, pero no estamos
entrenados para pensar críticamente y de forma creativa para mejorar nuestra
percepción, para automotivarnos y administrar nuestras emociones.
El ser humano
adolece de los siguientes síndromes:
Síndrome del
adivino: existe un gap entre planeación y resultados. Revise los resultados de
su país, de su empresa e incluso de su vida personal y responda si su situación
actual corresponde exactamente con lo que planeó hace 10 años. De acuerdo con
mi experiencia, en la mayoría de los casos, la respuesta es que ocurrieron
cosas que no estaban en el libreto (yo los llamo hechos sin razón) y cambiaron
los resultados para bien o para mal.
Escogí la frase
‘hechos sin razón’ porque busca reflejar dos significados. Por una parte, hacen
referencia a aquellos acontecimientos que aparentemente no tienen causas, ya
sea porque no las conocemos o simplemente porque son producto del azar.
Normalmente vienen acompañados de la incertidumbre propia de casi todas las
decisiones de los seres humanos y no estaban en la agenda de nadie.
Por otro, los
‘hechos sin razón’ también buscan reflejar aquellos momentos, decisiones,
actividades, construcciones y comportamientos realizados por impulsos
emocionales, no racionales, ya sea por arranques animales (tan propios del ser
humano) o por motivaciones sicológicas que afectan el comportamiento. Lo que es
realmente grave es que actuamos como si no existieran, en una ilusión de
entendimiento, que letarga y corrompe nuestro entendimiento y, por ende,
nuestro actuar.
Síndrome del
corazoncito: nuestro comportamiento no es completamente racional. El cerebro,
en la parte más profunda, tiene un componente irracional que responde a
impulsos y reflejos animales, y las capas externas son las que controlan los
procesos cognitivos. Para bien o para mal, muchas de las decisiones que tomamos
están seriamente afectadas por los arranques emocionales, los cuales, a menudo,
nos llevan a ‘reaccionar’ de manera lamentable.
Nuevamente, lo
grave no es que esto suceda, lo malo es que nos rehusamos a entenderlo y
administrarlo a tal punto, que muchas ciencias, como la economía, por ejemplo,
están construidas sobre la creencia de que los seres humanos nos comportamos
racionalmente el 100 por ciento de las veces.
Síndrome del
cerebrito: creemos que sabemos más de lo que realmente conocemos. Hay un gap
entre la realidad y el pensamiento, y lo más preocupante es que nos apoyamos
solamente en conocimiento para tomar decisiones. Los seres humanos no estamos
formados por los acontecimientos que nos pasaron, sino por el significado que
les damos a los mismos, es decir, nuestro pensamiento, que es nuestra realidad,
pero que no necesariamente corresponde a la realidad, de tal forma que podemos
afirmar que la verdad es un concepto en movimiento, incluso relativo.
Síndrome de la
banalidad: los seres humanos somos superficiales. La banalidad se impone no
solo en asuntos menos importantes como entretenimiento, sino que es el
denominador común en temas trascendentales como la educación, la política, la
cultura, la economía y las decisiones importantes. Consumimos televisión y
radio basura; leemos la prensa para construir opinión; compramos cuanto
artículo nos hacen pensar que necesitamos; elegimos políticos por sus campañas
de mercadeo, simpatía y carisma; gastamos la mitad de la vida en las redes
sociales; el sexo vende más que la argumentación; leemos y comemos porquerías;
creemos en expertos; nos encanta tabular, resumir, clasificar; si tenemos
evidencia de algo o lo vemos, ese algo es: verdad.
Síndrome lúdico: a
los seres humanos se nos facilita el aprendizaje cuando nos enseñan con
metáforas, juegos, puestas escénicas, muñequitos; cuando nos refuerzan con
sonidos, colores, olores, entre otros. Es decir, cuando le hablan a nuestro
cerebro animal.
En conclusión, si
queremos progresar en los resultados, debemos mejorar nuestras decisiones y,
consecuentemente, nuestras rutinas de pensamiento, siendo imperante un
entendimiento profundo de cómo funciona el cerebro y, en especial, los
síndromes que nos afectan, no para eliminarlos, sino para administrarlos.
César Augusto Carrillo Vega
Gerente U de Capitales
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