Editorial : La Republica.co
Tanto el FMI como la Cepal
coinciden en que el PIB de Colombia estará por encima de 3,3% para este año,
cifra muy superior a los países de la región, pero para lograrlo debe haber
agenda
En el
clásico y muy popular libro de los profesores Daron Acemoğlu del MIT y James
Robinson de la Universidad de Harvard, “Por qué fracasan los países: los
orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” (2012), se identifican las
razones por las cuales a unas naciones les va bien y logran la prosperidad, el desarrollo
y el bienestar de sus sociedades, mientras que otras fracasan una y otra vez
sin encontrar la luz al final del túnel. El texto es aleccionador porque
rescata el papel de las instituciones que rigen un determinado territorio como
pilares, no solo de los milagros económicos sino de los países que han caminado
solitarios en la hegemonía económica.
Acemoğlu
y Robinson encuentran que no hay milagros para hacer prosperar un país, que
todo se debe a un proceso de desarrollo basado en la forma en que las sociedades
se organizan en asuntos dorsales, como por ejemplo, la propiedad privada, la
separación de poderes, el funcionamiento del libre mercado, entre otros asuntos
no menos importantes enfocados a lograr una buena calidad de vida en términos
del Índice de Desarrollo Humano de los territorios sobre los que se proyectan.
Es decir, instituciones con objetivos a largo plazo que giren en torno a una
sociedad y no a personas ni a periodos de gobiernos en particular.
Otra
de las grandes enseñanzas de los economistas es que la ubicación geográfica, la
climatología, la cultura o la religión de sus habitantes, no tienen nada que
ver con el éxito de las naciones, pues son nociones “imprecisas, equívocas o
carentes de una base lógica”. En pocas palabras, hablar de que somos un país
que puede ser una despensa de alimentos; un territorio rico en petróleo, carbón
y otros minerales, o la mejor esquina del continente americano, por tener
costas en dos océanos, no son verdaderos factores que nos harán competitivos;
esas circunstancias geográficas o culturales no nos llevarán a ser un milagro
económico.
Y
mientras no existan indicadores de credibilidad que remplacen el crecimiento
del Producto Interno Bruto, tenemos que concentrarnos en hacer un pacto por el
desarrollo económico que se pueda medir y comparar. Es un imperativo que exista
una hoja de ruta público-privada por el crecimiento económico a largo plazo que
trascienda gobiernos y gobernantes; una suerte de “regla fiscal”, pero para el
crecimiento del PIB, la reducción del desempleo y la distribución del ingreso,
todo con el objetivo de lograr mayor bienestar entre los colombianos,
indistintamente del lugar donde vivan. La idea ya la han lanzado algunos
gremios tradicionales como la Andi que con insistencia ha hablado de un plan de
reactivación sostenido en el tiempo, pero que no ha tenido mayor resonancia
entre quienes deben confeccionarlo.
Toda
la banca multilateral, más los centros de investigación y el sistema
financiero, apuestan a que el PIB de Colombia durante este año tendrá un
crecimiento superior a 3,3%, una cifra muy superior a la del vecindario y
brillante en el concierto internacional, pero a ésta no se llegará de “milagro”
por los fluctuantes precios del petróleo; se conseguirá si hay una plan de
largo plazo que sincronice todos los sectores económicos y comprometa al
gobierno a las estrategias contracíclicas que tiene la economía. Colombia no
puede sentarse a esperar que suceda un milagro, debe tener un plan que
convierta la economía en una engranaje muy funcional.
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