Averiguar sobre la participación del hoy senador Uribe en la conformación del grupo paramilitar 'Los doce apóstoles' es casi un asunto residual frente al tamaño del problema.
Mucho se ha hablado del debate que se promueve sobre el paramilitarismo en el Congreso. A propósito de este tema, me asaltan dos grandes preocupaciones. La primera, el momento. Y la segunda, el convocante. Ese no es un debate para quemar en una sesión y sus contenidos son demasiado importantes para el país. Allí mi segundo punto. Tampoco me gusta que sea el senador Cepeda el que lo convoque. Que lo haya investigado por sus propios medios no significa que ofrezca garantías, ni que él mismo pueda salir bien parado de esa discusión. No se puede aspirar a grandes debates sobre el paramilitarismo, por ejemplo, y al mismo tiempo aceptar impunidades para una guerrilla que pretende salir en hombros de La Habana.
Cualquier debate, si bien seccionado, debe ser integral y tener la vocación de buscar la verdad sobre los móviles del conflicto, en un marco de garantías para todos los implicados, para el país y para la integridad del mismo debate.
Seré más específica: averiguar sobre la participación, si es que tuvo alguna, del hoy senador Uribe en la conformación del grupo paramilitar ‘Los doce apóstoles’ es casi un asunto residual frente al tamaño del problema. De manera consistente, los jefes paramilitares lo han acusado de haberlos montado en un proceso de paz en el que los defraudó, porque ellos aseguran haber sido arquitectos de su ascenso meteórico y haberse entregado sin mayores resistencias por haber sido él uno de sus patrocinadores e ideólogos, al punto en que lo llamaban ‘Comandante Cero’.
El senador Uribe siempre ha respondido, y es una respuesta bastante válida, que eso hace parte de una venganza por haberlos extraditado. Lo que uno no entiende es por qué, si le convenía que esto se esclareciera, los extraditó y con ellos toda posibilidad de saber la verdad y obtener justicia para las víctimas en Colombia.
El paramilitarismo no empezó con Álvaro Uribe, y fue aceptado por décadas hasta el gobierno de Virgilio Barco, que eliminó tanto el estado de sitio permanente como la figura del paramilitarismo, para nuevamente ser habilitado a través de las Convivir. Ahí está el asunto. Álvaro Uribe no es el creador de unas estructuras que por décadas fueron la respuesta del Estado a su propia incapacidad. Pero, ¿fue acaso uno de sus ideólogos y de los responsables de su expansión desde principios de los años 90? No lo sabemos, como tampoco sabemos cómo se gestó ese proceso de paz paramilitar en el que solo se desmovilizaron los ‘paras’ en uniforme, pero no los verdaderos beneficiarios y señores de la guerra.
¿Cómo llegó Uribe a la Alcaldía de Medellín y por qué salió? ¿Cuál es, si es que hay alguna, su relación con algunos clanes del narcotráfico con los que se lo ha asociado de manera persistente? La figura legal de las Convivir se convirtió en el oxígeno de ejércitos ilegales que arrasaron con regiones enteras. ¿Sabía él lo que estaba pasando con las Convivir en Antioquia? ¿Alertó al Gobierno Nacional de estos hechos?
Es un debate largo y agudo, pero de ninguna manera estará completo si no se aborda desde la desesperación de las gentes que se organizaron para responder a la brutalidad de la violencia guerrillera, el juego de los carteles del narcotráfico y su rol en la financiación del proyecto paramilitar y la maraña de intereses que los orientó en una campaña de sangre que buscaba operar una contrarreforma agraria de dimensiones escalofriantes. Una cosa sí es absolutamente cierta: Colombia sabía quién era Álvaro Uribe y conocía de estos cuestionamientos cuando lo eligió y lo volvió a reelegir.
NATALIA SPRINGER
@nataliaspringer
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