ELTIEMPO.COM, REDACCIÓN EL TIEMPO, 06 de Agosto del 2013
La batalla de Boyacá marcó el comienzo del fin del dominio español en la Nueva Granada.
Después del levantamiento del Común en El Socorro (1781) y de variados episodios que tuvieron como eje la Expedición Botánica del doctor Mutis (1783) y, la publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano hecha por Antonio Nariño (1793), el movimiento independentista tuvo su primera manifestación concreta el 20 de julio de 1810. Ese día, los habitantes de Santafé depusieron al virrey Amar y Borbón y liquidaron la Real Audiencia, símbolos del poder monárquico español en sus colonias de ultramar.
El transcurso de los diez años siguientes se divide en cuatro etapas: la Patria Boba (1810-1813), la Campaña del Sur (1813-1815), la Reconquista (1815-1816) y la Guerra de Independencia (1817-1819).
Durante la Patria Boba, bautizada así posteriormente por Nariño al recordar cómo las discusiones de los patriotas por asuntos pueriles le abrieron paso a la Reconquista, hubo una guerra civil entre centralistas y federalistas, ganada por los centralistas. El presidente Antonio Nariño promovió la Independencia absoluta de Cundinamarca y su creación como Estado Soberano, el 16 de julio de 1813. La misma resolución había sido tomada por la provincia de Cartagena dos años antes, el 11 de noviembre de 1811.
La Campaña del Sur, organizada por el presidente Nariño, se proponía eliminar los importantes bastiones que los españoles conservaban en Pasto y Quito. Nariño ganó cinco batallas hasta Pasto, donde, merced a la traición del Congreso de las provincias Unidas, fue abandonado por el ejército y capturado por los realistas.
La reconquista empezó por el sitio de Cartagena (agosto a diciembre de 1815) y terminó con la ocupación de Santafé (26 de mayo de 1816). Los patriotas organizaron la resistencia en los llanos de Casanare. La campaña libertadora principió con el desembarco de Simón Bolívar en la isla Margarita (3 de mayo de 1816). Tras grandes victorias y derrotas desastrosas, el ejército libertador consigue en el Pantano de Vargas (25 de julio de 1819) un triunfo decisivo, y el 7 de agosto siguiente aplasta al ejército realista y sella la independencia de Colombia.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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Rarezas de un día memorable
No fue una batalla. El pintor José María Espinosa contó en sus memorias que la Batalla de Boyacá no fue de grandes proporciones ni de larga duración: “...que todo convence que solo fue una ofensiva relámpago”. Esta idea es compartida por el general París, del Estado Mayor del Ejército Patriota, cuando afirmó que “tácticamente no fue más que un incidente”.
Bolívar, incumplido. El primer corresponsal de guerra del periodismo colombiano fue Elías Prieto Villate, quien acompañó durante la campaña libertadora a los ejercitos de Bolívar y fue testigo de la Batalla de Boyacá. Escribió un folleto llamado Apuntamientos de la campaña libertadora, según el cual Bolívar llegó tarde a la confrontación, algo que aún causa polémica entre los historiadores oficiales que afirman lo contrario.
Puente ‘chiviado’. Según Eduardo Malagón, de la Academia Boyacense de Historia, el actual puente de Boyacá, a pocos kilómetros de Tunja, no es el original donde se vivió la batalla, sino un regalo que le hizo al país España durante el gobierno del presidente Eduardo Santos.
MIGUEL FORERO GARCÍA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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Campaña: más de dos meses a pie
Venían del oriente. Dos o tres mil soldados cubiertos de mugre y humedad. Fue hace 194 años. El domingo 23 de mayo de 1819, en la aldea de los Setenta (Venezuela), Bolívar deja claro su objetivo: “El día de la América ha llegado y ningún poder humano puede retardar el curso de la naturaleza guiado por la mano de la Providencia”. Fue la orden. Por más de 630 kilómetros, en 76 días, los soldados comen carne sin sal, duermen en cualquier madriguera y la mayoría solo lleva lanzas y espadas. Cruzan el río Arauca el 4 de junio y entran a Casanare. Llueve y el agua les llega a la cintura, los soldados tienen solo una frazada y también deben proteger el fusil y las municiones. Santander escribiría: “Descalzos absolutamente, sin ropa, sin recursos (…) deseábamos los riesgos para acabar con gloria una vida tan amarga”. Al llegar a Tame, Santander se reúne con Bolívar para presentarle 1.200 hombres a pie y 600 a caballo. Llaneros con un pantalón que les llega a la rodilla, una camisa ancha y suelta hasta el muslo, sombrero de paja redondo y ancho. Suben los Andes 18 días después. Llueve día y noche. En el páramo de Pisba, al menos 100 mueren de frío. Unos 600 abandonan. Los hospitales son casas desocupadas a la fuerza para atender a los heridos. No hay vendajes ni botiquín ni camas. Bolívar va a las batallas en un caballo negro y usa un uniforme rojo y roto. La tropa pasa por tres batallas antes de llegar al Puente de Boyacá. En el Pantano de Vargas Bolívar pierde 504 hombres y los españoles, 500. En Paipa, en un instante crítico, le grita a Juan José Rondón: “Coronel, salve usted la patria”. Los enemigos son rodeados y abandonan el campo de batalla ese sábado hace casi dos siglos. Los andrajosos criollos cantan victoria cubiertos por un aura de gloria inmarcesible.
REBECA LUCÍA GALINDO
REDACCIÓN EL TIEMPO
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La escena de la derrota española
Era un puente que atravesaba el acaudalado río Teatinos, del cual hoy solo queda una angosta corriente usurpada por el crecimiento demográfico.
Ese puente hecho de maderos sobre pilones de piedras fue el escenario, no solo de la batalla de Boyacá, sino del fin del dominio español y el comienzo del control criollo sobre el territorio neogranadino.
“El actual es una estructura con diseño sofisticado y lejano del original”, dice el historiador y periodista boyacense Gustavo Mateus Cortés.
El 7 de agosto de 1819, 2.850 combatientes liderados por el comandante en jefe del ejército, general Simón Bolívar, estaban dispuestos a la batalla. Una tropa de jóvenes que sumaban más de 10 años de experiencia. Había ingleses y negros de Santo Domingo, criollos, mestizos, mulatos, zambos e indígenas.
José María Barreiro, brigadier español, conocido en otras épocas como el ‘Adonis de las mujeres’, por sus dotes de galantería, estaba siendo vigilado por gente de Bolívar desde el alto de San Lázaro.
Se sabía qué movimientos realizaba su tropa. No podía entrar a Tunja, era tierra de patriotas y por eso su estrategia para llegar al camino real rumbo a Santafé era desviarse por el camino de Cómbita a Motavita y lograr su cometido. Del ejército realista hacían parte 2.670 soldados.
Desde San Lázaro fue dada la orden: “Hagan marchar al ejército en muy buen orden, previendo combatir donde quiera que se encuentre el enemigo”, dijo airadamente un coronel de apellido Manrique.
También lo supieron el general Francisco de Paula Santander y José Antonio Anzoátegui, que lideraban otros frentes de batalla.
Santander conocía el terreno. Había vivido y peleado en zonas de espesos matorrales muchas veces, soportando niebla y frío.
En la contienda se adoptó como estrategia dividir a las tropas como guerrillas. También hubo una legión británica que disparó sus rifles a favor de los patriotas.
El ataque mayor fue tardío, la mayor parte del ejército realista había cruzado el puente sobre el río Teatinos.
El historiador Stefan K. Beck J. dice que fue una estrategia del ejército español para reconocer la posición del enemigo la que terminó por marcar su final. “La compañía de granaderos a caballo, todos españoles, fue la primera en abandonar el campo de batalla”, dice Beck.
Pero según lo describe Santander en sus escritos, “la resistencia fue temeraria”. Dice que todo esto pasaba en un terreno difícil, sin conocimiento de las operaciones que se estaban desarrollando en otros frentes.
La contienda no duró mucho. Cuentan que fue desde las dos hasta la cuatro y media de la tarde, lo suficiente para que las tropas patriotas doblegaran al enemigo.
El arribo del general Simón Bolívar fue rápido y las celebraciones heroicas de Anzoátegui y Santander no se hicieron esperar. Dicen que este último se batió heroicamente sobre el puente.
No era para menos. Con más de 100 muertos y 1.600 capturados, incluyendo 40 oficiales del ejército realista, había culminado el encuentro. Solo 12 cuerpos del ejército patriota yacían sobre el espeso terreno. Se afirma que si ese día no hubiera caído la noche, el exterminio de la tropa española hubiera sido total.
El verdadero logro fue haber roto un símbolo del poderío español. La primera consecuencia de la batalla de Boyacá fue la huida del virrey Sámano, asentado en Santafé, uno de los españoles más sanguinarios de la época.
CAROL MALAVER SÁNCHEZ
REDACCIÓN EL TIEMPO
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Los vistieron para la victoria
El ejército patriota había vencido heroicamente el frío del páramo de Pisba. Las ropas andrajosas e inapropiadas, por lo escasas, tenían golpeada la moral de la tropa. No en vano, el general José María Barreiro, al hablar de la presentación de los guerreros libertadores, los llamaba ‘ejército de desharrapados’.
Pero la mañana del 7 de agosto, el ánimo se levantó. Los humildes soldados campesinos –araucanos, casanareños y venezolanos– estrenaban ‘armadura’. Una entrada triunfal, en medio de homenajes, había marcado su llegada a Tunja, días antes, luego de vencer en el Pantano de Vargas.
Juana Velasco de Gallo, quien lideró el recibimiento, convidó al Libertador a una cena. Las mujeres tunjanas les tenían a sus hombres de guerra una sorpresa. Con unos 2.000 camisones blancos, confeccionadas por ellas, los ‘blindaron’ para salir a batallar. Los vistieron para vencer.
Ese 7 de agosto, cuando pasaban las diez de la mañana, el Libertador Simón Bolívar emprendió la persecución de las tropas realistas. Había sido informado de que el ejército realista iba hacia el puente de Boyacá. Era el único camino para cruzar el río hacia Santafé, la capital.
Los dos ejércitos quedaron frente a frente hacia las dos de la tarde. Barreiro llegó por Samacá y se midió con la Legión Británica y el batallón Rifles. Por el centro, aparecieron y atacaron con furia esos ‘fantasmas’ que habían hostigado y anularon el poderío militar de los españoles en el Pantano de Vargas. Eran los lanceros.
Santander le ordenó al batallón de guías del Casanare atravesar el río Teatinos por abajo del puente para sorprender a los realistas. Antes, tenían que sortear las aguas embravecidas por el invierno.
Cuenta la historia que la aparición providencial de Estefanía Parra, una pastora de 10 años, oriunda del lugar, guió el paso de las tropas hasta la otra orilla. Confundidos, los hombres de Barreiro se dispersaron. El intento de recomponer líneas fracasó. A las cuatro de la tarde, Santander lanzó una carga sobre el puente. Salvador Salcedo fue el primero en cruzarlo. La batalla se ganaba. Media hora tardaron los patriotas en conquistar el paso elevado.
El general Barreiro, a galope, intentó huir hacia Santafé con la complicidad de la noche y se escondió en el camino detrás de unas enormes piedras. Dos jóvenes ordenanzas –encargados de los caballos y de oficios varios– lo sorprendieron.
Pedro Pascasio Martínez, nacido en Belén de Cerinza y el ‘negro’ José. Con su mosquete, disparó y sacó de combate al compañero de Barreiro. Este, acorralado, agarró una bolsa con monedas de oro y se la ofreció a los jóvenes. Las rechazaron. Pedro Pascasio obligó al español a caminar. Fue llevado ante el Libertador. La victoria estaba consumada.
Un acta marcó el triunfo de la Batalla de Boyacá. Se firmó el 8 de agosto en Ventaquemada. También se ordenó la ejecución de Francisco Vignoni. Su traición al Libertador en la batalla de Puerto Cabello le costó la vida. Bolívar, hombre considerado con sus adversarios, les dio trato digno a Barreiro y a los prisioneros, que superaron los 1.500.
NICOLÁS CONGOTE GUTIÉRREZ
REDACTOR DE EL TIEMPO
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La llegada a Bogotá
En sus Crónicas de Bogotá, don José María Ibáñez describe lo que pasó en Santafé en los días que siguieron a la batalla de Boyacá: “En la mañana del día siguiente (10 de agosto) todos los patriotas, grandes y pequeños, estaban en traje de calle después de despachar el indispensable chocolate de aquellos tiempos. En las vías públicas se veían grupos que, llenos de alborozo y de satisfacción indescriptible, se daban enhorabuenas, y los formaban la parte más culta y acomodada de la sociedad santafereña (...)
“En la tarde del 10 de agosto, bajo una lluvia de flores y en medio de indecible entusiasmo, entró el Libertador a Bogotá. Demostraciones de inmenso reconocimiento le hacían a porfía las viudas, los huérfanos y los padres de los patriotas fusilados en tres largos años de terror, tributo sincero de un pueblo agradecido. Bolívar, profundamente conmovido, se desmontó en el Palacio de los Virreyes, donde encontró aún caliente el sillón del sanguinario Sámano (...) “Los balcones se adornaron con banderas tricolores, con cortinas y flores (...). Antes no se vio en Bogotá glorificación más excelsa. Bolívar, mil veces cubierto de flores, pasaba bajo arcos triunfales, banderas de alegría y coronas de gloria. Habitantes de los campos llegaban a bendecir al Libertador”. Y cita a don J. M. Groot: “El Libertador, con aquella alma tan grande y con su habitual elocuencia, a todos contestaba, a todos atendía lleno de ternura...”.
Lo que vino para la libertad después de la Batalla de Boyacá
La victoria del Puente de Boyacá liberó el 70 por ciento del territorio de Cundinamarca (Colombia), pero en poder de los españoles quedaban Cartagena, Popayán y el istmo de Panamá, así como Venezuela, Quito (Ecuador), Perú y el Alto Perú (Bolivia). El Libertador Presidente Simón Bolívar encargó en la vicepresidencia de Cundinamarca al general Francisco de Paula Santander, y marchó con el ejército a cumplir la segunda parte de la Guerra de Independencia.
Bolívar se entrevistó con Pablo Morillo en Santa Ana, el 25 de noviembre de 1820, y el 26 firmaron un armisticio general por seis meses. Morillo regresó a España y puso al mando de las tropas realistas al mariscal de campo Miguel de la Torre.
El armisticio pactado entre Morillo y Bolívar fue roto por el mariscal De la Torre el 29 de abril, y por el Libertador Bolívar el 1 de mayo de 1821. Se reanudaron las hostilidades. El Libertador, obligado a permanecer en el frente, nombró Vicepresidente interino a Antonio Nariño, con la misión especial de reunir el Congreso Constituyente de Cúcuta y darle forma a la República de Colombia. Nariño instaló el Congreso el 6 de mayo de 1821. Las discusiones para redactar la constitución duraron cinco meses. En octubre, el Congreso de Cúcuta expidió la primera Carta Magna del país y se inició nuestra vida republicana.
La República de Colombia o La Gran Colombia vivió diez años. Las disensiones y las ambiciones de los dirigentes destruyeron una gran nación y dieron paso a tres nuevas repúblicas: Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. La Colombia actual tuvo cinco nombres en el siglo XIX, antes de adoptar el que se consagró en la carta de 1886: Colombia (1821-1831), Nueva Granada (1831-1856), Confederación Granadina (1857-1861), Estados Unidos de Nueva Granada (1861-1863) y Estados Unidos de Colombia (1863-1885). Hubo un régimen centralista entre 1821 y 1853; uno federalista entre 1853 y 1885; de nuevo centralista entre 1886 y 1891. El sistema implantado por la Constitución de 1991 es una mezcla de centralismo y federalismo.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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La gloria esquiva de Pedrito y el ‘Negro’ José
“Juan Evangelista Martínez, mi padre y bisnieto de Pascasio, me hablaba mucho de aquel muchachito que, pese a que le ofrecieron oro, para no entregar a Barreiro escogió el otro camino, el de ser honesto”, dice Pedro Martínez, funcionario de la Gobernación de Boyacá. Es tataranieto de Pedro Pascasio Martínez, el niño de 11 años, nacido en Belén (Boyacá), que capturó al general José María Barreiro, comandante de las fuerzas realistas en la Batalla de Boyacá, y se lo entregó a Bolívar.
Lo pinta como un niño campesino, cuya misión en el ejército patriota era ensillar los caballos de los oficiales, limpiar las pesebreras y cocinar para los soldados. Bolívar le ofreció 100 pesos de gratificación por su proeza; sin embargo, según el historiador Benjamín Ardila Duarte, “lo hicieron coronel a pesar de su temprana edad, pero al final de sus días ni fue militar ni le dieron la jubilación”.
En 1880, el Congreso le concedió una pensión vitalicia de 25 pesos, que nunca recibió. “Lo único que ha dado el Estado en su memoria es una placa que nunca pudo ser instalada en su tumba, pues cuando fuimos a ponerla el cementerio ya no existía”, recuerda. Solo un busto suyo se encuentra en la plaza central de Chinácota (Norte de Santander).
Igual destino tuvo el ‘Negro’ José, “un joven de 16 años que, de un disparo, sacó del camino a Barreiro para que Pedro Pascasio, con su lanza, lo hiciera prisionero”, explica Eduardo Malagón, de la Academia Boyacense de Historia y de la Sociedad Bolivariana de Boyacá.
FABIÁN FORERO
REDACCIÓN EL TIEMPO
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