martes, 11 de junio de 2013

Los riesgos de una asamblea constituyente

ELESPECTADOR.COM, 10 Jun 2013 - 10:00 pm

César Rodríguez Garavito


Por: César Rodríguez Garavito

Para que un eventual acuerdo de paz sea duradero y legítimo, es vital que la ciudadanía lo refrende en las urnas. Como lo mostró mi colega Rodrigo Uprimny en sus columnas, el reto es encontrar el mecanismo apropiado: que sea participativo y democrático, pero a la vez resistente a las fuerzas políticas que quieren sabotear el proceso de paz o aprovecharlo para desmantelar la Constitución de 1991.


La asamblea constituyente es la opción preferida por varios sectores. Por razones muy disímiles, la proponen las Farc, el uribismo y algunas organizaciones de la sociedad civil.

Una constituyente podría lograr el difícil equilibrio entre democracia y paz, sobre todo si es convocada para decidir temas puntuales y amplía la participación de las víctimas y otros grupos vulnerables. Pero acarrea al menos tres riesgos serios, que ameritan una discusión profunda.
El primero es la tentación que tendrían los constituyentes de hacer reformas que vayan más allá de lo previsto en las negociaciones de paz. Una vez elegida, la asamblea podría interpretar su mandato expansivamente y revisar temas estructurales, desde el sistema electoral hasta los derechos fundamentales.
Se trata de un problema común en las transiciones constitucionales. Estuvo presente en 1991, cuando se discutió si la asamblea era “constituida” o “constituyente”, es decir, si tenía límites o era soberana. Los constituyentes respondieron lo segundo y tomaron decisiones como revocar el mandato de los congresistas. Un debate similar se dio en Ecuador en 2008, y en Egipto el año pasado.
De ahí el segundo riesgo: que la constituyente viole el punto de partida del proceso de paz que buscaría refrendar. Acertadamente, el Gobierno y las Farc acordaron una agenda concreta de cinco puntos. Además de hacer el proceso manejable, este límite permite hablar de reformas profundas dentro del marco jurídico de 1991, sin abrir a negociación con las Farc toda la estructura constitucional. Pero las Farc insisten en ir más allá, como lo sugirió Andrés París en este diario. Abrir la puerta para que logren en la constituyente lo que no consigan en las negociaciones terminaría desnaturalizando el proceso.
El tercer riesgo es la contrarreforma de la Constitución de 1991. Las Farc no son las únicas interesadas en hacerle una cirugía profunda. El uribismo —cuya maquinaria le aseguraría un buen número de curules— hace tiempo está proponiendo una constituyente para desmontar todo lo que le disgusta de la Constitución de 1991, comenzando por la prohibición de una nueva reelección de Uribe. Los parapolíticos, las bacrim y otros grupos mafiosos se asegurarían también de hacer elegir a sus representantes.
El resultado puede ser una asamblea dominada por una coalición de sectores extremos. De un lado, las Farc, que deberían tener representación como resultado del acuerdo de paz. Del otro, la derecha legal e ilegal. Como lo muestran las alianzas de las Farc con las bacrim en varias regiones, los extremos pueden lograr acuerdos. Y de ellos saldrían reformas que reflejen los valores antidemocráticos que comparten, muy distintos de los de la mayoría liberal igualitaria que dominó en 1991.
Admito que estoy pensando en el peor escenario posible. Pero, como lo dijo el legendario juez Oliver Holmes, cuando se diseñan instituciones, hay que hacerlo pensando en lo que los malos harían con ellas.
Por eso, me parece más aconsejable una consulta popular, en la que se pregunte a la ciudadanía si refrenda el eventual acuerdo de paz. Se trata de una opción imperfecta. Pero quizás menos que una constituyente.
* Miembro fundador de Dejusticia. @CesaRodriGaravito por la tierra, el otro motor de la violencia. Tan trascendental como el acuerdo agrario sería el de participación política de la guerrilla, que hoy empieza a discutirse en La Habana. Porque comenzaría a vencer nuestra costumbre inveterada de descalificar, perseguir y hasta matar al disidente o al opositor. Dogmatismos de izquierda y de derecha que quisieran imponer a la brava su verdad única, absoluta, inapelable en política, en economía, en religión. O en los tres territorios a un tiempo: logro redondo del huevo uribista que compactó seguridad por el exclusivo camino de la guerra, economía de mercado por dictado del credo neoliberal y búsqueda de un Estado confesional bajo la égida del integrismo católico. En la otra orilla, medio siglo de insurgencia templada entre luchas campesinas que no representa ya y el dogma de la lucha armada. Sectas todas en carrera por el poder del Estado para trocar desde allí su verdad en violencia contra todo amago de debate democrático. Por algún régimen de fuerza dispuesto a aplastar las ideas distintas de la propia. Y a frustrar, así, cualquier amago de paz.
¿Cómo pudo Colombia resultar tan fértil para este absolutismo de las ideas? Tal vez por la incesante manipulación política del sentimiento religioso, que es tradición de una Iglesia siempre exaltada a las más elevadas dignidades del poder. Tal vez por la presteza del establecimiento y sus partidos para reprimir al contrario, en persecución a la cual contribuyó la guerrilla que, sintiéndose depositaria heroica de la revolución, maniató a la izquierda legal. Y la derecha devoró golosa el plato que se le servía. Fácil le resultó al entonces presidente Uribe motejarla de terrorista, cuando la guerra alcanzaba su clímax y las partes en contienda ponían igual cuota de crueldad. Acaso por imitar la “firmeza” que distinguía al mandatario, perpetraron los paras también crímenes de clara intención ideológica. Como el asesinato del catedrático Alfredo Correa, a manos de Jorge 40 concertado con el DAS. O el de 17 profesores y estudiantes de la Universidad de Córdoba cuando los hombres de Mancuso se tomaron por asalto el centro docente y lo sometieron al terror.
En estos campos de Dios han florecido también neonazis, al parecer entroncados con las fuerzas ultramontanas que van por la reconquista del poder. El Espectador de junio 9 informa que Tercera Fuerza declaró haber organizado encuentro en finca de la Universidad Gran Colombia en apoyo de una candidatura conservadora, y con presencia del paramilitar El Alemán. La concejal Angélica Lozano denunció vínculos de neonazis con la organización Creo Colombia, promotora de la revocatoria de Petro y militante del Centro Democrático de Álvaro Uribe. Quizás el caso más nítido de manipulación religiosa con fines políticos sea el del procurador Ordóñez. Manzanillo de nación, no regala tamales contra votos sino una fe. Y sobre la fe ajena monta su imperio mundano, grosera impostura de tanto ensotanado que se dijo santo para hacerse con el poder y coronar su idea sobre el cadáver de todas las demás.
Alarmados ante la paz posible, los que contemporizaron con la derecha armada vociferan hoy porque “se negocia con terroristas”. Acaso no les inquiete tanto la negociación como que de ella pueda surgir una Colombia más abierta a la controversia civilizada entre adversarios. No está en juego apenas el Estado laico, sino el advenimiento de una democracia más amplia y del pluralismo, si La Habana arroja un acuerdo final. Por eso a estas derechas la paz les resulta poco menos que una afrenta de mismísimo Satanás.
  • César Rodríguez Garavito | Elespectador.com

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