ELTIEMPO.COM, Por: GABRIEL SILVA LUJáN, 20 de Octubre del 2013
Gabriel Silva Luján
La gente ya empieza a sentirse fatigada de ese caudillismo vacío en que se ha transformado el ejercicio de la política.
Empezó en firme el año electoral. Es el momento en que los ciudadanos tendrían que escoger, con su voto, entre un diverso espectro de ideologías, programas y propuestas. Desafortunadamente, por la vía de la polarización y el mesianismo, al país lo tienen escogiendo no entre ideas sino entre personas. Aquí no se habla de cuáles son los grandes proyectos y transformaciones que Colombia necesita, sino si se debe reelegir a Santos o a Uribe en cuerpo ajeno.
Se cuentan con los dedos de la mano los escenarios en los que se debaten con seriedad los dilemas que, como nación, tendremos que enfrentar para construir un país justo, moderno y seguro. El debate político se ha convertido en un desierto intelectual.
Sin duda, mucha de la culpa se encuentra en la superficialidad que históricamente ha caracterizado la política colombiana. Las grandes batallas políticas no han sido confrontaciones entre paradigmas o visiones de país. Han sido, más bien, duelos y rencillas entre egos y personalidades. El llerismo, el lopismo, el turbayismo, el alvarismo, el pastranismo, el rojismo y ahora el uribismo son las categorías con las que se define y alindera a los ciudadanos en el escenario electoral.
Esta realidad histórica se refuerza, paradójicamente, con las consecuencias de la modernidad. En los medios de comunicación, una nota periodística de más de treinta segundos es un sacrilegio intolerable. Una frase –el sound byte– puede arruinar una carrera política o convertir en estrella al más inepto de los mortales.
La expresión más perversa de esa tendencia es el tan cacareado Twitter. Cuando toca condensar, en ciento cuarenta caracteres, una reflexión o una propuesta, es inevitable que no se digan sino tonterías. Además, ha convertido a la política en un concurso de vanidades, donde lo que importa es cuántos seguidores se es capaz de acumular. El que gana es el que consiga el rebaño digital más grande.
A los muchos males que le ha traído a la humanidad un invento como Facebook se suma el hecho de que está creando una cultura donde todo es binario: a uno le gusta una cosa o le desagrada. No hay término medio. No hay matices, ni complejidad, ni argumentos; nada. Como ocurría en la barbarie del coliseo romano, la vida o la muerte se deciden hoy con un pulgar hacia arriba o hacia abajo.
El anonimato que ofrece el diálogo digital ha convertido a Internet en un fétido caño de aguas negras por donde fluyen las barbaridades, las cochinadas y los insultos con total impunidad. Cuando no hay consecuencias ni sanciones, se desboca lo peor del ser humano. Un vehículo para facilitar la comunicación y el intercambio de ideas se ha transformado en una arena de obscenidades. En esas circunstancias no puede hacerse la política de verdad –la de las ideas– en el ciberespacio.
Los falsos liderazgos que construyen las redes sociales son responsables de las fugaces explosiones masivas que, cada vez con más frecuencia, definen el escenario político como un espacio desprovisto de rumbo, de ideología y carente de contenidos.
Como se ve, todo conspira contra el ideal de una democracia construida sobre la base de una confrontación seria y profunda entre diferentes visiones de país. Pero no perdamos la esperanza. La gente ya empieza a sentirse fatigada de ese caudillismo vacío en que se ha transformado el ejercicio de la política. Ahora lo revolucionario será tener ideas y hacer propuestas.
Díctum. Con el eslogan ‘Cámpora a la Presidencia, Perón al poder’ este dentista argentino llegó a la Casa Rosada. Duró mes y medio en el cargo mientras hacía los cambios necesarios. Lo sucedió Juan Domingo Perón.
Gabriel Silva Luján
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