semana.com, 4/6/2017
Si bien es cierto que la corrupción es un fenómeno
difícil de extirpar, algunas estrategias pueden ayudar a formar competencias
ciudadanas que contribuyan a que las personas sean honestas, transparentes y no
caigan en prácticas corruptas.
La corrupción en el país ha sido noticia en
los últimos días por la coyuntura de Odebrecht y Estraval. Pero estos no son
casos aislados. En Colombia, la corrupción se manifiesta de muchas formas, solo
que algunos sucesos no tienen tanta repercusión. Por ejemplo, nombrar a
personas cercanas para ostentar cargos públicos y, a cambio, sumar su apoyo o
financiar campañas políticas y recibir contratos en retribución.
Sin embargo, también hay que recalcar los hitos positivos que han caraterizado
al país en la lucha contra la corrupción y que brindan algo de luz ante la
naturalización de este tipo de actos y delitos. Colombia es uno de los pocos
estados del mundo que mete sus políticos en la cárcel. Lo hizo con el exalcalde
de Bogotá Samuel Moreno y con Juan Francisco “Kiko” Gómez exgobernador de La
Guajira. De hecho, parece que la clase política está despertando de su letargo
y cada vez son más las figuras que denuncian esta tendencia de sus compañeros
de profesión a “robarse la plata”. Claudia López y Sergio Fajardo son dos
ejemplos de esta lucha.
La corrupción es una característica que identifica a Colombia y a varios países
de Latinoamérica. “En Estados Unidos y Canadá, en general, hay un sentido ético
por lo público, y puede que haya lobby y otras formas de hacer política, pero
la mayoría de la gente, los contratistas, no van por los recursos públicos”,
señala Ángel Pérez, docente e investigador infantil.
También la incidencia del narcotráfico, que en los ochenta vio su punto máximo
y permeó a una gran parte del Estado y de la sociedad, justificaron durante
mucho tiempo la creencia de que el dinero fácil e ilícito era el camino. Según
el padre Vicente Durán Casas, vicerrector académico de la Pontificia
Universidad Javeriana, el narcotráfico es un fenómeno complejo que se traduce
en que “muchos jóvenes, generaciones, han aprendido que son normales ciertas
prácticas, aunque no sean sociales o públicamente reconocidas, pero se asume
que eso es así y no puede ser de otra manera”.
Evidentemente un gran número de personas que accede a los cargos públicos ha
estudiado en los mejores colegios y universidades, no solo en el país sino en
el exterior. “La educación y la cultura llevan a la gente a los nichos de la
política, y estos están copados por la corrupción”, asegura Edgardo Villamil,
docente de la Universidad Nacional y exmagistrado de la Corte Suprema de
Justicia. Tener acceso a la mejor educación en Colombia supone la posibilidad
de entrar en unas redes de amistad, de compartir espacios e intereses, donde se
generan complicidades, se hacen favores. “Los grandes acuerdos de corrupción se
dan, en buena medida, en clubes”, sostiene Villamil.
El papel de la educación
Pensar en el otro, ponerse en sus zapatos, no es habitual en gran parte de la
sociedad colombiana. Por esto mismo no se valora lo público y, por lo tanto,
esos que no piensan en el bien común y tienen cargos políticos se roban el
dinero. Para Diego Cagüeñas, director del Centro de Ética y Formación Académica
del Icesi, algunos actos, aunque no sean considerados tan graves, explican de
alguna manera por qué lo público no nos importa: la persona que no deja dormir
porque pone la música a todo volumen en las noches entre semana; el que se pasa
el semáforo en rojo porque tiene afán, y ese afán está por encima de la
seguridad de los demás. “Hay una incapacidad de entender qué es vivir en
sociedad. Compartir cosas con los demás implica una serie de sacrificios y
dejar de ser siempre uno la prioridad”, asegura.
La gente debe entender por qué ciertas cosas no se deben hacer, y para eso se
deben fortalecer las competencias ciudadanas, las habilidades socioemocionales,
que son fundamentales para la convivencia. Las instituciones educativas tienen
una responsabilidad y, aunque no son las únicas encargadas de formar a la
persona en valores, tienen una tarea principal en formar ciudadanos respetuosos
y tolerantes. “Desde el colegio y la universidad se debe fomentar el
pensamiento crítico, la capacidad de ponerse el lugar del otro, hacerse
responsable de las conductas propias”, asegura Cagüeñas.
Las familias también juegan un rol clave en esta configuración de personas
respetuosas. “Cuando los papás les enseñan con su ejemplo a sus hijos que es
permitido mentir, que es permitido engañar, que es permitido sacarle el cuerpo
a la ley, ir en contravía cuando no hay policía o parquear donde está
prohibido, se asimila que eso es así en todo. Como no me ponen sanción, se
puede hacer”, sostiene Durán Casas.
En caso contrario, el niño aprenderá que el fin justifica los medios y
entonces, cuando crezca y esté en una empresa, en la vida pública, en la
política, pondrá en práctica ese proceder: que cuando tiene un objetivo y
quiere lograrlo, no hay límites, todo es permitido. “Eso se aprende desde
niños, cuando se convive con los demás y se interactúa con lo público. Es en
ese instante cuando se debe enseñar con el ejemplo, más que con palabras y con
discursos.
Ángel Pérez considera que no se pueden hacer lineamientos curriculares y es
difícil educar en competencias ciudadanas si no se logra, primero, que las
facultades de educación formen bien a sus maestros. Para él, el Ministerio de
Educación (MEN) debería desarrollar un programa que forme en competencias
ciudadanas a estudiantes y docentes y que cuente con la opinión de expertos que
puedan ir a instruir en las escuelas sobre esta materia. “Las decisiones del
MEN deben bajar a las secretarías de Educación, de ahí a los colegios, por esa
vía a los maestros y por esa vía a los estudiantes y padres de familia. Falta
liderazgo del Ministerio”, concluye.
Para Cagüeñas el problema central es que la formación en ética cada vez es más
relegada de la formación profesional. Los estudiantes pasan por la universidad
y nunca se plantean preguntas específicas sobre los dilemas en que cada una de
sus carreras se enfrentan. Entonces salen a ejercer su oficio y no tienen
ningún tipo de herramientas, más allá del sentido común, para enfrentar
problemas propios de ser contador, ser abogado, o ser médico. Se deben volver
“a modernizar las profesiones, que los estudiantes tengan la capacidad de
preguntarse cuáles son algunos de los retos morales, éticos, propios de su
profesión, antes de graduarse”.
¿Qué dicen los números?
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, dijo en días pasados: “El 50 %
de los condenados por corrupción no pagan cárcel, el 25 % reciben casa por
cárcel y el otro 25 % pagan menos de dos años”. Por su parte, el contralor
Edgardo Maya estimó en 40 o 50 billones de pesos las pérdidas del país por
corrupción.
Si bien es difícil hablar de números, pues estos varían según las declaraciones
de unos y otros, es claro que la corrupción le quita mucha plata al país,
retrocede obras y embolata recursos que se dejan invertir en sectores como el
de educación. En un comunicado de la Contraloría General se expone que en 24
departamentos que han recibido recursos del Programa de Alimentación Escolar
(PAE) se han presentado “irregularidades con incidencia fiscal que totalizan
62.481 millones de pesos”.
Por otro lado, está la versión de expertos y empresarios que evalúan el nivel
de corrupción del país por medio del Índice de Percepción de la Corrupción 2016
(IPC), publicado por Transparency International a finales de enero de este año.
El IPC muestra que en Colombia hay una percepción de 37 puntos sobre 100 (0 es
la mayor percepción de corrupción y 100, la menor) lo que indica que no hay
confianza en el sector público. Colombia se ubica en este ranking en la
posición 90, dentro de una lista de 177 países evaluados.
En estudios recientes elaborados por Transparencia por Colombia, 90 % de los
empresarios colombianos aseguran que se ofrecen sobornos en los negocios. Se
calcula en un 17 % lo sobornos sobre el valor de los contratos y más del 50 %
de los encuestados consideran que la financiación de las campañas políticas es
una forma de sobornar. Efectivamente, la corrupción se lo está llevando todo.
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Reflexiones al tema pensiones
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