Foto: Guillermo Torres
Dice el cuarto requisito de los cinco que trae el formulario: “Ser uribista... Se refiere a empuñar la bandera y acoger la doctrina del expresidente Uribe y ser fiel a su causa”.
El siglo XX fue el apogeo de las grandes doctrinas políticas, de los grandes relatos: el liberalismo, el comunismo, el nazismo. Ofrecían un paraíso para la humanidad.
Todo terminó en la más dolorosa tragedia. El liberalismo primigenio con su canto al individuo, al libre pensar, a las libertades políticas, derivó en el credo neoliberal con su bien calculada dictadura de los mercados y de los bancos y su asombrosa concentración de la riqueza y su lacerante inequidad y pobreza en esa periferia enorme del sistema.
El comunismo, que tuvo su versión más acabada en la extinta Unión Soviética y sus satélites, se convirtió en el intento supremo de absorción del individuo por parte del Estado, en la enajenación abierta de las multitudes, en la cárcel y la muerte para las disidencias, en aras de un bienestar económico y social que nunca llegó o que llegó solo para sectores marginados de la sociedad, que pudieron dar un pequeño paso mediante el acceso a bienes públicos y a subsidios.
En medio de la primera gran crisis del liberalismo y de la emergencia del comunismo surgió el fascismo italiano y su hermano el nazismo alemán, para recrear el nacionalismo extremo y el patriotismo (que es otro de los requisitos del formulario de Uribe) para llevar a sus límites el autoritarismo y el racismo y engendrar esa vergüenza de la vieja Europa: el holocausto judío.
Pero estas eran ambiciosas ideologías, forjadas con el concurso de prestantes intelectuales, con una explicación omnímoda de la naturaleza humana, con una versión de la economía y del Estado; no el enunciado vacío del Estado comunitario que ofreció Uribe en su primera campaña o la angustiosa respuesta a la ofensiva guerrillera bajo el rótulo de la seguridad democrática.
Así que la adhesión a la doctrina del expresidente Uribe termina siendo el aprendizaje del emblemático discurso de acabar con unas guerrillas mediante la acción militar y la sujeción a las ambiciones de un astuto líder político que fue capaz de convertir, temporalmente, el odio a las Farc y sus desmedidas pretensiones de caudillo en un propósito nacional.
De eso trata el formulario que deberán llenar los candidatos del Centro Democrático. Es una especie de juramento que quiere prevenir la denominada traición perpetrada por el presidente Santos y el Partido de la U.
De nada servirá semejante anacronismo. No lo firmará ningún intelectual serio, ninguna persona culta, que sepa el significado que en el ámbito político tiene la palabra doctrina después de los horrores del siglo XX. Lo firmarán los de siempre. Parecidos a los que ayer adhirieron al Partido de la U, de la U de Uribe.
Políticos colombianos al fin. Jóvenes y decentes algunos, que no tienen mayor idea de lo que ha ocurrido en el mundo en las últimas décadas. Oportunistas la mayoría, que firman lo que sea con el fin de llegar al Congreso o de conquistar una gobernación o una alcaldía. Juran y a la primera mejor oportunidad deshacen el juramento.
Firmarán eso y firmarán también los otros requisitos: ser una persona honorable, idónea, trabajadora y patriota. Lo firmarán aunque sepan (como sabían, más de cien parlamentarios partidarios de Uribe elegidos en el 2002 y 250 alcaldes y nueve gobernadores elegidos en el 2003, todos vinculados a la parapolítica) que su carrera está saturada de alianzas con ilegales o salpicada de corrupciones diversas.
Lo firmarán personas idénticas a los ministros y consejeros y jefes de institutos descentralizados del círculo más cercano a Uribe, que ahora están en la cárcel o huyen de la Justicia por haber participado en alguno de los 25 grandes escándalos de corrupción del anterior gobierno destapados hasta la fecha.
Tienen que leer el formulario, es una verdadera joya. Ilustra el fanatismo y la ignorancia, pero también el cinismo, que campean en la política colombiana.
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