ELESPECTADOR.COM, 13 Jul 2013
Por: Héctor Abad Faciolince
Este jueves el procurador Ordóñez invitó a los “políticos, académicos y personajes del mundo intelectual que apoyan a las Farc”, a que salieran del clóset, “para que puedan participar en política”.
Por una vez estoy de acuerdo con el procurador, siempre y cuando él se atreva a un acto de valentía parecido: salga usted también del clóset, revele abiertamente su ideología carlista, lefevbrista, y por eso mismo antisemita. Así como en Colombia no es delito ser comunista, o partidario ideológico de las Farc, tampoco lo es ser fascista o falangista. Sería muy conveniente que el procurador saliera del clóset y no se pusiera la máscara de demócrata, sin serlo.
Un día antes se le había devuelto la personería jurídica a la UP, un partido que nació con afinidades ideológicas con las Farc y cuyos militantes fueron exterminados en los años 80 y 90 del siglo pasado, con complicidad de las Fuerzas Armadas. Y como si lo anterior fuera poco, también esta semana se desató una polémica por una grabación filtrada a Blu Radio en la que —por mala grabación o por manipulación descarada— no se entendía bien si Piedad Córdoba arengaba a los campesinos del Catatumbo gritando “¡Viva la paz!” o “¡Vivan las Farc!”. Poco después la exsenadora declaró que su grito había sido por la paz, y se le debe creer. En todo caso, en la polémica que siguió yo dije que, aun sin estar seguro de qué era lo que se oía, mi opinión era que cualquier ciudadano colombiano tiene derecho a gritar “¡Vivan las Farc!”, si eso es lo que piensa. Personalmente estoy en completo desacuerdo con lo que hacen y dicen las Farc, su tipo de lucha armada me parece abominable, pero en Colombia no hay delito de opinión y si a alguien le gusta ese grupo armado, lo debe poder decir sin consecuencias legales. Aquí hay quienes gritan “¡Viva el partido Nazi!”, y no les pasa nada por esta declaración, por horrible que sea.
Lo que ocurrió en Colombia con la UP fue monstruoso por el siguiente motivo: ese partido nació como parte de un posible acuerdo de paz con la guerrilla, y como un ensayo de su posible participación en política. El Estado fue hipócrita y obligó a la UP a ser también hipócrita. Si la UP era ilegal, por ser el brazo político de las Farc, entonces el Estado debió declarar su ilegalidad y, si había delitos cometidos por sus integrantes, procesarlos. Así procedió España al declarar ilegal a Batasuna por sus nexos con Eta. Lo que no hizo España, y lo que en cambio sí hizo Colombia, fue exterminar o dejar que los paramilitares exterminaran a los políticos de la UP, que en general pertenecían al brazo civil y no al militar de las Farc.
Alguna vez le oí a Carlos Gaviria una opinión que cito de memoria: “La democracia es la promesa que se les hace a las personas de que pueden ser auténticas sin que les pase nada. Cada cual puede ser lo que es, sin que de esto se deriven consecuencias negativas: comunista, gay, marihuanero”. Esto quiere decir que en una democracia real tanto el procurador como los partidarios ideológicos de las Farc deberían poder salir del clóset sin ser perseguidos. Un proceso de paz es un proceso de democratización: que cada uno pueda ser lo que es, sin tapujos y sin miedo. Si los integrantes de la nueva UP, y los militantes de la Marcha Patriótica, pueden hacer política sin que los exterminen, esto querrá decir que la Colombia de hoy es distinta a la de los años 80 y 90. Si no, no habremos dado ni un paso adelante en el camino de la historia. No puedo estar en más desacuerdo con la ideología de las Farc ni con las ideologías chavistas y bolivarianas afines a ellas. Pero incluso dentro de este profundo desacuerdo, creo que su derecho a participar sin miedo y sin hipocresía en la contienda política, es básico para construir una democracia y superar la violencia.
Héctor Abad Faciolince | Elespectador.com
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