ELTIEMPO.COM, GENERAL ÓSCAR NARANJO, 13 de Julio del 2013
General Óscar Naranjo
La lucha frontal contra la corrupción tiene éxito si se asume la decisión de reconocer, visibilizar y actuar contra los corruptos de cara a la sociedad.
Durante años hemos sostenido la tesis de que a los cuerpos de policía los persiguen cuatro monstruos que es necesario contener. La amenaza de la corrupción, el uso excesivo de la fuerza o brutalidad policial, la falta de efectividad y la insolidaridad son fenómenos que destruyen la confianza ciudadana y estimulan el delito.
Cuando se habla de corrupción estamos frente a una realidad que compromete a dos partes: al corruptor y al corrupto, pero es también cierto que sería un error imperdonable justificar la debilidad ética de los funcionarios públicos trasladando su responsabilidad a la sociedad, como muchas veces lo escuchamos cuando se afirma equivocadamente que “los países tienen las instituciones que se merecen”. No faltaba más que quienes hacen parte del Estado renunciaran olímpicamente a su deber de asegurar un comportamiento ético, integralmente comprometido con valores y principios.
Con motivo de la publicación del informe de Transparencia Internacional, que año a año les toma el pulso a los ciudadanos y su percepción sobre el comportamiento de las instituciones, es claro que en 107 países donde se consultó la opinión de miles de personas resultó evidente que son los cuerpos de policía quienes reciben la peor calificación de integridad, al lado de los partidos políticos.
En el caso colombiano, la valoración de la Policía se encuentra justo en la calificación promedio global de 3,7 sobre 5, lo cual significa que tenemos una Policía menos corrupta que muchos países y estamos mejor, por ejemplo, que Japón, Argentina, Bolivia, Brasil, India, México, Perú, Rusia y Venezuela, solo para citar algunas naciones; y, desde otro punto de vista, en América Latina aparece la Policía nuestra como una de las más íntegras, superada únicamente por Uruguay y Chile.
Pero la cuestión de fondo no radica en la comparación internacional, sino en ejercer una particular vigilancia sobre el desempeño policial con la aplicación de unas prácticas ciudadanas que, fundadas en el respeto por la autoridad, sean al mismo tiempo exigentes y para nada tolerantes con el delito. La política de cero tolerancia con la corrupción debería estar acompañada por un lenguaje diáfano y preciso, donde cada policía, a la hora de abordar al ciudadano, transmita una señal de integridad inequívoca. Lo que está demostrado es que la corrección en las formas, es decir, el lenguaje, los modales y el respeto, es la conducta que impide la intencionalidad del soborno.
Preservar la integridad de los policías y convertirlos en multiplicadores de confianza, para garantizar la seguridad y la convivencia, implican necesariamente abandonar la figura de las ‘manzanas podridas’, usada habitualmente para explicar o justificar los comportamientos indebidos. Es necesario tener conciencia de que donde existe una sola ‘manzana podrida’ dentro de una organización, esa tiene la capacidad de contaminar a las otras y corromperlas.
Lo que resulta inexplicable es que las llamadas ‘manzanas podridas’ puedan sobrevivir sin que las manzanas no contaminadas, que son la inmensa mayoría, las rechacen y denuncien.
La lucha frontal contra la corrupción tiene éxito si se asume la decisión de reconocer, visibilizar y actuar contra los corruptos de cara a la sociedad. La lección aprendida en la Policía indica que tomar la iniciativa para denunciar públicamente a sus compañeros deshonestos, lejos de afectar su imagen, fortalece los niveles de credibilidad.
Avanzar por el camino de la integridad es abandonar la lógica del “tapen, tapen” y comprometer al ciudadano para que no burle el cumplimiento de sus deberes y obligaciones. Derrotar la corrupción es el punto de partida de las grandes transformaciones que el país reclama.
General Óscar Naranjo
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