Mauricio Uribe López, Profesor Cider-Universidad de
los Andes
El historiador colombiano Marco
Palacios Rozo ha reiterado en varias ocasiones que una de las razones de la
persistencia de las debilidades propias de una república oligárquica como
Colombia, es –al menos en parte- la ausencia de un momento decisivo de afirmación
de la comunidad política nacional, o en sus palabras, la ausencia de una
“estación populista”. En otros países latinoamericanos esa estación permitió
afirmar la amistad política y “construir al pueblo” (Laclau, 2005).
La importancia de esa estación surge de
la necesidad de “un cemento social que una los elementos heterogéneos”. Ese
cemento “otorga centralidad al afecto en la construcción social. Freud ya lo
había entendido claramente: el lazo social es un lazo libidinal” (Laclau, 2005:
10). También lo entendía claramente Carl Schmitt cuando se refería a la unidad
política como la delimitación de la amistad política.
Una comunidad política implica cierto
telurismo. No se funda en el vacío. La amistad política necesita un espacio
para afirmarse y esa, no es una necesidad exclusivamente europea. Los aztecas
necesitaron inventar su propio Leviatán. Cipactli fue el monstruo marino sobre
cuyo caparazón pudieron ellos asentar su mundo, su comunidad política.
Por lo general, el Estado en América
Latina ha sido incapaz de moldear sólidas comunidades políticas con sentido
pleno de afiliación nacional. El tipo “Estado débil latinoamericano” representa
un Leviatán sin caparazón. Si una “Nación es una sociedad integrada material y
moralmente” (Centeno, 2002), entonces pocos países de la América Latina
calificarían como tal. Ahora bien, en ese contexto Colombia no es un outlier. Al contrario, es
uno de los casos que mejor se ajusta al tipo “Estado débil latinoamericano”. La
histórica debilidad fiscal y de autoridad del Estado no permite plantear unexcepcionalismo colombiano en los términos de un caso
alejado del tipo regional, porque al contrario, es arquetípico. Lo que
diferencia a Colombia de otros países de América Latina son los pocos y débiles
esfuerzos que sus élites han realizado para alejarla del tipo regional de
nación y Estado.
El Hombre que quería construir un pueblo
Quizá desde los tiempos del Presidente
José María Melo (1854), no se había visto en el país un esfuerzo orientado tan
explícitamente hacia la construcción del pueblo en Colombia como el de Jorge
Eliécer Gaitán. La construcción del pueblo corresponde -en la perspectiva de
Ernesto Laclau (2005:108)- a la constitución de éste como componente parcial de
la totalidad que aspira a ser concebido como populus (cuerpo de todos los
ciudadanos). El populismo, afirma el politólogo argentino, podría
entenderse como la institución de lo político por una parte (la plebs o los menos
privilegiados) que reclama ser el todo, el populus.
A diferencia de otros líderes
populistas latinoamericanos que, como Perón o Vargas, tenían origen militar y
autoritario, el colombiano Jorge Eliécer Gaitán era un populista de corte
civilista y liberal (Palacios, 2001). Pero la mayor diferencia radica en que
Gaitán nunca llegó al poder. Gaitán –que había iniciado su carrera política
denunciando la Masacre de las Bananeras2- estaba desencantado
con la lentitud de las reformas de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo (1934-1938 y
1942-1945). Fundó un movimiento político de oposición, disidente del Partido
Liberal: La Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria UNIR. Tras su fracaso
electoral en 1935, regresó al Partido Liberal (Palacios, 2003:150). “El
gaitanismo era popular, de lucha de clases, encuadrado en un repertorio
populista con su caudillismo mesiánico, con acento en la redistribución de la
riqueza y abolición de los privilegios pero igual en el marco de un Estado
social de derecho y democracia. Gaitán era un liberal socialista que se rodeó
de amplias muchedumbres y las convocó a la resistencia civil” (Sánchez Ángel,
2008:231).
En El Hombre que Inventó un Pueblo, el escritor y
periodista Antonio Caballero llegó a señalar en 1998 que “Jorge Eliécer
Gaitán fue la primera voz que el pueblo tuvo en Colombia, y sigue siendo casi
la única, cincuenta años después de muerto” (citado por Sánchez Ángel,
2008:234). El asesinato de Gaitán tuvo lugar en medio de La Violencia y la “restauración
elitista” (Pécaut) que desmontó las reformas de la República Liberal.
Mientras a mediados del siglo XX varios
países de la región pasaban por experiencias de redistribución masiva del
respeto y el reconocimiento social entre la población, en Colombia asumía la
Presidencia de la República en 1950 –apenas dos años después del asesinato del
líder liberal- un personaje que en 1928 se había referido a la mayor parte del
pueblo colombiano en los siguientes términos:
“La aberración psíquica de las clases
progenitoras se agudiza en el mestizo […] El mestizo primario es inferior al
progenitor europeo; pero al mismo tiempo es superior al antiguo indígena […] El
mestizo primario no constituye un elemento utilizable para la unidad política y
económica de América; conserva demasiado los defectos indígenas; es falso,
servil y abandonado y repugna todo esfuerzo y trabajo. Sólo en los cruces
sucesivos de estos mestizos primarios con europeos se manifiesta la fuerza de
caracteres adquirida de blanco […] El mulato y el zambo, que existen en nuestra
población, son los verdaderos híbridos de América. Nada les debe a ellos la
cultura americana […] a la flaqueza de carácter unen una inteligencia
poco lúcida […] el amor al bullicio, el hábito de hablar a gritos, cierta abundancia
de oratoria y una retórica pomposa, que es precisamente lo que llaman
tropicalismo” (Laureano Gómez, citado por Orjuela, 2008:207, 208).
Esas ideas permanecen insertas en el
libreto cognitivo de las élites y se han concretado en el sesgo anti-campesino
del estilo de desarrollo colombiano. Se trata de las mismas ideas presentes en
los sectores más conservadores que han vetado sistemáticamente el proceso de
construcción de la nación como un espacio de igualdad, como una comunidad
política de “reconocimiento mutuo de derechos y obligaciones” (Aibar, 2008:74).
Los colombianos pasamos en poco tiempo de las expectativas creadas por la
exaltación efímera de nuestra condición en el discurso gaitanista, a la
reanudación de la represión y el menosprecio desde el poder.
Aún padecemos las consecuencias de
largo plazo de la truncada promesa de construcción nacional: un Estado débil
con competidores armados y una Nación que tenemos pendiente construir como un
espacio de igualdad y reconocimiento. Seguramente en la Colombia de hoy no es
posible ni deseable una experiencia populista como la de otros países
latinoamericanos durante una parte importante del siglo XX. También sería
impensable haber intentado inscribir al país en la corriente del populismo
internacionalista tipo Chávez.3 Pero lo que si resulta imprescindible, si queremos ser una Nación
moderna, es poner en marcha una fuerte agenda redistributiva y desmontar el
severo sesgo anti-campesino de nuestro estilo de desarrollo. Quizá algunas
viejas formas de construir al pueblo no son hoy pertinentes, pero su objetivo
sí lo es.
Referencias
Aibar Gaete, Julio, 2008, “Cardenismo y Peronismo. La Comunidad Políticamente Imaginada” en J. Aibar y L. Vásquez, Política y Sociedad en México: Entre el Desencuentro y la Ruptura, México D.F., FLACSO, pp. 17-86
Aibar Gaete, Julio, 2008, “Cardenismo y Peronismo. La Comunidad Políticamente Imaginada” en J. Aibar y L. Vásquez, Política y Sociedad en México: Entre el Desencuentro y la Ruptura, México D.F., FLACSO, pp. 17-86
Centeno, Miguel
Ángel, 2002, Blood and Debt. War and the Nation-State
in Latin America, The
Pennsylvania State University Press.
Laclau, Ernesto, 2005, La Razón Populista, México D.F., Fondo
de Cultura Económica, trad. S. Laclau, 2006.
Orjuela, Luis Javier, 2008, “Tensión
entre Tradición y Modernidad” en J.F. Ocampo Historia de las Ideas Políticas en
Colombia, Bogotá, Universidad Javeriana, Taurus, pp. 181-219.
Orozco Abad, Iván, 1992, Combatientes, Rebeldes y
Terroristas. Guerra y Derecho en Colombia, Segunda Edición, Bogotá, Editorial
Temis, 2006.
Palacios, Marco, 2001, “Presencia y
Ausencia de Populismo: Para un Contrapunto Colombo-Venezolano” en G. Hermet, S.
Loaeza y J. F. Prud’homme, Del Populismo de los Antiguos al Populismo de los Modernos, México D.F., El
Colegio de México, pp. 327-364.
Palacios, Marco, 2003, Entre la Legitimidad y la
Violencia. Colombia 1875-1994. Segunda Edición, Bogotá, Grupo
Editorial Norma.
Sánchez Ángel, Ricardo, 2008, “Bajo la
Égida de los Estados Unidos” en J.F. Ocampo Historia de las Ideas Políticas en
Colombia, Bogotá, Universidad Javeriana, Taurus, pp. 221-258.
Edición N° 00346 – Semana del 12 al 18 de Abril de 2013
1 Este texto recoge un pequeño y
modificado segmento de la reflexión del capítulo 3 de: Uribe López, Mauricio
(2013), La Nación Vetada: Estado, Desarrollo y
Guerra Civil en Colombia, Bogotá: Universidad
Externado de Colombia.
2 En1928, durante el gobierno conservador
de Miguel Abadía Méndez (1926-1930), soldados al mando del General Carlos
Cortés Vargas dispararon en Ciénaga, frente al Mar Caribe, contra los
huelguistas de la United Fruit y sus familias. El episodio, conocido
como la Masacre de las Bananeras, fue un “crimen de guerra en circunstancias de
paz” (Orozco, 1992:204). Se trató de un ejemplo claro del uso de la figura del
Estado de Sitio que asimila “al simple contrincante social, al enemigo militar” (Ibídem: 60).
3 Hace poco, en una conversación con mi
amigo Jorge Giraldo Ramírez, decano de la Escuela de Humanidades de la
Universidad EAFIT, vimos que una diferencia importante entre Chávez y los
viejos populismos latinoamericanos es que mientras éstos fueron populismos
nacionalistas, el chavismo es internacionalista. Mi interlocutor me hizo notar
que mientras al interior del peronismo hubo derechas e izquierdas, el chavismo
parece haber articulado menos y polarizado más.
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