lunes, 8 de abril de 2013

Los invito a marchar mañana!


Por:  

NATALIA SPRINGER

Este martes marcharé porque la guerra no se hace con la mano en el corazón gritando "¡Patria!", no, señores. Es muy fácil hablar de guerra cuando a la guerra se manda a los hijos de los pobres, mientras los propios disfrutan del paraíso.
El final de los años 80 fue tan dramático como terrible, aun cuando lo peor estaba por venir. Las elecciones del año 1990 se habían celebrado en medio del exterminio, y el Presidente elegido, como el país que seguía de pie, era el candidato sobreviviente.
En medio de esta época turbulenta, la Asamblea Nacional Constituyente celebró un acto de insurrección que hemos acogido como una de las constituciones más progresistas del mundo, acaso porque era difícil soñar algo semejante en aquellos tiempos fatigados por la angustia. No fue sobre la libertad sino sobre un continuado testimonio de dolor, sobre el que se consagró este gran pacto social de nuestro tiempo. En él se lee que la paz hace parte de la vocación del Estado y por eso así lo consignó, no solo como un derecho (artículo 22), sino como “un deber de obligatorio cumplimiento”, que desde el Preámbulo se expresa como su fin esencial (artículo 2), en el entendimiento de que sin la paz no es posible garantizar el pleno goce del núcleo de los derechos más fundamentales.
Yo no marcharé por las Farc, ni por el Eln, ni en favor de los violentos, ni como un voto de impunidad para ninguno de los señores de esta guerra cruel que nos desangra. Saldré a marchar mañana para honrar la memoria de las víctimas, de todas las víctimas.
Marcharé para que un día la vocación de nuestro Estado no sea gastarse su presupuesto en hacer la guerra, sino en la dignificación de nuestra vida, en un sistema de salud que nos proteja a todos, en una política de educación universal, en una justicia sabia, expedita, que tramite nuestros desacuerdos efectivamente.
Marcharé porque la guerra no se hace con la mano en el corazón gritando “¡Patria!”, no, señores. Es muy fácil hablar de guerra cuando a la guerra se manda a los hijos de los pobres, mientras los propios disfrutan del paraíso.
Esta guerra se hace matando y muriendo, y aquí no solo mueren guerrilleros y criminales. Mueren nuestros soldados, mueren nuestros campesinos, mueren nuestros niños, muere el campo sembrado de minas, muere Colombia, y ha muerto, cómo no, nuestra solidaridad con quienes viven esta guerra todos los días, en el campo, al pie de su casa. Ha muerto nuestra conciencia de lo urgente que es la paz para quien ha sido desplazado, ha muerto nuestra lealtad con los que sufren.
El Presidente de la República, quien ha enfrentado esta guerra y ha tenido verdadero éxito en el campo militar, se ha sentado a buscarle una salida civilizada, sin concesiones, sin treguas y sin despejes. Y no será un acuerdo perfecto, ni siquiera será justo, porque no hay manera de reparar tanto sufrimiento y tanto dolor. Pero será un acuerdo legítimo mientras juntos, todos, vigilando que así sea, nos aseguremos de respaldar al Gobierno para que hable fuerte y haga valer ese pacto constitucional. Para que cuente con la legitimidad para exigir el cese de las minas, la entrega de los niños reclutados, la libertad de todos los secuestrados, el fin de la violencia sin sentido, de la que no saben cómo regresar.
Claro que sí, yo saldré mañana a marchar, y pienso asegurarme de que me escucharán gritar “¡Basta ya!”, y lo haré porque sé que es la deuda que tenemos con nuestros hijos, porque no quiero que crezcan agobiados por el miedo, porque sé que, aunque las posibilidades de paz fueran remotas, jamás podremos como nación renunciar a la posibilidad de edificar una sociedad distinta, en donde la libertad y la vida sean sagradas, y porque esta paz es hoy el gran desafío de esta generación y no tenemos derecho a rendirnos sin dar nuestra mejor pelea. Salga conmigo. ¡Hagamos la paz!
Natalia Springer
@nataliaspringer

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