Por: MAURICIO VARGAS
MAURICIO VARGAS
Presidentes y expresidentes debaten con ligereza sin abordar el gran tema: ¿irán a prisión los exguerrilleros?
Los colombianos asisten por estos días al lamentable espectáculo de un Presidente de la República y unos expresidentes que se atacan de manera tan altisonante como infantil, en torno al proceso de paz. Que si Santos les va a entregar el país a las Farc, que si los que critican el proceso hacen parte de una oscura conspiración, que si el Presidente tiene en el expresidente Ernesto Samper y en la exsenadora Piedad Córdoba a sus nuevos mejores amigos y que si dos viejos adversarios como Álvaro Uribe y Andrés Pastrana ahora andan de pipí cogido.
Todo un sartal de frivolidades, al que por demás aportan, con similar ligereza, algunos ministros y exministros y no pocos comentaristas de los medios. La discusión sobre el proceso de paz se ha ido por las ramas, con críticas escasas de fundamento de quienes se oponen a él, y con flojas frases de cajón fabricadas por los asesores de imagen del Primer Mandatario para defender las conversaciones de La Habana.
El proceso de paz no es bueno ni malo per se. Todo dependerá de los resultados que arroje. Estoy convencido de que Santos tenía que jugársela con la iniciativa, pues, con las Farc tan duramente golpeadas tanto en el plano político como en el militar gracias a los 8 años de seguridad democrática de Uribe, hay razonables posibilidades de alcanzar un acuerdo que desmovilice al grueso de la dirigencia guerrillera y a buena parte de la tropa, aun si muchos jefes medianos y combatientes quedan sueltos luego y se transforman en bandas criminales. Que queden reducidos a bandas dedicadas al narcotráfico es mucho mejor que la continuidad de su farsa de insurgentes que batallan para liberar al pueblo. Seguirán delinquiendo, pero ya sin el letrero que les otorga estatus político y audiencia internacional.
Por eso, discutir la pertinencia del proceso me parece inútil. Lo que urge debatir son las condiciones en que los jefes guerrilleros se van a desmovilizar, si hasta allá llegamos. Es tema de discusión en la mesa de La Habana, pero también debe serlo en la sociedad civil. Una desmovilización como la que protagonizaron en 1990 los líderes del M-19, que operó como un indulto que los liberó de por vida de pagar cárcel por sus crímenes de entonces, es casi imposible hoy en día. Ni en la sociedad colombiana ni en la opinión internacional hay ambiente en estos tiempos para que ‘Iván Márquez’ y sus secuaces pasen de las armas con que tantos crímenes cometieron a los discursos en el Congreso y la plaza pública sin una fórmula que garantice al menos tres pasos fundamentales: que les pidan perdón al país en general y a las víctimas en particular, que indemnicen a estas en alguna medida y que, al menos quienes hayan cometido los delitos más atroces, vayan a la cárcel.
La desmovilización de los paramilitares, por la que tanto palo recibió el gobierno de Uribe, terminó con media docena de los principales cabecillas extraditados a Estados Unidos, algunos de ellos con penas de prisión de varias décadas en cárceles donde apenas tienen una hora de sol al día. Los crímenes que estos nefastos personajes cometieron, en muchos casos en oscuras alianzas con políticos, están entre los más atroces de la historia, no solo colombiana, sino mundial. Pero poco se diferencian de los que manchan las manos de ‘Márquez’, ‘Timochenko’, ‘Catatumbo’ y compañía.
La masacre de campesinos en Bojayá, el atentado contra El Nogal, los miles de secuestrados en infernales campos de concentración en la selva, los centenares de niños reclutados a la fuerza, los miles de compatriotas con las piernas amputadas por los campos minados que ordenó el secretariado de las Farc, las mujeres violadas, todos esos crímenes espantosos ¿van a quedar impunes. Ese es el debate, señor Presidente y señores expresidentes, no la feria de vanidades que con tanta frivolidad ustedes protagonizan.
Mauricio Vargas
mvargaslina@hotmail.com
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