martes, 16 de abril de 2013

Paciente: Álvaro Uribe


El país.com.co, abril 16

Si se hiciera una encuesta entre psicólogos y psiquiatras sobre el comportamiento actual de Álvaro Uribe, estoy segura que el expresidente saldría catalogado como paciente con necesidad de ayuda profesional. Independiente de factores políticos para los especialistas en salud mental, las actitudes de Uribe deben ser patológicas porque su obsesión por el poder y las dimensiones de la rabia que lo motivan dejaron de ser un comportamiento individual para convertirse en un ‘peligro’ para él y los que lo rodean. Cuando una persona se obsesiona por un tema pierde el sentido de la realidad y cree que el mundo es como él lo imagina, de allí que se desenfoque y no mida las consecuencias de sus actos. Está fuera de lo real porque él es el que crea la realidad, la que él supone viven todos los que lo rodean.
Este es un comportamiento enfermizo que enfrentan personas desde un narcisismo extremo donde el mundo debe girar en torno a ellos. Y claro, donde la figura de un padre excesivo en rigidez y disciplina marca el carácter del niño hasta volverlo un hombre terco, obsesivo, furioso y desenfocado. Atrás hay un miedo inmenso, un abandono afectivo y una necesidad compulsiva de ser ‘mirado’ para poder sentir que la vida tiene sentido.
Todo lo que significa autoritarismo, rigidez, terquedad, está marcado por el padre (superyó) que se extralimita en el nivel de exigencias con sus hijos. Esta actitud paterna marca el carácter de Uribe con una ‘devoción’ extrema hacia su progenitor, para inconscientemente esconder los sentimientos que pudieron generarse ante una figura tan autoritaria y castradora como el patriarca Uribe. La historia familiar de Álvaro Uribe está marcada por la dureza de parte de su papá hacia sus hijos.
En Medellín conocen de la forma extrema como éste los crió, con exigencias de disciplina propias de un regimiento militar, pero no aptas para educar niños. Levantadas a la madrugada, exigencias de comportamiento sin tacha, para forjar caracteres sin flexibilidad. El mundo es blanco o negro, ¡no hay grises! Pero Álvaro Uribe (como cualquier humano con pendientes en su historia) ‘invierte’ los sentimientos y es ahora un amor excesivo al padre lo que lo lleva a idealizarlo, a identificarse con él y a ‘repetirlo’ en su comportamiento.
En Psicología se diría que es una manera de exorcizar su rabia: “Si soy como él, ya no lo odio y puedo ser tan poderoso (y maltratador) como él”. Claro, nada es absolutamente negativo ni positivo y de un comportamiento extremo se pueden obtener también resultados. Álvaro Uribe en su primera fase, mientras se tomaba confianza, se obsesionó por los guerrilleros que asesinaron a su padre, como único problema en Colombia (hay que pelear, defender, agredir, violentar). La corrupción se lo comió vivo mientras que él luchaba con sus fantasmas interiores personificados en la guerrilla. Perder el poder y comprobar que Juan Manuel Santos no es un clon ni que lo obedece con el servilismo de sus hijos, lo enfurece de tal manera que no le importa hacerle zancadilla al país que dice querer tanto, sólo para llegar él de salvador. Como su padre.
Es tal la rigidez emocional y corporal de Uribe que, observe sus manos, ni siquiera puede doblar sus dedos. Rígidos, tiesos, al igual que sus ideas, sus obsesiones, su terquedad, su rabia. Es un hombre con problemas serios de comportamiento que como un Hitler, puede llevar a un pueblo a la barbarie. Claro, a quienes vibren en su misma onda de problemática con la autoridad, con la rabia y con la figura del padre. No es un juego: ¡Es una patología!

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