ELESPECTADOR.COM, Eduardo Sarmiento
La información de los últimos seis meses revela un cambio en la tendencia del empleo.
El compromiso oficial de reducir el desempleo en los primeros años a un dígito se incumplió. Aún más grave, luego de que el empleo creciera a razón de 5% en 2011 y principios de 2012, ahora lo hace al 0,5%. En febrero se perdieron quinientos mil puestos de trabajo. Esta información deja sin piso las previsiones oficiales. La ley del primer empleo se justificó diciendo que crearía 350 mil puestos y la reforma tributaria un millón. Ninguna de las dos cifras guarda relación con el modesto crecimiento de 100 mil en el último año.
En cierta forma se replica el insuceso de la ley de la administración Uribe que recortó las horas extras y dominicales. En esa oportunidad la norma se justificó con proyecciones de empleo que se incumplieron en forma garrafal a los pocos días de la divulgación. Curiosamente, los fracasos originan las mismas concepciones teóricas. Todas las reformas de la última década se han montado con el argumento de que la baja de los costos laborales eleva el empleo y la producción. El resultado ha sido al contrario. La represión laboral ha contribuido a reducir los ingresos del trabajo en el PIB y es la verdadera causa de la deficiencia de demanda que impide la producción y el empleo. Los trabajadores, que representan la principal fuente de gastos de la economía, no tienen los ingresos para adquirir los bienes que pueden producir.
Montados en la doctrina de que los déficits en cuenta corriente se autocorrigen o los corrige la política monetaria con las tasa de interés, durante nueve años se acumuló una revaluación destructiva. Se configuró una estructura productiva en que el país se concentra en la producción en la minería y los servicios, y adquiere la mayor parte de la demanda de bienes industriales y agrícolas en el exterior. Se sacrifica el 6% del PIB en un déficit en cuenta corriente, que podría estar representado en empleo y valor agregado nacional, a cambio de comprar los bienes importados abaratados. Una demostración más de la invalidez de las teorías de ventaja comparativa que sirvieron de justificación a las aperturas, los TLC, la minería y la modalidad de cambio flexible.
En realidad, no se ha hecho nada drástico para detener el ingreso de divisas y la revaluación porque se consideran un designio del mercado. No se ha ido más allá de la adquisición de divisas en forma esporádica que es neutralizada por los especuladores y les genera enormes ganancias. Fracasos reiterados del empleo se originan en la flexibilización laboral y la modalidad de cambio flotante. La baja de los ingresos laborales reduce la demanda y el empleo. En un marco de tasas de interés internacional de cero, el manejo de las tasas domésticas no induce la devaluación que disminuya en forma apreciable el déficit en cuenta corriente y, en su lugar, provoca burbujas de crédito y precios de los activos.
Todo esto deja al descubierto la ineficacia de las visiones convencionales para enfrentar un desempleo ocasionado por la deficiencia de demanda efectiva. Es hora que se entienda la necesidad de un enfoque distinto. Las soluciones deben apuntar a un cambio en el modelo económico orientado a elevar los ingresos del trabajo en el producto nacional y reducir el déficit en cuenta corriente. En la práctica se plantea acudir a políticas laborales y fiscales que permitan aumentar los ingresos de los trabajadores con salarios cercanos al mínimo sin afectar considerablemente los costos laborales, intervenir en el mercado cambiario sin limitaciones monetarias y adoptar políticas industriales y agrícolas selectivas.
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