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Al presidente Santos lo advirtieron desde muy diversos sectores del peligro que representaba para el proceso de paz la reelección de Alejandro Ordóñez como Procurador General de la Nación. Quienes hablaron con el Presidente sabían que ese tema –que es su principal apuesta política- lo querría preservar y confiaron en que buscaría que los partidos de la Unidad Nacional eligieran alguien que tuviera una posición ideológica más cercana a la solución negociada al conflicto armado que Ordóñez, quien seguramente está más cómodo con la tesis de que aquí no hay un conflicto armado sino una amenaza terrorista.
Santos no daría la pelea, como no la ha dado, por los otros temas en los que el Procurador ha puesto por encima sus creencias personales que los mandatos constitucionales como el aborto o los derechos de las parejas homosexuales, pero por la paz, sí.
El Presidente efectivamente se preocupó por la posición del Procurador en relación con el proceso de paz y así se lo expresó a algunos de sus consejeros más cercanos. Fue entonces cuando, a instancias de la Ministra de Justicia, Ruth Estella Correa, Santos invitó a Ordóñez a la casa privada de la Casa de Nariño.
La Ministra sugirió invitar a la Contralora, quien tiene una relación cercana con el Procurador y todos coincidieron que si era para hablar de paz valdría la pena invitar al periodista Hernando Corral, cuñado de la Contralora. Corral es un antiguo militante de izquierda, a quienes todos los que lo conocemos y apreciamos llamamos “compañero” Corral, precisamente por su militancia izquierdista que usaba para saludar a sus contertulios.
La conversación llegó rápido al punto. Se trataba de que el Procurador le diera tranquilidad al Presidente de que no sería un obstáculo al proceso de paz. Ordóñez tomó la iniciativa y le dijo al Presidente que él sabía que esa era su principal preocupación. El Procurador le dijo a Santos que él no se atravesaría a su propósito de llegar a un acuerdo con la guerrilla de las Farc para dar por terminado el conflicto.
Los demás contertulios –todos en campaña por la reelección de Ordóñez- abonaron a la idea de que el proceso de paz no se ponía en peligro con el segundo período del Procurador. Seguramente no se avanzó en detalles. El Presidente era cuidadoso de no violentar los límites de la autonomía de la Procuraduría y no esperaba, ni mucho menos, un compromiso de pronunciarse en tal o cual sentido.
La conversación dejó tranquilo al Presidente. La afabilidad de Ordóñez y las risas con las que suele acompañar sus conversaciones informales ayudaron a tener un clima que facilitara la decisión de Santos: no competirle al Procurador en su deseo de reelegirse. Para entonces en el Senado, Ordóñez tenía la inmensa mayoría de los votos pero algunos esperaban un candidato del Presidente que con su guiño eventualmente pudiera competirle.
Es difícil entender que siendo el Presidente un avezado jugador de póker no se hubiera percatado que le estaban cañando. La risa de Ordóñez se parece a la de los jugadores que usan los gestos para engañar a los compañeros de mesa y Santos debió intuir que ahí no había más que un par. Para decir verdad, en la decisión de Santos de no participar en esa mano pesó el hecho de que tampoco tenía mucho juego. La maquinaria estaba aceitada e incluso senadores de posiciones ideológicamente contrarias a Ordóñez ya tenían comprometido su voto y lo justificaban diciendo que había hecho una gran labor en la lucha contra la corrupción.
Todo lo demás era previsible. Ordóñez fue aclamado en el Senado y el propio día de su posesión advirtió que lo que había prometido no lo cumpliría. Claro, se excusará diciendo que usó frases como la de la rueda de prensa de ayer en la que advertía que no había salidas para una solución negociada al conflicto: “quiero una paz auténtica” y otros slogans de la misma naturaleza.
Seguramente agregará que está defendiendo la Constitución para revestir de un falso manto de juridicidad lo que no son más que sus convicciones personales y su ideología a la que tiene derecho y lo debieron haber advertido sus electores en el Senado. No hay un cargo público en el que por su propia esencia se reflejen más las convicciones personales y las posiciones ideológicas que la Procuraduría. De todo eso estaban advertidos quienes votaban por Ordóñez.
En lo jurídico el debate planteado por el Procurador es válido. Definir las líneas por donde pasa la justicia transicional es un proceso complejo y no tiene fórmulas preconcebidas. El marco jurídico para la paz fue inoportuno porque en medio de las conversaciones abría este escenario de discusión en el que estamos que solo debió haberse abierto con un acuerdo concreto en la mano. Entre otras cosas, porque las reglas sobre qué tanto de justicia dependen de qué tanto de verdad y reparación se les garantice a las víctimas y a la sociedad.
En lo político, que es en el campo en el que se ubica Ordóñez así lo disfrace de jurídico, la situación es más clara: o usted está por la posibilidad de una solución negociada con la guerrilla o usted cree que hay que enfrentarla hasta el aniquilamiento.
Hay que reconocer que la sociedad colombiana hoy está dividida entre esas dos posiciones. Ordóñez ha sido un militante de la segunda posición, a pesar de ser un ferviente católico y de que los jerarcas de esa iglesia, consistentes con la ética católica, están por el perdón. El Procurador solo antepone a sus convicciones religiosas su radicalismo político de derecha.
Ni el Presidente Santos, ni sus electores en el Senado han debido confiar en las promesas de Ordóñez…..bueno, las burocráticas dicen que sí las cumple.
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