larepublica.co, Sábado, 1 de junio de 2019
Cada vez observo con mayor preocupación el nacimiento y
expansión de un discurso populista con importantes rasgos antiempresa. En este
se ha caracterizado al empresario como una especie de enemigo que recibe todos
los beneficios del Estado, quitándole posibilidades a las clases más
vulnerables. Se ha
generado un universo de mitos y mentiras alrededor de la empresa y el
empresario, que ha llevado la discusión a un plano de lucha de clases, donde se
retrata al empresario como a alguien malo y sin corazón, que solo le interesa
maximizar sus utilidades.
Se ha querido plantear
una falsa disyuntiva entre los derechos económicos y los derechos de las
personas, cómo si estos derechos no pudiesen confluir y como si a los
empresarios de Colombia solo les preocuparan sus intereses económicos y no la
familia, el trabajo, la salud de los colombianos, el desarrollo social y la
equidad.
Siempre que se habla
de los empresarios grandes se omite recordar que algún día esa gran empresa fue
un emprendimiento, que fue tal vez una pequeña empresa que surgió de la nada,
luchando contra todas las adversidades, a punta de esfuerzo, trabajo y
dedicación. También se les olvida que en Colombia al día de hoy, más de 95% de
las empresas son Mipyme, las cuales generan 71,4% del total del trabajo y 30%
del PIB y cualquier obstáculo o problemas que afecte a las empresas en general,
a las pequeñas las afecta en mayor medida.
Ese dialéctica donde
pintan a la empresa como el enemigo, no es nueva y por ello hace muchos años ya
Sir Winston Churchill decía: “algunas personas miran a la empresa privada como
un lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca lechera que hay que
ordeñar. Pero muy pocos la ven como el caballo sano que tira del carro.”
Lo cierto es que esta
caricaturización es absolutamente contraria a la realidad. La empresa no
divide, la empresa une y genera progreso. La empresa debe ser entendida más
bien como ese lugar común donde confluimos y convivimos todos: trabajadores y
sus familias, los proveedores, el Estado que recibe los impuestos, la
comunidad, el medio ambiente y los accionistas entre otros. Es la casa de
todos. El rol de la empresa no es otro; que lograr que a todos los agentes o
actores, de esta “casa común”, les vaya bien.
Así a algunos les
cueste creer y entender, la empresa es esa institución social que busca se
maximicen los beneficios para todos sus agentes. Si señores, la idea es simple:
que a todos los que conviven en esta “casa común” les vaya bien. No solo para
los accionistas, como lo quieren hacer ver por ahí. Si se destruye o se ataca a
la empresa como el punto de encuentro donde se generan beneficios comunes,
créanlo, no se va poder generar desarrollo.
En contraste con esta
realidad, los empresarios al parecer en su narrativa no han sabido mostrar el
aporte que hacen a la sociedad, y se han enfocado en defender con razón
aspectos relativos a la competitividad. Ya es hora de que las empresas se
enfoquen a apoyar y exigir avances en los temas que afectan su entorno para
lograr la transformación social que el país necesita.
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