miércoles, 23 de octubre de 2019

F.M.I.:..América Latina y su relación tóxica con el FMI

razonpublica.com, 20 Octubre 2019
Por: Alejandro Torres


Recurrir al FMI es una situación de última instancia.

Argentina y Ecuador son los ejemplos más recientes de la tradición latinoamericana de acudir al Fondo Monetario Internacional en momentos de crisis económica y desatar protestas por hacerlo. ¿Cómo cortar la dependencia de ese organismo? *.

Alejandro Torres G.**

Una historia repetida

Como ocurrió en el año 2000, en días recientes se vieron manifestaciones masivas en Ecuador en contra del denominado “paquetazo” que adoptó el gobierno de Lenín Moreno.
Este paquete consistía en un conjunto de medidas para limitar el aumento del gasto público y la deuda externa, elevando además la productividad del país. Entre estas medidas, la más controversial fue eliminar los subsidios a los combustibles, que equivalen a dos tercios del déficit fiscal.
Al final, las manifestaciones lograron que el gobierno derogara el decreto y conformara una mesa de negociación para buscar soluciones alternativas.
Mientras en el año 2000 las críticas se referían a la decisión de adoptar el dólar como moneda en reemplazo del sucre, en este caso el centro de atención fue el papel del Fondo Monetario Internacional (FMI). Este organismo aparece como promotor de las medidas de austeridad, al mismo tiempo que ofrece a Ecuador créditos por 4.209 millones de dólares para refinanciar su deuda pública y evitar el incumplimiento ante sus acreedores (lo que llaman default).
Las voces de protesta no se hicieron esperar y en las calles se exigió la no intromisión del FMI en los problemas nacionales. En los carteles de algunos de los manifestantes podía leerse la frase: “¡Fuera el FMI del Ecuador!”.
Este escenario no es nuevo en América Latina, ni mucho menos exclusivo de Ecuador. En mayo de 2018, el gobierno de Mauricio Macri en Argentina se encontró con muy duras protestas por los recortes presupuestales que adoptó para evitar un default.
Utilizando la misma receta que intentó Ecuador, el gobierno recurrió al FMI para obtener créditos por 56.300 millones de dólares. Pero la ciudadanía exigió la derogación de estas medidas y lanzó arengas contra el FMI. El rechazo de Macri es tan alto que se prevé el retorno del kirchnerismo a la Casa Rosada en 2020.
En América Latina se pueden encontrar casos similares en las últimas décadas:
  • Brasil (2002),
  • Argentina (2001),
  • México (1995),
  • Venezuela (1989),
  • Y Colombia misma debió solicitar la apertura de una línea de crédito durante la crisis económica de 1998.
Parece entonces que la historia se repite a pesar de la fuerte resistencia a la intervención del FMI en América Latina. ¿Por qué se llega a esa situación? ¿Es posible romper la dependencia del FMI?

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El combustible de la crisis

Aunque cada crisis tiene sus rasgos específicos, varios estudios han mostrado la existencia de tres características comunes que preceden a una eventual suspensión de pagos o a una “parada súbita sistemática” (en inglés, se la llama las 3S, Systemic Sudden Stops).
El proceso comienza usualmente con un entorno internacional favorable que impulsa el crecimiento y el empleo, favorece la inflación y fortalece la moneda local. En los casos recientes, la explicación se encuentra en el boom de las materias primas, cuyos precios se multiplicaron por cuatro entre 2002 y 2014 e impulsaron el crecimiento regional. En Argentina y Ecuador, las tasas de crecimiento promedio durante este período fueron del 3,5 por ciento y el 4,6 por ciento, respectivamente.
Este contexto lleva a relajar las políticas fiscales y de crédito externo para aprovechar la abundancia de recursos internacionales a bajo costo. Por eso, medidas populares como los subsidios, el aumento de los salarios públicos y el gasto elevado no se financian con más impuestos, sino a través de más endeudamiento, generalmente externo.
Medidas populares no se financian con más impuestos, sino a través de más endeudamiento, generalmente externo. 
En Argentina, por ejemplo, el déficit fiscal alcanzó el 6 por ciento del PIB en 2015, mientras que la deuda superó el 50 por ciento del PIB. En Ecuador, el déficit fue de 6,2 por ciento del PIB, y la deuda fue del 34 por ciento del PIB en el mismo año.
En el frente externo, los mayores ingresos y la revaluación de la moneda local impulsan las importaciones de bienes de consumo y capital por encima de las exportaciones, las cuales se ven afectadas por la apreciación interna. Este déficit en cuenta corriente se traduce en un mayor endeudamiento con el resto del mundo.
Por ejemplo, en el 2015 el déficit en cuenta corriente de Ecuador era de 2,3 por ciento del PIB, mientras que el de Argentina bordeaba el 3 por ciento.
Pero el problema se hace evidente cuando las condiciones internacionales se revierten y se acaba la fiesta de créditos baratos. Mientras el menor crecimiento económico y la devaluación pueden corregir parcialmente el déficit externo (en Ecuador disminuyó al 1,3 por ciento en 2018, aunque en Argentina aumentó hasta el 5,3 por ciento), el principal problema es el ajuste fiscal.
Disminuir el gasto público, recortar subsidios, congelar salarios o aumentar impuestos son medidas impopulares y que pueden resultar recesivas. Pero, si esto no se hace se corre el riesgo de una suspensión de pagos que cierre súbitamente el financiamiento externo. En este punto los gobiernos tienen que decidir si se enfrentan solos a esta situación o recurren al FMI.

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FMI: ¿salvador o verdugo?

¿Cuándo y para qué recurren los países al FMI?
El FMI no hace parte de los mecanismos “convencionales” de financiamiento internacional. A este se llega (o debería llegarse) como última instancia, cuando los países corren el riesgo de incumplir sus compromisos financieros.
Acudir al FMI es, por definición, indeseable, y en caso de hacerlo, los países están reconociendo que tienen condiciones económicas adversas y críticas. Es decir, el FMI no es el origen del mal.
En segundo lugar, pedir el apoyo del FMI es opcional y es solo una de las alternativas que tienen los gobiernos para hacer frente a sus problemas. No es la única salida, pero sí la más impopular ante la ciudadanía. Especialmente porque sus créditos vienen condicionados a fuertes ajustes fiscales y recortes de beneficios que pueden agudizar la crisis económica. Por esta razón, muchos analistas ponen en tela de juicio la efectividad de la intervención del FMI.
Sin embargo, las otras opciones no son necesariamente más populares o menos dolorosas. Como en Argentina, el ajuste fiscal puede ser promovido por el propio gobierno sin necesidad del FMI, pero este puede no tener la magnitud o la velocidad necesarias.
La dolarización, el camino elegido por Ecuador en el 2000, funcionó, pero el costo de perder la autonomía monetaria fue bastante alto, además de que volvió al país más vulnerable a los choques internacionales.
Los males provienen de desequilibrios que los propios países y sus gobiernos ocasionaron.
Declarar la suspensión de pagos fue la decisión que tomaron la mayoría de los países de América Latina durante la década de 1980. Pero el resultado fueron crisis económicas de grandes proporciones, desempleo e hiperinflaciones.
En suma, no hay soluciones mágicas, con o sin FMI. Culpar a esta institución de los males de los países donde tiene injerencia es algo simplista. Los males provienen de desequilibrios que los propios países y sus gobiernos ocasionaron al flexibilizar sus restricciones fiscales y externas en épocas de abundancia. También son producto de choques externos que agudizan estos desequilibrios y los vuelven inmanejables.
El FMI no es un salvador, porque su política de créditos condicionados implica una injerencia directa en países que ya se encuentran en situaciones críticas. Pero tampoco es el verdugo, porque ni es el responsable de los problemas que enfrentan los países, ni su intervención es la única que genera costos sociales y económicos.

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¿Síndrome de Estocolmo?

Es difícil pensar que América Latina esté enamorada del FMI, su aparente captor. Sin embargo, parece que algunos países de la región han desarrollado una especie de “dependencia enfermiza” de esta institución. Más aún, parece que en muchos casos esta se usa como excusa para emprender programas de ajuste que debían realizarse, pero que no se hicieron a tiempo.
El origen de los problemas de América Latina no es el FMI, y mucho menos será esta institución su salvadora. El combustible de las crisis económicas y políticas es el inadecuado manejo macroeconómico y las débiles instituciones de nuestros países. Estas instituciones no establecen mecanismos que limiten los excesos de gasto de los gobernantes. Además, se dejan seducir fácilmente por la posibilidad de obtener recursos abundantes y baratos, sin considerar las implicaciones de largo plazo.
El FMI debe dejar de influir tanto en América Latina. Pero para ello somos los propios ciudadanos quienes debemos exigir que los gobiernos establezcan políticas coherentes con las posibilidades productivas de cada país. Dejarnos llevar por el engaño colectivo de una abundancia sin fundamento, para posteriormente culpar a un tercero, es una actitud irresponsable.
 * Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad EAFIT. Las opiniones expresadas son responsabilidad de los autores.
** Profesor del Departamento de Economía de la Universidad EAFIT.


Reflexiones al tema pensiones




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