unperiodico.unal.edu.co, nov. 09 de 2013
Por: Elkin Alonso Cortés Marín,
Profesor titular del Departamento de Ingeniería Agrícola y Alimentos, sede Medellín - Universidad Nacional de Colombia
Profesor titular del Departamento de Ingeniería Agrícola y Alimentos, sede Medellín - Universidad Nacional de Colombia
Es momento de reinventar el campo, ampliar el Pacto Nacional Agrario con todos los actores y hacer los ajustes institucionales que permitan asignar prioridades a la política agraria. Esta debe recoger las múltiples demandas de los sectores en crisis, para superar el olvido y la deuda con el sector rural y sus habitantes.
La Colombia rural, cuya economía era exclusivamente agropecuaria, se transforma a pesar de la disminución gradual de su impacto en la conformación del PIB. No por ello ha dejado de ocupar un lugar importante en el desarrollo del país y de su economía.
El paro agrario, con su amalgama de actores (productores de papa, cebolla, cacao, leche, arroz, panela, café y un amplio etc.) reveló la profunda crisis institucional, ética, jurídica, política, social, humanitaria y económica que vive Colombia.
Si bien, no todos los males pueden explicarse por los tratados, las supuestas bondades del libre comercio han quedado en entredicho. Más allá de las proclamas de carácter político e ideológico (de quienes se quieren apropiar del movimiento) y del amplio repertorio de demandas y peticiones, miles de campesinos están desesperados ante las promesas incumplidas. Con o sin TLC, sus condiciones de vida empeoran.
De poco sirve que ante el reconocimiento de las particularidades del agro colombiano (conflicto social y el flagelo del narcotráfico) se hayan alargado los periodos de desgravación para muchos productos. Con los TLC, el agro se conjetura con poco futuro, ni siquiera como para competir con Ecuador y Perú.
Esas negociaciones, sobre el presupuesto de ceder parte del mercado interno para obtener parte del externo, nos inundarán de productos que pueden ser obtenidos en nuestras tierras y con nuestras manos. Administrar mercados con tan profundas asimetrías, es una pelea de toche con guayaba madura.
Un cambio a la locomotora
En este escenario resulta una quimera la pretensión del acceso a mercados, la eliminación de subvenciones a las exportaciones y las ayudas internas. Esos factores que distorsionan el mercado deben ser motivo suficiente para implementar fórmulas de salvamento que contribuyan a competir y, sobre todo, a sobrevivir en paz.
Las cifras globales sobre exportaciones y otras variables macroeconómicas no son la respuesta o solución a las múltiples carencias de los reclamantes rurales, porque su suerte es otra. Esa ocupación pacífica y productiva del campo requiere de una mayor oferta pública de bienes y servicios, para un tránsito equitativo a mejores condiciones de vida, con o sin posconflicto.
Dicha oferta puede incluir el acceso a la tierra, la seguridad alimentaria, el ordenamiento territorial, la regulación de costos de insumos, el mercadeo, los créditos blandos, los servicios públicos de salud, la educación, el agua, la energía, el riego y la asistencia técnica.
La masiva participación campesina y ciudadana ha ampliado la mesa y sensibilizado a otros sectores sociales. Asimismo, ha confrontado al actual Gobierno y a una de sus líneas de acción política: la locomotora del sector agropecuario, que nunca arrancó.
Hoy se pretende encarrilar esta política en medio de promesas y mesas de concertación; es decir, los ‘enruanados’ han promovido el cambio del maquinista y exigido diversos mecanismos para reducir los costos de producción, con la finalidad de ser competitivos.
También piden un modelo que no privilegie y promueva exclusivamente la agricultura empresarial; que se conduela de quienes viven en asentamientos humanos en zonas de alto riesgo y que considere los conflictos ambientales y los valiosos recursos naturales.
En la actualidad hay una acción estatal que no regula, que improvisa y gestiona precariamente la ocupación del territorio, con una institucionalidad incapaz, a pesar del amplio marco legal, de dar respuestas prontas.
Es esta suma de conflictos la mejor oportunidad para reencauzar no solo el sector agropecuario, sino el destino de la nación, de creer y apoyar modelos agrarios fundamentados en las reservas campesinas, en economías rurales, en la mediana empresa y en los grandes desarrollos agroempresariales (como los que se promueven en la altillanura). En Colombia hay espacio y tierras para todos sin desconocer que la “mano generosa” del Estado debe estimular a los primeros.
Todos debemos reflexionar
El desarrollo rural, el bienestar de sus pobladores y la política agraria no pueden estar vinculados exclusivamente a las negociaciones en La Habana, aunque indudablemente esto facilitaría la tarea. Los campesinos, sus voceros y dignidades están acá, en Colombia.
Se debe aceptar que el llamado hombre moderno tiene hoy el mismo desafío que resolvieron hace siglos nuestros ancestros, o sea que la vida no se agote. La disponibilidad de los recursos naturales y la forma como los utilizamos, nos imponen la obligación de construir un escenario de innovaciones tecnológicas y de convivencia social, en el cual la ética de la vida predomine sobre la ética del lucro económico. Esto cobra más validez en este mundo global que impone nuevos modelos económicos, patrones de vida, consumo y valores.
El sector rural tiene hoy el reto de definir el papel que deberá jugar en el desarrollo del país, en términos de su contribución al crecimiento económico, al jalonamiento de otros sectores de la producción, a la disminución de la pobreza, a la convivencia y a la estabilidad social y política de la nación.
Adoptar un programa de ordenamiento territorial permitirá tener en cuenta las implicaciones existentes de un desarrollo sostenible regional y local, no solo desde la perspectiva político-administrativa, sino también en relación con la distribución de la tierra, los conflictos por su propiedad y su uso, la dinámica de la frontera agrícola, las migraciones, la ocupación en áreas protegidas y el aprovechamiento de los recursos naturales.
El creciente flujo de comercio no ha generado condiciones propicias para una internacionalización competitiva y menos en el sector agropecuario. Aún hay desencuentros entre instituciones, políticas y condiciones de infraestructura, que gravitan desfavorablemente en las posibilidades de inserción en ese mundo global. El esfuerzo exportador ha estado acompañado, también, de una liberalización progresiva de importaciones, en particular de alimentos.
Hay algo claro, y es que desde la intencionalidad no es posible construir país; no habrá cambio si no existe la voluntad política y la suficiente generosidad para reconocer las estructuras injustas y las condiciones deshonrosas en las cuales sobreviven millones de colombianos, en particular los del sector rural
POR: Silvia de Marenco
ResponderEliminarApreciado Juan:
Jesús dijo: “Mi paz os doy y mi paz os dejo” porque sabía que la paz es lo más grande para cada ser humano y es hermoso poder vivir con nuestra conciencia en paz.
La paz es el anhelo esencial de toda sociedad y a partir de esta verdad, la buena conciencia no concuerda con el desvío de las normas éticas por ninguna de las partes en conflicto, ya que a carencia de la moral se pierde la decencia y el respeto hacia las víctimas inocentes, hasta niños, ya que les matan su derecho a la vida en este estado de guerra que vivimos. Nuestros hijos desde que nacen oyen de esa guerra fratricida entre hermanos, no hay derecho ni es justo que nunca vayan a conocer lo que es vivir en paz, con tranquilidad y seguridad.
Tampoco es agradable, ni es serio que algunos pretendan ser funcionarios públicos o escalar posiciones después de haber pronunciado la palabra “perdón” con carencia de sentido, cuando son enormes los daños moral y sicológicos infringidos a las víctimas que perdieron su terruño, su casa y sus seres queridos; este dolor es indescriptible, aún cuando se concede el perdón, que no pretendemos que se niegue, pero ¿se alcanzará el olvido, si todo queda depositado en la memoria?
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” dijo Jesús, pero con El estaban únicamente su madre, su hermano Juan, María Magdalena, los soldados romanos, que como soldados los obligan a obedecer y cumplir órdenes, matan cumpliendo órdenes de sus superiores que no entienden.
Educar o ilustrar a las personas a oponerse a la agresividad, a evitar el lenguaje agresivo que leemos en los mensajes, es una necesidad si creemos en la lucha por la paz, cuando el compromiso con la paz es maravilloso para la nación, para la tranquilidad de la población, para la economía; la paz trae el sentido de la cooperación y el progreso que necesitamos en un país donde exista realmente la justicia, no lo que hoy tenemos cuando los malos ejemplos salen también publicados sobre quienes administran la justicia.
La guerra y los conflictos que atravesamos se dan a expensas de la tranquilidad y las necesidades sociales, por el desvío y robo de los recursos que servirían para ofrecer a los ciudadanos una buena calidad de vida y fomentar la industria, la economía, la educación como un ejemplo entre muchos.
Como Usted dice, la academia debe colaborar, hay que introducir nuevos entes en los currículos que ilustren sobre los derechos a la tierra, cuando la tendencia universal y sus necesidades, mediante el incremento de la población mundial, necesitarán de más productos de la agricultura, y los estudiantes necesitan de explicación al respecto y saber sobre los derechos de quienes laboran la tierra. La academia debe pensar en nuevas leyes favorables a los campesinos y debe salir de los claustros, de las aulas de clase, para interrelacionarse con estas necesidades con m iras a solucionar los problemas; para esto deben ser las instituciones en esta era posmoderna.
La paz es contraria a la corrupción que irrumpe en los procesos gubernamentales y servicios públicos con resultados que angustian a la población, tocando negativamente su psique y su salud, como a diario transmiten los medios de comunicación.
Como nación debemos prepararnos para la paz, no pensando que de una vez vamos a vivir en un paraíso cuando hay que tender un puente entre los que tienen mucho y los que no tienen o tienen poco; no podemos sentirnos orgullosos de ser colombianos si en nuestro país existe una tremenda desigualdad social.
La paz construye, la guerra destruye; palabras de un gran pensador.
Saludos,
Silvia
por: Alejandro vallejo betancur
ResponderEliminarEl desarrollo rural debe ser materia de manejo de los campesinos quienes son quienes conocen los secretos, los ritmos y los ciclos productivos de la tierra. Todos los demás son arrimados (corruptos) por más cartones que obstenten. Sin campo no hay ciudad, sin campesinos no hay ciudadanía.