Por German Patiño
En mi sentir, la
mayoría de los congresistas colombianos se encuentran en riesgo para ser
nuevamente elegidos luego de los desmanes cometidos, de los que la fracasada
reforma a la Justicia es el mejor ejemplo.
Conozco un buen
número de personas que afirman, con profunda convicción, que no volverán a dar
un solo voto a nadie que esté ligado, de una u otra forma, al establecimiento.
Un amigo, bien informado y reflexivo, me llegó a decir que votaría por
cualquiera que estuviera en contra o al margen del establecimiento y de los
actuales congresistas, sin importar que tan malo o bueno fuera. En otras
palabras, hay una profunda decepción ciudadana con los actuales miembros del
Congreso, y aquella circunstancia se reflejará en las próximas elecciones.
Y este rechazo
puede potenciarse de acuerdo con lo que se decida sobre las propuestas de
reforma pensional que el gobierno prepara para someter a la aprobación del
Congreso. Los colombianos sabemos que alrededor de 1.200 personas reciben
mesadas de más de $15 millones, pese a que sus aportes están lejos de compensar
esa suma. Cada una de esas pensiones está costando hasta 4.000 millones al
erario público, por la esperanza de vida promedio de los pensionados, sin
incluir los casos en los que ex titulares terminan sus días casados con mujeres
mucho más jóvenes.
Las pensiones de
congresistas y magistrados se liquidan tomando como base gastos de
representación, asignación básica, primas de vivienda, de navidad, de salud y
servicios, y teniendo en cuenta el 75% del mejor salario del último año. Por
eso algunas superan los 20 millones. Altos magistrados han ganado demandas que
les incluyan, por ejemplo, las bonificaciones que reciben cada 4 años.
Toda esta
sinvergüencería repugna a la gente trabajadora de Colombia. Y los electores
esperarían, con razón, que en el Congreso se alzara una voz honrada que pida el
restablecimiento de la equidad consagrada en la Constitución, por la cual
cualquier pensión debe ser liquidad en las mismas condiciones, tanto para el
ciudadano del común, como para el alto dignatario del Estado. En esta materia
los derechos deben ser fruto del trabajo de toda una vida, y no resultado de
mangualas, tráfico de influencias y el acto repulsivo de legislar para beneficio
particular.
No resulta justo
que se recargue sobre los hombros de la clase media la ampliación de la
cobertura en las pensiones de hasta 1 salario mínimo. Ni que los altos
magistrados consideren como “derecho adquirido” el aberrante sistema de privilegios
que ellos mismos establecieron en su interpretación de la ley 4 de 1992. Creo
que los colombianos volverían a creer, si hay algún congresista que proponga un
artículo del siguiente tenor, “En Colombia, en el régimen de prima media, no
puede existir, bajo ninguna circunstancia, una pensión superior a los 10
salarios mínimos legales vigentes”.
Pero esto es mucho
pedir en una institución donde la decencia, el altruismo y la honradez son
palabras exóticas y donde se confunde el colegaje con la complicidad para
defender prebendas injustificadas.
En suma, creo que
la reforma pensional que el Congreso apruebe, acortará o ampliará aún más la
distancia que existe entre los ciudadanos y los congresistas. Por mi parte,
creo que la mayoría de ellos no se merece un solo voto más, para nada
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