Por: GABRIEL SILVA LUJáN
Gabriel Silva Luján
Un camino peligroso el que han escogido los peones de brega de Uribe. Es el camino de la polarización, la división y el sectarismo que tanto dolor y sangre le han traído a Colombia en el pasado.
De pequeño nunca me gustaron las marionetas. Para mí era imposible quitarme de la cabeza que detrás de los contrahechos movimientos de los títeres había alguien que determinaba -a su entera voluntad- qué hacían y qué decían. Esa fue la triste sensación que le dejó al país la reciente presentación en sociedad de los candidatos presidenciales de Álvaro Uribe.
Individualmente considerados, todos los nombres presentados han sido importantes, exitosos y respetados servidores públicos. Pero ahora que están dedicados a raparse el guiño del titiritero, a congraciarse con él, mucha de su merecida estatura y dignidad se está evaporando.
El lanzamiento del Puro Centro Democrático en Santa Marta fue un espectáculo grotesco en muchos sentidos, pero lo que más ofende es observar a un manojo de gente decente agarrarse de las mechas -como concubinas- para merecer los favores del Emperador.
El pugilato retórico entre ellos llevó al auditorio al delirio. Una a una las marionetas presentaron examen para demostrarle al titiritero la pureza de su uribismo. Siempre tratando de superar al antecesor en el podio, la retórica de los candidatos iba in crescendo en cuanto a los ataques contra Juan Manuel Santos.
Con frecuencia, en los discursos y en los corrillos se oyeron las más disparatadas aseveraciones. Uno de los asistentes dijo -con absoluto convencimiento- que las Farc y Santos tenían una alianza para tomarse el poder y constituir una dictadura del socialismo del siglo XXI en Colombia. En un alarde retórico, uno de los candidatos se atrevió a afirmar que el proceso de paz actual era peor que el Caguán. Hágame el favor.
Según los aspirantes a ser el niño mimado de Uribe, en los dos años del gobierno Santos en el país se dejó de invertir, de trabajar, de crecer, de educar, de progresar. Un país que para cualquier observador imparcial tiene un rumbo claro hacia la justicia social, la modernidad económica y la seguridad colectiva -que además muchos extranjeros admiran y sobre todo envidian- ahora, por la gracia de la retórica uribista, es el mismísimo infierno.
La insensatez e irracionalidad de las afirmaciones de los peones de brega pone en evidencia que, en su esfuerzo por volver al poder, Álvaro Uribe no va a tener remordimiento alguno para apelar a la mentira, a la distorsión y a la calumnia. Como dijera el propio Uribe, él no es un estadista sino un agitador.
Un camino peligroso el que han escogido. Es el camino de la polarización, la división y el sectarismo que tanto dolor y sangre le han traído a Colombia en el pasado.
El evento del Puro Centro Democrático reveló mucho sobre lo que representa ese movimiento no solo por quienes estaban en la tarima, sino también por quienes se encontraban entre el público. Dicen los medios que asistieron que en el auditorio se veían no pocos beneficiarios de Agro Ingreso Seguro e incluso algunos amigos de Justicia y Paz. Nos imaginamos que ellos quieren cabalgar en las ancas de la victoria de Uribe para que les perdonen sus pecados.
El aquelarre uribista en Santa Marta no deja también de tener su tinte de tragedia griega. El patriarca quiere tener otra oportunidad sobre la Tierra. Pero está impotente y no puede consumar. Tiene que escoger a la fuerza a alguno de sus hijos para que lo suceda, sabiendo de antemano que mientras más potente sea el sucesor existen más probabilidades de que lo vaya a abandonar.
Dictum. Canallada es publicar en Twitter las imágenes de nuestros policías caídos para hacer política. En otras épocas, el autor hubiera calificado eso de apología del terrorismo.
Gabriel Silva Luján
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