Hace carrera
en el país la preocupación sobre la palabra polarizar. La Real Academia de la
Lengua identifica cinco acepciones de dicha palabra y sólo una de ellas podría
tener relación con la interpretación que pudiese generarse en Colombia:
“Orientar en dos direcciones contrapuestas”. Otra definición habla de que
polarizar es “hacer que se opongan dos o más tendencias o posturas”. Como
quiera que se le introduzca, significaría entonces que existe un temor a que
con alguna intención se busque exacerbar la oposición entre dos maneras
distintas de entender una realidad. Así las cosas, la informal interpretación
que muchos hemos usado es que estamos inconvenientemente alejando dos maneras
distintas de percibir una realidad social, política, cultural o económica,
entre otros.
Dicho lo anterior, puede ser aún
peor creer que la salida a dicha “polarización” sea homogeneizar nuestra forma
de pensar y nuestra aproximación a los problemas que vivimos como sociedad.
Nada más aterrador que por evitar la polarización terminemos en un “pensamiento
único” que ni construye democracia ni puede posiblemente dar respuesta a muchos
problemas que enfrentamos. Mucho menos que ahora la única interpretación de la
realidad responda a la posición de un gobierno u oposición de turno, sea cual
sea su aproximación.
Quizás el primer paso que
necesitamos dar como sociedad es el que recientemente propuso Bret Stephens en
una conferencia académica en Australia y que fue publicado por The
New York Times bajo el sugestivo título “The Dying Art of
Disagreement”. El autor plantea que en la sociedad actual es cada vez más
frecuente el desacuerdo en todo, así como el uso de juicios morales para
descalificar al contradictor. De hecho, comenta el autor, esto acrecienta la
polarización política en muchas naciones y convierte las diferencias en
problemas personales. El punto es que los avances en la sociedad, en la
educación y en la ciencia provienen de los desacuerdos, de las diferencias, de
la diversidad. Sin embargo, la forma como es provechosa esta diferencia es
cuando justamente el desacuerdo es inteligente. Un desacuerdo inteligente
significa plena comprensión y entendimiento de la posición de la contraparte,
para desde las debilidades de argumentación de la otra orilla, encontrar
eventuales puntos en común acudiendo a la racionalidad de la diferencia, o por
lo menos permite entender lo que lleva al otro a pensar de forma distinta.
De nada sirve convertir nuestros
desacuerdos en diferencias personales que llevan a la descalificación grosera
de la contraparte y con ello recrudecen la violencia y la temida polarización.
El problema no es entonces que
exista polarización o diferencia, sino que no hemos sido capaces de construir
un desacuerdo inteligente, y la consecuencia de no hacerlo es que estamos construyendo
odios. Odios que se construyen de tres formas, como propone Carolin Emcke en su
ensayo “Contra el odio”: La primera, cuando creemos estar seguros de lo que
pensamos sin el soporte suficiente, sin el análisis, sin evaluar matices.
Segundo, cuando metemos en un mismo saco las particularidades del caso (allí se
vuelve fácil odiar porque todo entra en una misma bolsa, todo se etiqueta de
forma general). Tercero, se odia fácil hacia arriba o hacia abajo, no hacia los
lados, se odia entonces al que se considera diferente, alejado o distante, no
al que está hombro a hombro conmigo, porque no he sido capaz de reconocer en el
diferente sus dignidades y derechos.
El problema de la Colombia de hoy es
que la polarización se fundamenta en las tres características del odio. En la
política, por ejemplo, tanto en unos y en otros, encuentra uno el uso de
etiquetas generales, falsas certezas de lado y lado y desconocimiento de la
contraparte como persona con derechos y dignidad. Llegó el momento de no acabar
con las distintas maneras de pensar, por el contrario, animemos la diferencia y
más bien aprendamos a construir en el debate de las ideas por lejanas que
parezcan y tratemos de construir políticas de Estado y no de gobierno, y una
sociedad que sea capaz de lograr unidad en medio de la diversidad. Parece
difícil, pero es necesario.
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